¿Puede llegarse a saber por la historia algo acerca de Cristo?
No. ¿Por qué no? Porque, en general, nada puede "saberse" acerca de "Cristo"; es la paradoja, objeto de fe, solamente para la fe. Pero toda comunicación histórica es comunicación del "saber", por lo tanto, por la historia no puede llegarse a saber nada sobre Cristo. Pues si se logra saber poco o mucho o algo acerca de El, deja de ser El que es en verdad. De esta manera se logra saber sobre El algo distinto de lo que era, consiguientemente no se llega a saber nada sobre El, o se sabe algo inauténtico, es un engaño. La historia hace de Cristo otra cosa de lo que en verdad era y así se llega a saber por la historia mucho acerca de ¿Cristo? No, no es acerca de Cristo, ya que sobre El nada se puede saber, solamente ha de ser creído.
¿Puede demostrarse por la historia que Cristo era Dios?
Permítaseme hacer primero otra pregunta : ¿puede pensarse, en general, una contradicción más disparatada que la de querer demostrar (por lo pronto es indiferente que ello pretenda demostrarse por la historia o no importa por qué otra cosa del mundo), que un hombre particular es Dios? Que un hombre particular sea Dios, es decir, que diga que lo es, es ciertamente el escándalo. mas ¿qué cosa es el escándalo, lo escandaloso? Lo que pugna contra toda (humana) razón. ¡Y esto es lo que se quiere demostrar! Pero "demostrar" significa convertir algo en racionalreal dado. ¿Puede lo que contradice toda razón convertirse en lo racional-real?, desde luego que no, si es que uno no desea contradecirse a sí mismo. Lo único que se puede "demostrar" es que pugna contra la razón. Las pruebas de la divinidad de Cristo que trae la Escritura: sus milagros, su resurrección de entre los muertos, su ascensión a los cielos, lo son también solamente para la fe, es decir, que no son "pruebas" ; ciertamente no intentan demostrar que todo esto se concilia con la razón, sino todo lo contrario, que contradice a la razón y es, por lo tanto, objeto para la fe.
Sin embargo, vayamos a las pruebas de la historia.
—"¿No se cumplen ahora 1.800 años desde que Cristo vivió, no es su nombre anunciado y creído por toda la faz de la tierra, su doctrina (el cristianismo) no ha transformado la semblanza del mundo, atravesado victoriosa todas las relaciones : y la historia no ha hecho bueno de esta manera suficientemente, más que suficientemente, lo que El era, que El era Dios?"
No, la historia no ha hecho esto bueno ni suficientemente ni más que suficientemente, la historia no puede por toda la eternidad hacerlo bueno. Con todo, por lo que respecta a lo primero, es muy verdadero que su nombre es predicado por todo el mundo -si es creído, no me toca decidirlo ahora-; es muy verdadero que el cristianismo ha transformado la semblanza del mundo, atravesado victorioso todas las relaciones, tan victoriosamente que todos se tienen ahora por cristianos.
Pero ¿qué demuestra todo esto? Lo más que puede demostrar es que Jesucristo ha sido un hombre grande, quizás el más grande de todos. Pero que El fuera Dios - no, párate, esta conclusión está con la ayuda divina condenada al fracaso.
Se comienza -en tanto se preludia esa conclusión- con el supuesto de que Jesucristo era un hombre, y de este modo se considera a la historia de los 1800 años (las consecuencias de su vida como algo capaz de alcanzar así de una manera superlativa, incesantemente creciente, la conclusión: grande, mayor, máximo, sobre manera y sorprendentemente el mayor de los hombres que jamás haya existido. Se comienza, por el contrario, con el supuesto (el de la fe) de que El era Dios, entonces se han tachado de un plumazo y quedan anulados los 1800 años, que ni quitan ni ponen, ni demuestran nada en pro o en contra, porque la sabiduría de la fe es infinitamente más alta, Evidentemente deberá empezarse de una de estas dos maneras; si se comienza por la última todo está en orden.
Si se comienza por la primera, entonces no se puede sacar conclusivamente de repente la nueva cualidad: "Dios", como si la consecuencia o las consecuencias de: una vida de hombre demostraran de pronto en uno u otro tramo que ese hombre era Dios. Si esto procediese, se debería también poder dar respuesta a la pregunta siguiente : ¿cuáles tendrían que ser las consecuencias, cuán grandes los resultados, cuántos siglos serían necesarios para lograr saber a ciencia cierta por las consecuencias de una vida de "hombre" (éste es cabalmente el supuesto) que él era Dios?
Como si quizá tuviera pies y cabeza el afirmar que en el año 300 no estaba todavía demostrado que Cristo era Dios, aunque se barruntaba algo, ya que era un poco más que el sobremanera y sorprendentemente mayor de los hombres que jamás haya existido, ¡pero faltando todavía algunos siglos para hacerlo bueno!
