La pintura amarilla

Vamos con una pequeña fábula de Robert Luis Stevenson, que viene como introducción de otro post (que vendrá mañana).

Sé muy poco sobre Stevenson, vida y obra; sólo leí «La isla del tesoro», y algún cuento suelto. Alguna vez lo menté, a propósito de «El diablo en la botella», y su relación con el padre Demian de Molokai ( cuando el cura de los leprosos (hoy beato) murió, surgieron unos cuantos «revisionistas» -protestantes en su mayoria- que lo atacaban (como surgieron cuando murió la madre Teresa de Calcuta), y Stevenson -que conocía el mundo de Molokai salió a defenderlo).

Stevenson estaba lejos de ser católico, de todas maneras; de formación calvinista, y juventud atea, parece que no pasó de ser un deísta liberal; aunque, al decir de Chesterton (que lo admiraba y defendía) no dejó de ser una especie de teólogo, en medio de una religión muerta (el calvinismo escocés del siglo XIX). Otros dicen que la cuestión es más complicada que eso. Yo no sé.

Pero la fábula que traigo acá, es una sátira; con su intención religiosa; o antireligiosa, si quieren (pero para afirmar que es «contra la Iglesia» ya hace falta demasiada …frivolidad). Yo la conozco por una mención de Ronald Knox, en «El torrente oculto«, que la califica como una de las más deprimentes de la serie.
Se llama «La pintura amarilla«; en inglés está acá. Un resumen para los que no lean inglés:
Un curandero de pueblo vendía una pintura amarilla mágica que, según decía, protegía contra todas las enfermedades y accidentes, contra las caídas en el pecado, y contra el temor a la muerte y la condenación eterna.
Un muchacho, se hace aplicar el tratamiento. Sin embargo, unos meses después se quiebra una pierna en un accidente, y va a protestar al médico. Este le explica que ha entendido mal: la pintura no lo protege contra esos accidentes triviales, sino contra los que importan: los pecados; y que vaya al cirujano a hacerse ver esa pierna, que él no puede hacer nada.
El muchacho se conforma.
Pero tiempo después, tras haber cometido varios robos, incendios y asesinatos, va a protestar nuevamente. El médico le explica: la pintura está bien aplicada; pero su protección no se extiende a los pecados como actos, sino a las consecuencias, al castigo eterno. Gracias a lo cual, le asegura, tendrá una buena muerte. En cuanto a sus crímenes, el médico se lava las manos: vaya a la policía, le dice.
Pero unos meses después, el muchacho es condenado a la horca, y desde la cárcel manda llamar al médico por última vez.
¿Cómo es esto? , se queja. Estoy cubierto por su bendita pintura amarilla, y sin embargo me he quebrado la pierna, he cometido todos los crímenes, me van a colgar mañana, y estoy muerto de miedo.
Bueno, bueno, es lamentable… le responde el médico…. pero piense que tal vez, de no ser por la pintura amarilla, hoy tendría más miedo todavía.

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