Pero sois noche

…Vuestras lenguas está mudas de la voz que suena de la trompeta de Dios, vosotros no amáis, como las estrellas, la santa racionalidad que sostiene el círculo de la revolución circular. La trompeta de Dios es la justicia de Dios, sobre la que vosotros deberíais reflexionar a menudo con sumo cuidado; [deberíais] cumplirla en la regla instituida y en la obediencia, con santa discreción, y deberíais presentársela y repetírsela a los pueblos en los tiempos que sea conveniente, sin intimidarles en exceso.
Pero no lo hacéis así, porque os obstináis en hacer solo vuestra propia voluntad. Por eso vuestras lenguas carecen de luz en el firmamento de la justicia de Dios, como cuando las estrellas no brillan…
[…] ¡cuánta maldad y enemistad hay en eso de que el hombre no quiera volverse hacia el bien, ni por Dios, ni por el hombre, sino que busque honor sin esfuerzos y recompensas eternas sin abstinencia!
[…] Vosotros no tenéis ojos porque vuestras obras no brillan ante los hombres con el fuego del Espiritu Santo, y no les recordáis los buenos ejemplos. Por eso el firmamento de la justicia de Dios carece en vosotros de la luz del Sol, y el aire carece del suave aroma que anima a la virtud.
[…] Si, gracias a la capacidad de razón que Dios os ha dado, reprendiérais en toda verdad a aquellos que han sido puestos bajo vuestra sumisión, éstos no osarían resistirse a la verdad, sino que dirían, tanto como pudieran, que vuestra palabra es verdadera.
En cambio, toda la sabiduria que habéis buscado en las Escrituras y en el estudio se la ha tragado el pozo de vuestro egoísmo. Como si lo que sabéis, después de haberlo tocado y experimentado, lo sepultárais para colmar vuestros deseos y engordar vuestra came, al igual que el niño que, en su inmadurez, no sabe lo que hace.
[…] deberíais ser día, pero sois noche. Pero seréis o día o noche. Escoged, pues, de qué lado queréis estar.
De una carta de Hildegarda de Bingen a los clérigos de la catedral de Colonia -escrita a pedido de ellos, alrededor de 1160. «… nos hallamos muy lejos de la blanda e hipócrita veneración hacia lo eclesiástico que reinará, entre otras, en la época clásica, cuando Hildegarda hubiera sido indefectiblemente condenada por falta de respeto hacia los prelados y la jerarquía», dice Regine Pernoud. Blandura que ha llegado a ser recíproca, diría yo.

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