P. G. Wodehouse
Fragmentos, de "Júbilo Matinal"

— Buenas noches, señor —dijo.

— Buenas noches, Jeeves —respondí.

— Me ha causado usted un sobresalto, señor.

— Nada comparado con el que me ha causado usted a mí. Creí que me estallaba el cráneo.

— Siento mucho haber sido la causa de que experimentase un malestar, señor. Me vi imposibilitado de anunciar mi aproximación, habiendo sido el encuentro puramente fortuito. Usted se ha quedado levantado hasta tarde.

— Sí.

— Difícilmente podría uno desear condiciones más deliciosas para un paseo de noche.

— ¿Es ese su punto de vista?

— Exactamente, señor. Siempre he pensado que hay pocas cosas más sedantes que un paseo nocturno por el jardín.

— Ahá ...

— El aire fresco, el perfume de las plantas que crecen ... El aroma que puede percibir es tabaco, señor.

— ¿Ah, sí ?

— Las estrellas...

— ¿Las estrellas ?

— Sí, señor.

— ¿Qué les pasa?

— Me limitaba a llamar su atención sobre ellas, señor. Fíjese usted cómo el manto del cielo está incrustado de oro brillante.

— Jeeves ....

— Nunca podremos comprender el menor de esos astros, señor, pero sus movimientos son como los cantos de los ángeles, contemplando los querubines de ojos juveniles ...

— Jeeves ....

— Tal armonía está en las almas inmortales. Pero mientras esta fangosa vestidura de suciedad nos recubrar groseramente, no podremos oírlos ...

— Jeeves ....

— ¿Señor?

— Podría usted dejar eso, ¿verdad?

— Ciertamente, señor, si usted así lo desea.

— No estoy de humor.

— Muy bien, señor.

— Ya sabe usted cómo está uno a veces...

En cuatro palabras puse a Boko al tanto de la situación.

Había supuesto que mi explicación lo perturbaría un poco, y mi suposición se vio plenamente realizada. He visto a muchas personas quedarse con la boca abierta, pero jamás una cuya mandíbula inferior cayese con esa violencia. Me sorprendió que no se saliese de sus goznes.

— Pero ¿cómo ? ...¿Cómo no me di cuenta ?

Esto, desde luego, tenía una explicación sencilla.

— Porque eres un perfecto idiota.

Nobby, que desde el principio del encuentro había estado escuchando erguida en su sila, con los ojos brillantes, emitiendo pequeños ruidos ahogados y mordiéndose el labio inferior con sus dientecitos de perla, apoyó mi frase.

— Idiota —asintió con voz extraña y ahogada— es la palabra justa. Y de todos...

Por preocupado que Boko estuviese, sin duda alcanzó a vislumbrar la cosecha que se seguiría, de permitir que Nobby expusiese abiertamente sus opiniones. Trató pues de detenerla con un gesto torturado.

— Un momento, querida....

— De todos los ...

— Sí, sí, ...

— De todos los imbéciles ...

— Exacto, exacto. Pero espera un segundo, ángel mío. Bertie y yo estamos debatiendo un punto delicado. ...

...
Los ojos de Florence brillaron como si alguien hubiera apretado un interruptor.

— ¡ Bertie ! ¡Pero esto es sorprendente! ¿De veras lees a Spinoza?

Es notable cuán facilmente sucumbe uno a la tentación de envanecerse. Destruye todo lo bueno que hay en nosotros. Nada hubiera sido más fácil que contestar que estaba equivocada, que la edición crítica era un regalo para Jeeves. Pero en lugar de aquella acción simple, viril y honrada, tuve que estropear todo.

— ¡Oh, ya lo creo! —dije, con un movimiento intelectual de mi paraguas—. En cuanto tengo un momento libre me encontrarás inclinado sobre las últimas novedades de Spinoza.

— ¡Bien!

Una sola palabra, pero, al oírla, un temblor recorrió mi cuerpo, desde la brillantina del pelo hasta la suela de goma de los zapatos.

Fue la mirada que acompañó la frase lo que me hizo estremecer. Era el tipo de mirada que me había echado Madeleine Bassett, la vez que fui a Totleigh Towers a hurtar la jarra lechera del viejo Basset, y ella creyó que había ido porque la amaba tanto que no soportaba vivir sin su compañía. Una mirada terrible, tierna y abrasadora, que me atravesaba, como un atizador al rojo en una barra de mateca y me llenaba de un miedo indecible.

Ocurre algunas veces, y a menudo tengo que censurárselo, que este hombre recibe la noticia de que su joven dueño se está partiendo en pedazos con un mero "Es molesto, señor". Pero aquella vez vi claramente que se hacía cargo de la seriedad de la situación. No recuerdo que haya palidecido, y ciertamente no dijo "¡Caray!" ni nada por el estilo, pero se acercó mucho al máximo de emoción que podía demostrar. La preocupación era visible en su mirada, y si no hubiera sido por sus rígidos puntos de vista respecto de la correcta etiqueta ente amo y criado, creo que me habría dado unas palmaditas en la espalda.

— Una verdadera catástrofe, señor.