En tal caso se puede seguramente concluir con buena probabilidad que los que vivían en el año 300 no consideraban a Cristo como Dios, y mucho menos los que vivieron en el siglo primero, de modo que la seguridad de que era Dios iría creciendo, desde luego, con los siglos, siendo la del nuestro, la del siglo xix, la máxima que hasta la fecha haya podido alcanzarse, una seguridad que comparada con la de los primeros siglos les parecería a éstos apenas sospechable. En el fondo importa un comino el que se responda o no se responda a esta pregunta.
¿Qué significa esto en general? ¿Será posible que con la consideración de las consecuencias crecientes de algo esté permitido con una simple conclusión sacar de ello una otra cualidad que la del supuesto? ¿No es una demencia (si es que ya el hombre no es demente) que el primer juicio, que es el de la suposición de la que se parte, pueda errarse hasta tal extremo que se yerre una cualidad de lo debido? Y cuando se comienza con este error, ¿cómo puede serse en algún punto determinado capaz de ver en las consecuencias que es una completamente otra, una infinitamente distinta cualidad de la que se trata? Una huella en un camino es ciertamente una consecuencia de que alguien ha se guido ese camino. Yo puedo ir inmediatamente allí a suponer equivocadamente que era la de un pájaro, pero con una inspección más cercana, siguiendo más la huella, me persuado que ha tenido que ser otro animal. Bien; pero aquí no se trata de un cambio de cualidad infinita. ¿Pero puedo yo por más cercanamente que mire o siguiendo más lejos tal huella, llegar en uno u otro tramo a la conclusión: ergo es un espíritu el que ha seguido este camino, un espíritu que no deja tras sí ninguna huella? Así acontece al concluir de las consecuencias -lo supuesto - de una existencia humana: ergo era Dios. ¿Se asemejan entonces Dios y hombre hasta tal grado, hay tan pequeña diferencia entre ambos, que yo, si no soy demente, pueda empezar con la suposición de que ha sido un hombre? Y de otra parte, ¿no ha dicho Cristo que él era Dios? Si se asemejan Dios y hombre hasta tal grado, si tienen tal parentesco, y consiguientemente caen bajo la misma cualidad esencial, entonces la conclusión "ergo era Dios" es como quiera que se la considere una patraña ; pues si ser Dios no es otra cosa, en tal caso Dios no existe. Pero existiendo Dios, y, por lo tanto, distinto con la infinita diferencia de cualidad del ser-hombre, entonces si yo, o cualquiera que sea, empieza con el supuesto de que ha sido hombre, no podrá por toda la eternidad sacar la conclusión que, desde luego, era Dios. Cualquiera sólo un poco dialécticamente desarrollado debe ver con facilidad que toda la cuestión de las consecuencias es inconmensurable con la decisión de si era Dios, y que esta decisión se le presenta al hombre de una manera muy distinta: la de si quiere creer lo que El dijo ser, que era Dios, o no quiere creerlo.
Esto es, entendido dialécticamente -entendido significa que se toma tiempo para entenderlo-, suficiente para impedir aquella conclusión de las consecuencias de la vida de Cristo : ergo era Dios. Pero la fe como instancia opone una réplica todavía más extrema contra todo intento de pretender acercarse a Jesucristo, sabiéndolo con la ayuda de lo tomado de la historia, que ha conservado las consecuencias de la vida de Cristo. La protesta de la fe es que todo este intento es una blasfemia. La protesta de la fe es que el único argumento que la incredulidad dejó en pie, después de haber derrocado todos los restantes de la verdad del cristianismo, ese argumento -¡sí, está singularmente desarrollado!- que la incredulidad inventó, y lo inventó para demostrar la verdad del cristianismo -¡magnífico, la incredulidad inventa argumentos para la defensa del cristianismo!-, ese argumento con el que en la cristiandad se ha alcanzado tanta pompa, el argumento de los 1800 años, según la protesta de la fe representa una blasfemia.
Con relación a un hombre sí vale el que las consecuencias de su vida son más importantes que su vida Entonces, cuando para lograr saber quién era Cristo y concluirlo mirando las consecuencias de su vida se le convierte eo ipso en un hombre, un hombre que igualmente que los demás hombres deberá afrontar su examen en la historia, la cual, sin embargo, es por lo demás en este caso un examinador tan mediocre como un seminarista en latín.
Pero, ¡ qué extraño! Se quiere, con ayuda de la historia, con la consideración de las consecuencias de su vida, alcanzar concluyente aquel ergo : ergo era Dios, mientras la fe hace cabalmente la afirmación contraria, que quien, en general, comienza con este silogismo, comienza con una blasfemia. La blasfemia no consiste todavía en la suposición de que El era un hombre. No, la blasfemia radica, en lo cual se funda toda la empresa, en el pensamiento, sin el cual no se empezaría, en el pensamiento de cuya legitimidad consiguientemente se está persuadísimo en cuanto también vale en relación con Cristo, en el pensamiento de que las consecuencias de su vida son más importantes que su vida, es decir, que era un hombre. Hipotéticamente se dice: Supongamos que Cristo era un hombre, pero como fundamento de esta hipótesis, que todavía no es blasfemia, yace el aserto de que la consideración de que las consecuencias de la vida de uno son más importantes que su propia vida tiene su aplicación en el caso de Cristo. Si no se supone esto, entonces se admite que toda la propia empresa carece de sentido; se admite y se empieza con ello, y ¿por qué se pretende empezar de esta manera? Si se empieza, suponiendo esto, la blasfemia está en marcha. Y cuánto más se hunda en la consideración de las consecuencias, pero con la pretensión de llegar a concluir si El era o no perentoriamente Dios, más blasfemia es la conducta de tal pretendiente, y lo es en cada momento que la consideración dure.
