La libertad, según Simone

En «L’enracinement» (El arraigo / Echar raíces / Raíces del existir ) Simone Weil intenta hacer una enumeración de las necesidades del alma. Necesidades universales y esenciales, se entiende. Una sociedad será justa en la medida en que brinde a sus miembros la satisfacción de estas necesidades (además de las corporales, claro está).

La mayoría de estas necesidades vienen de a pares, como opuestos o complementarios.
En primer lugar, pone Simone al orden («es la primera de las necesidades, incluso está por encima de las necesidades propiamente dichas»). Sería interesante detenernos en esto, pero por ahora me parece mejor pasar a la segunda necesidad: la libertad. Y por ahora sólo la cito, a ver si con esto me obligo a seguir el tema…
La libertad es un alimento indispensable al alma humana.

En el sentido concreto de la palabra consiste en una posibilidad de elección. Se trata, desde luego, de una posibilidad real. Siempre que hay vida en común es inevitable que reglas impuestas por la utilidad común limiten la elección.
Pero la libertad no es más o menos grande según sus límites sean más amplios o más estrechos. Tiene su plenitud en condiciones menos fácilmente mensurables.

Es necesario que las reglas sean lo suficientemente razonables y sencillas para que quienquiera lo desee y posea una capacidad media de atención pueda comprender, por una parte la utilidad a que corresponden, por otra parte las necesidades de hecho que las han impuesto. Deben emanar de una autoridad que no sea considerada como extraña o enemiga sino amada como perteneciendo a aquellos a quienes dirige. Es necesario que sean lo bastante estables, poco numerosas y generales, para que el pensamiento pueda asimilarlas de una vez por todas, y no chocar contra ellas cada vez que haya que tomar una decisión.

En estas condiciones la libertad de los hombres de buena voluntad, aunque limitada en los hechos, es total en la conciencia. Al incorporarse las reglas a su propio ser, las posibilidades prohibidas no se presentan a su pensamiento y no tienen que ser rechazadas.
Lo mismo que el hábito de no comer cosas repugnantes o peligrosas impreso por la educación no es sentido por el hombre normal como un límite de su libertad en el terreno de la alimentación. Sólo el niño siente este límite.
Los que carecen de buena voluntad y los pueriles nunca son libres en ningún estado de la sociedad.

Cuando las posibilidades de elección son tan amplias al punto de dañar la utilidad común, los hombres no gozan de la libertad, pues en ese caso tienen que buscar refugio en la irresponsabilidad, la puerilidad, la indiferencia, refugio en el que sólo pueden encontrar aburrimiento, o bien sentirse agobiados por la responsabilidad en cualquier circunstancia por temor de perjudicar a otro. En casos semejantes los hombres, creyendo erróneamente que poseen la libertad y sintiendo que no gozan de ella, llegan a pensar que la libertad no es un bien.

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