Boko se veía abatido y aplastado, como si su alma hubiera pasado por una licuadora. Tenía el aspecto inconfundible del hombre a quien la chica de sus sueños le acaba de decir lo que piensa de él y no se ha recuperado todavía.

— Hola, Bertie —dijo, con voz apagada.

— Acá estamos, Boko.

— ¡Qué noche!

— Notable.

— ¿No tienes una petaca ?

— No.

— Lástima. Siempre habría que llevar una petaca, para los casos de peligro. Los perros San Bernardo la llevan, en los Alpes.... Cincuenta millones de perros San Bernardo no pueden equivocarse. Acabo de pasar por una gran experiencia emocional, Bertie.

— ¿Te ha encontrado Nobby?

Se estremeció levemente.

— Acabo de hablar con ella.

— Me parecía.

— Se nota en mis aspecto ¿verdad? Sí, supongo que será así. ¿No has sido tú quien le ha hablado de aquellos artículos para bromistas, no?

— Por supuesto que no.

— Alguien le ha contado.

— Tío Percy, probablemente.

— Es verdad. Ella le habrá preguntado qué tal fue el almuerzo... Sí, imagino que ésa fue la fuente de información autorizada.

— ¿De modo que ella te habló de ese tema?

— Oh, sí. Sí, habló. Su charla giró en torno de eso, y también de lo sucedido esta noche. No le faltaron palabras para desarrollar ambos temas.... ¿estás seguro de no tener una petaca?

— Seguro. Lo siento.

— Ah, bien... —dijo Boko, sumiéndose unos instantes en el silencio, del cual salió para preguntarme, en tono pensativo, de dónde sacarían las chicas esas expresiones.

— ¿Qué expresiones?

— No puedo repetirlas delante de un caballero. Supongo que las aprenden en los últimos años del colegio.

— ¿Te ha dado el olivo, no?

— Con mano firme. Fue una sensación extraordinaria, verme allí mientras ella hacía lo suyo. Una sensación como de algo pequeño y vibrante que se agitaba en torno, con furia. Como ser atacado por un pequinés.

— Nunca he sido atacado por un pequinés.

— Pues pregúntale al que lo haya sido. Te lo dirá. A cada momento, esperando el mordisco en el tobillo.

— ¿Y cómo terminó todo?

— Oh, salvé la vida. Pero, ¿qué es la vida?

— La vida no está mal.

— Cuando has perdido a la mujer que quieres ...

— ¿Has perdido a la mujer que quieres?

— Eso es lo que estoy tratando de poner en claro. No sé qué pensar. Todo depende del sentido que des a las palabras : "no quiero volver a verte ni a hablarte, ni en este mundo, ni en el otro, miserable imbécil".

— ¿Dijo eso?

— Entre otras cosas.

Comprendí que había llegado el momento de tranquilizar y dar ánimos.

— Yo no me preocuparía, Boko.

Pareció sorprendido.

— ¿No?

— No. Seguramente, ella no quería decir eso.

— ¿No quería decir eso?

— Claro que no.

— ¿Lo dijo solamente por decir algo? ¿Por mantener la conversación, digamos?

— Te diré, Boko. Tengo estudiado a fondo el sexo débil, lo he observado desde todos los puntos de vista, y mi conclusión es que cuando ellas se disparan de esa manera, no hay que prestar mucha atención a lo que dicen.

— ¿Aconsejarías ignorarlo?

— Totalmente. Quítatelo de la cabeza.

Permaneció un momento en silencio. Cuando habló, había un tono esperanzado en su voz.

— Hay una cosa cierta. Me quería. recién, esta misma tarde, me quería mucho. Ella me lo dijo. Hay que tener en cuenta eso.

— Y te quiere, todavía.

— ¿Lo crees de verdad?

— Por supuesto.

— ¿A pesar de que me llamó miserable imbécil?

— Desde luego. Eres un miserable imbécil.

— Eso es verdad.

— No puedes hacer caso de lo que dice una chica cuando te está mandando al cuerno por haber hecho alguna imbecilidad. Es como Shakespeare; suena bien, pero no quiere decir nada.

— ¿Tu opinión, entonces, es que el viejo sentimiento permanece?

— Totalmente. ¡Vamos, mi amigo! Si era capaz de quererte con esos pantalones de franela gris que llevas, no es posible que pueda llegar a olvidarte porque te hayas portado como una mula. El amor es indestructible; su llama sagrada arde eternamente.

— ¿Quién te dijo eso?

— Jeeves.

— El debe saberlo.

— Lo sabe. Puedes confiar en Jeeves.

— Es cierto. Se puede confiar en él. Eres un consuelo, Bertie.

— Trato de serlo, Boko.

— Me das esperanzas. Me sacas del abismo.

Se había serenado considerablemente. No es que llegase a erguir el pecho y echar adelante la barbilla, pero su moral estaba claramente reconfortada. Y creo que en uno o dos minutos más, hubiera llegado a estar contento, de no haber en ese momento rasgado el aire una voz femenina, llamándolo por su nombre.

— ¡Boko!

Se estremeció como un sauce.

