Sustancias y accidentes

Difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo, dijo Charly García. Y fácil que llegue a hartar a todos, digo yo; y a equivocarme feo. Pero el caso es que este tema me importa; y me cuesta ser claro y conciso. Aguantarse.
Igual, advierto: esto son «trapitos sucios». Los lectores de afuera -no católicos o no argentinos- acaso harán mejor en pasar de largo; esto no es para ellos.


Como decíamos -y preveíamos: muchos correligionarios de por acá no comparten mi repudio al mensaje del mentado director de Cabildo (y todo lo que hay alrededor). A quien sólo critican en el tono, o estilo. Pero, sacando eso, el fondo, la sustancia -vienen a decir- el tipo está en lo cierto. (Juicio generalizable a otros escribientes del palo, por otro lado).

Lo cual presupone que damos por buena la siguiente proposición : «El tono es una cosa, la sustancia es otra; lo que realmente importa es lo segundo«.
¿Sí?

Miren… el año pasado, para el mismo evento, también me llegó un mail del mismo personaje. Me ahorra el trabajo de citarlo el hallarlo -sorprendentemente – acá (no me pregunten cómo fue a parar eso a un sitio de la Acción Católica; no tengo la menor idea). Pueden disfrutar del estilo («acto impío de los disolutos«, «viciosos nefandos» , «seres abisales» , «degenerados«, «odio endemoniado«, «horda de malparidos«…). Y no diré que en cierta clave ese tono no sea disfrutable (yo disfruto de los notorios exabruptos de Leon Bloy, al fin y al cabo…). Pero, justamente -y en contra de lo que me dicen casi todos- mi problema no es con el estilo, sino con la sustancia. O mejor dicho: creo que acá la sustancia está en el estilo. Creo es que esta retórica (comenzando por el comienzo: «en nombre de los auténticos católicos argentinos nos vemos obligados a declarar») no es un ropaje que viste más o menos accidentalmente un pensamiento, sino que más bien es la expresión que revela fielmente un espíritu. Un espíritu que no me gusta nada, por decirlo suavemente (por ahora!) y que me veda la posibilidad del disfrute. Y no se trata de exabrupto más o exabrupto menos.

Recuerdo que este mail me llegó reenviado por un par de remitentes diferentes (incluso distantes en su apreciación del «nacionalismo católico argentino»), y ambos coincidían en darle la razón … «salvando el estilo».

(Irónicamente, y un poco -un poco nomás- simétricamente, meses después recibí otro de mail en cadena, este anti-Blumberg. Eran los tiempos en que la intelligentzia izquierda progresista argentina, tras las dudas iniciales, había terminado bajándole el pulgar al tipo Fue enternecedor ver a las tropas -blogs, para empezar- obedecer a sus mandos naturales: en una semana, todos pasaron de la simpatía al «lo respeto, pero yo no firmo», y a la semana al «es un nazi».
Bueno… en esos días -principios de abril- me llegó este mail : un panfleto para adoctrinar, titulado «carta abierta»… «ciudadanos honestos», que respetan al aludido y que «comparten su dolor» …
Estulticia e hipocresía nada atípicas, ya sé. Pero lo duro para mí fue recibir ese mail vía Oscar Cuervo, ex-co-director de Parte de Guerra, revista de izquierda pero autocrítica e inteligente que yo había aplaudido y citado más de una vez. Pero claro, el 2004 no era el 2000: ahora había que aprovechar la oportunidad histórica -la izquierda por fin arañando el poder político-, había que imponerse, empujar todos para el mismo lado, copar el terreno y dejar delicadezas y escrúpulos. Yo -ingenuo- le escribí un mail, quejándome… sufrí de rebote otro mail -ya no reenviado sino escrito por él, ahora usando la palabra «fascista» tres veces- y terminé diciéndole que su estilo ya estaba pareciéndose al de Sandra Russo, y que en cualquier momento iba a estar en condiciones de escribir contratapas en Página 12. Me respondió que si así fuera, tales «coincidencias estilísticas» no le molestaría en lo más mínimo: «Lo importante es que lo que digo es verdad«.
Fin de la historia y del paréntesis).


Bien, yo no sé nada de filosofía ni de retórica. No me da el cuero para discurrir sobre sustancias y accidentes (o materias y formas, quizás mejor…). Pero una vez más, con la irresponsabilidad de siempre, (y también porque en mi limitada visión no veo a nadie que plantee estas cosas) digo la impresión que tengo: No es simplemente una cuestión de estilo; es una cuestión de Verdad.

