Imaginaciones imaginarias

No deja de sorprenderme ese estribillo publicitario: «tu imaginación«; esos slogans que parecen implicar que la imaginación del hombre común es un manantial caudaloso e inagotable…
«…El único límite es tu imaginación ! …»
«…tan grande como tu imaginación…»
«…con las alas de tu imaginación…»
Experimento pensado: tomamos una persona de la calle al azar (preferiblemente una adolescente típica, con toda la energía joven y los sueños … etc) y le otorgamos una varita mágica que le para que pueda hacer realidad las cosas que viven en su imaginación.
Yo no estoy seguro del resultado… no quiero ser pesimista, a lo mejor estoy proyectando mis propias limitaciones al resto de los hombres. Tal vez la imaginación de la típica adolescente antedicha sea, en efecto, un manantial de maravillas y bellezas nunca vistas. Pero la verdad es que no es mi caso. Yo no tengo imaginación. (Quizás alguna vez imaginé tenerla… pero ese es otro asunto). Cuando voy a ver una película, o a leer una novela, no espero que «el límite sea mi imaginación» (sería un aburrimiento mortal), espero mucho más que eso, espero ver cosas que otros imaginaron.
Y les confieso más: creo que si me hubieran encargado a mí crear el universo, si yo hubiera tenido que imaginar los animales, los planetas, los colores, los hombres… no estoy seguro, pero creo que no se me hubieran ocurrido cosas mucho mejores que estas que tenemos. Será por eso que estoy conforme y contento con el universo.
Por eso, también, comprendo que tantos chicos -tantas lectoras de Rayuela- sientan tan poco aprecio y admiración por el cosmos que les ha tocado en suerte: es claro, no pueden evitar compararlo con el cosmos que hay en su imaginación.
Es de suponer, además, que gente como San Francisco de Asís y Simone Weil tampoco tenían mucha imaginación.

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