Extraño: se pretende que si se consideran rectamente a fondo las consecuencias de la vida de Cristo se puede llegar de perillas a aquel ergo - y la fe sentencia que el primer paso de este intento es ya un burlarse de Dios, y, por lo tanto, la continuación un creciente burlarse de Dios. "La historia", dice la fe, no tiene nada que hacer con Jesucristo; con relación a El solamente se posee la historia sagrada (la cual es cualitativamente distinta de la historia en general), que relata el palmarés de su vida en la situación de la humillación y que, a la par, El dijo ser Dios. El es la paradoja, que la historia jamás podrá condimentar o transmutar en un silogismo corriente. El es en su humillación el mismo que en su elevación - pero los 1800 años, y aunque se convirtieran en 18000, no tienen nada que hacer en ello. Las brillantes consecuencias de la historia mundial, que casi llegan a convencer incluso a un profesor de historia de que El era Dios, no son de ninguna manera, a pesar de lo brillantes, su vuelta en majestad. Sin embargo, esta es la opi nión acostumbrada; lo que manifiesta de seguido que se hace de Cristo un hombre, cuya vuelta en majestad no es otra cosa que las consecuencias de su vida en la historia -cuando la vuelta de Cristo en majestad es algo totalmente distinto de eso, algo que se cree-. El se humilló y fue envuelto en harapos. El volverá de nuevo en majestad, pero las brillantes consecuencias, sobre todo si se las considera de cerca, son una majestad demasiado andrajosa, en todo caso inidentificable completamente, acerca de la cual, naturalmente, no habla jamás la fe, cuando habla de Su majestad. El existe, por ende, todavía constantemente solo en su humillación, hasta que -lo que es creído- vuelva de nuevo en majestad. La historia puede ser una ciencia espléndida, pero no debe arrogarse ilusa el poder -que ejercitará el Padre -de revestir a Cristo de su majestad, mientras le arropa con el manto de las brillantes consecuencias, como si fuera ése el de la vuelta. Que El en la humillación era Dios, que volverá nuevamente en majestad, es algo que sobrepasa peculiarmente la razón de la historia, que no puede sin una incomparable falta de dialéctica sacarse de la historia, por muy incomparablemente que se la considere".
¡Extraño! , y así se ha pretendido precisamente usar la historia para demostrar que Cristo era Dios.
¿Son las consecuencias de la vida de Cristo más importantes que su vida?
No, de ninguna manera, precisamente todo lo contrario; si fuese ése el caso, entonces Cristo sería solamente un hombre.
No es, desde luego, nada admirable que un hombre haya vivido; han vivido ya ciertamente millones y millones de hombres. Para que esto sea admirable tendrá que poseer su vida una admirabilidad, es decir, la admirabilidad que sobrevenga primariamente a la vida de un hombre por otra parte. No es admirable que El haya vivido, pero su vida encerraba varias cosas admirables. Entre éstas cabe también lo que El ha ejecutado, las consecuencias de su vida.
Pero que Dios haya vivido aquí en la tierra como un hombre particular, es infinitamente admirable. Aunque esto no haya tenido ninguna consecuencia, es lo mismo, permanece tan admirable, infinitamente admirable, infinitamente más admirable que todas las consecuencias. Intenta ahora resaltar la admirabilidad en otro sitio y podrás ver fácilmente lo demente : ¿Qué tendría de admirable que la vida de Dios haya tenido consecuencias admirables? Hablar de este modo es cháchara.
No, el hecho de que Dios haya vivido es lo infinitamente admirable, lo en sí y por sí mismo admirable. Supuesto que la vida de Cristo no hubiera tenido ninguna consecuencia, entonces si alguien dijera que su vida no era admirable, incurriría en una blasfemia. Pues es igualmente admirable; y si habría que ha blar de admirabilidad de otra parte, tendría que ser : lo admirable de que su vida no haya tenido ninguna consecuencia. En contra, si alguien dice que la vida de Cristo es admirable en razón de las consecuencias, no hace sino incurrir continuamente en burla de Dios; pues ello es lo en sí y por sí mismo admirable.
El acento no afecta a que un hombre haya vivido, sino que cae infinitamente sobre el que Dios haya vivido. Solamente Dios puede poner tanto peso sobre sí mismo, que el hecho de que haya vivido sea infinitamente más importante que todas las consecuencias del mismo, registradas en la historia.