Pero, me dirán: ¿acaso no estás de acuerdo con la tesis del mensaje, con su sustancia ?
A ver, diré yo… ¿cuál sería esa dichosa sustancia, ese núcleo de verdad que resulta luego de abstraer la hojarasca del estilo?
Me dirán que… me dirán distintas cosas, pero en la misma línea, con sola diferencia de escala; en orden creciente de intensidad:
  • Que la conducta de los gays que pintaron la Catedral es canallesca y que la respuesta oficial de la Oficina de Prensa del Arzobispado fue lamentable por anodina.
  • O que el movimiento gay es una exaltación repugnante de la degeneración sexual actual y que la cúpula eclesial argentina peca por timidez a la hora de enfrentarse a los medios -copados por los intelectuales progresistas de izquierda- y de proclamar con firmeza la verdad cristiana.
  • O que los gays y los marxistas son malnacidos que odian con pasión demoníaca a la Iglesia Católica, que los obispos argentinos en su gran mayoría son cobardes, mundanos, y ni siquiera son católicos. (Y que los pocos católicos de verdad se encuentran entre los sufridos valientes que militan en el ala derecha…).

  • Bueno, si me apuran… diré que estoy de acuerdo con la primera, más o menos con la segunda y casi nada con la última. Pero… ¿importa?
    No, a mis ojos no importa. Porque esa no es la sustancia. La sustancia es el espíritu que informa el discurso. Es la soberbia y la autocomplacencia ciega de los desesperados que toman sus propios pasiones (miedos y odios, mayormente) por amor a la verdad, la gritos de las partes más bajas del alma por el soplo del espíritu de verdad. La puerilidad (risible en un adolescente ignorante; menos risible en boca de conocedores de la historia, de la tradición, de las herejías y del pecado original) que hace creer que los insultos desbocados pueden llegar a ser franqueza de expresión, y la hipérbole revulsiva, valentía que ilumina.
    ¿Qué espíritu de verdad puede alimentar un mensaje que empieza arrogándose la representación de «los auténticos católicos argentinos» ? (del sentido del ridículo no hablemos; es de suponer que para esta gente estos ridículos son meritorios, como una especie de martirio).
    ¿Cuánto hay de verdad en aquello de que «aquellos seres abisales … quisieron ofender y agraviar explícitamente … la presencia verdadera real y substancialmente de Nuestro Señor Jesucristo…»? (y aparte de la falsedad, el impudor religioso, esa falta de delicadeza hacia lo más sacro… que sólo puede hallarse entre los defensores exaltados de la liturgia tradicional; y que combina bien con esa exhortación a «ir comulgados» a batallar contra los rojos o los gays).

    Leon Bloy (que si sabía vociferar, tenía sentido del ridículo y de la verdad) decía que él en sus escritos apuntaba siempre «no más abajo que la cabeza, para estar seguro de no pegar más abajo que el corazón«. ¿Dónde apunta -y en qué víscera pega- una frase como «una muestra inequívoca del espíritu satánico que alienta por igual, y asociadamente, a marxistas y sodomitas«? ¿No es acaso una especie de desahogo, una especie de consuelo carnal que se da a sí mismo, y a un evidente «nosotros» -tal vez demasiado éticos como para evitar que el dolor de la derrota terrena se les transforme en resentimiento?

    ¿Tengo entonces que hacer la vista gorda ante eso, y pegarle palos a los gays ? ¿Tengo que mirar la paja en el ojo ajeno ?
    Creo que no. Por el bien mío, y de mi prójimo, creo que no.

    Objeciones:
    1. Exagerás. Estás haciendo un mundo de lo que, en el peor de los casos, son defectos triviales. Estás peleando contra molinos de viento, acaso contra demonios interiores que proyectás sobre otros. O acaso contra alguna historia personal tuya. Y vos hablás de falta de mesura y de sentido del ridículo…
    2. Digas lo que digas, esos males que denunciás son irrelevantes. Lo grandes males -y los grandes malos- de la Argentina de hoy, sabés dónde están (el aborto, la «educación sexual», la muerte de la familia, el progresismo que carcome la Iglesia). Si esa es la batalla, gastar pólvora contra nacionalistas católicos -cuerdos o no- es una idiotez criminal.
    3. Lo tuyo es una forma de catarismo. Ponés unas exigencias de pureza de alma y amor a la verdad que ningún hombre pecador puede tener. Con esa actitud, hipercrítica e intolerante, te habrías opuesto a las fundaciones de Santa Teresa, y a la obra de cualquier santo que requiriera un esfuerzo de colaboración humana. Como los herejes rigoristas, justamente. Hay que aceptar a los compañeros de ruta o de batalla, aunque no sean perfectos, para luchar con ellos. Y hoy (ver objeción anterior) estos que criticás son tus compañeros de ruta.
    4. Falta de caridad. En el fondo, tus ataques son más hirientes que los insultos aquellos contra los gays. Ofendés a cristianos de buena voluntad, a pesar de sus defectos. Fomentás la división en lugar de la unidad.
    5. Aun suponiendo que tus críticas fueran justificadas, no sería más que una denuncia de pecados ajenos. Mísera denuncia, autocomplaciente, hiriente y totalmente innecesaria -puesto que esos supuestos pecados no hacen daño a nadie.

    (Continuará)

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