— ¿Sí, querida?

—Ven aquí.

— Ya voy, ya voy ... ¡Oh, Dios mío! —le oí susurrar— ¡Un "bis"!

Se alejó, y yo permanecí reflexionando en lo sucedido.

Debo decir ante todo que contemplaba la situacion sin preocupación. A Boko, que había estado en el ring con la furia juvenil en explosión, era natural que le hubiese parecido que había llegado el fin del mundo, y que un severo juicio final había tenido lugar. Pero a mí, espectador frío y equilibrado, todo aquello me parecía mera rutina. Uno se encogía de hombros y consideraba la cosa como lo que realmente era.

Los lazos de seda del amor no se rompen sólo porque la mitad femenina de la pareja se enoje por el comportamiento imbécil de su compañero masculino y lance contra él una serie de epítetos acalorados. Por mucho que una mujer pueda adorar a su hombre, siempre llega un momento en que siente la irresistible necesidad de mandarlo al diablo y decirle cuatro frescas. Creo que si todos los enamorados que he conocido en la vida fuesen colocados en fila —es difícil de realizar, desde luego, pero lo digo a modo de suposición— llegarían hasta mitad de Picadilly. Y bien, no conozco ni uno solo de ellos que no haya pasado alguna vez por lo que acababa de pasar Boko.

Probablemente, ya se había desarrollado la segunda fase, es decir, cuando la amante llora sobre el pecho del amado, y lamenta haberse enfadado. Y que mi suposición era justa quedó demostrado por la apariencia de Boko al reunirse conmigo pocos minutos después. Incluso bajo aquella tenue luz, era fácil ver que el chico parecía haber heredado un millón de dólares. Andaba como en el aire y su alma se había ensanchado visiblemente, como una esponja en el agua.

— Bertie.

— Hola.

— ¿Estás ahí todavía?

— En mi puesto.

— Todo va bien, Bertie.

— ¿Todavía te quiere ?

— Sí.

— ¡Bravo!

— Ha llorado sobre mi pecho.

— ¡Bien!

— Y me ha dicho que lamentaba mucho haberse enojado. Y yo le dije: "¡Vamos, vamos!" , y todo es otra vez luz y alegría.

— ¡Magnífico!

— No sabes cómo me sentía...

— Me imagino.

— Retiró las palabras "miserable imbécil".

— ¡Bien!

— Dijo que yo era el árbol del cual pendía el fruto de su vida.

— ¡Bravo!

— Y, por lo visto, todo aquello de que no quería volver a verme ni a hablarme en este mundo ni en el otro, fue una equivocación.

— ¡Magnífico!

— La abracé y la besé fuerte.

— ¡Bien hecho!

— Jeeves, que estaba presente, se veía impresionado.

— Oh, ¿Jeeves estaba allí?

— Sí, Nobby y él han estado discutiendo planes y proyectos.

— ¿Para suavizar a tío Percy?

— Sí. Porque eso, naturalmente, todavía hay que hacerlo.

Puse cara seria. Cosa bastante inútil, desde luego, con aquella luz.

— Va a resultar difícil...

— No, para nada.

— ... después de haberte dirigido a él llamándolo "mi querido Worplesdon" y haberlo tratado de "asno solemne"...

— No es nada, Bertie. Jeeves ha tenido una de sus famosas ideas.

— ¿De veras?

— ¡Qué tipo!

— ¡Ah!

— Siempre digo que no hay nadie como Jeeves.

— Y puedes decirlo.

— ¿Has notado cómo es de abultada su cabeza en la parte de atrás?

— A menudo.

— Pues allí es donde está el cerebro. Un poco detrás de las orejas.

— Ahá. ¿Y... cuál es la idea?

— En una palabra, él opina que produciría una impresión excelente, y me ayudaría a recobrar el terreno perdido, el hecho de cuidar al viejo Worplesdon.

— ¿Cuidarlo?

— Exacto. Cuidarlo. En una palabra, me aconseja que tome partido por él, que me ocupe de protegerlo.

— ¿Proteger al tío Percy?

— Oh, me doy cuenta de que suena extraño. Pero Jeeves piensa que servirá.

— Sigo sin comprender.

— En realidad, es muy simple. Escucha. Supongamos que algún tipo bruto y energúmeno irrumpe mañana a las diez en punto de la mañana en el despacho del viejo Worplesdon y empieza a gritarle como un demonio llamándole por todos los nombres que pueden hallarse bajo el sol y lanzándole los peores insultos. Yo estoy esperando fuera del despacho, y, en el momento psicológico justo asomo la cabeza y, en tono de reproche, exclamo: "¡Basta, Bertie!".

— ¿Bertie?

— El tipo se llama Bertie. Pero no me interrumpas, que pierdo el hilo. Asomo la cabeza y digo: "¡Basta, Bertie!. No sabes lo que haces. No puedo oírte insultar a un hombre que admiro y respeto tanto como a lord Worplesdon. Lord Worplesdon y yo podemos haber tenido nuestras diferencias (la culpa fue mía y lo lamento profundamente), pero siempre he tenido la convicción de que es un honor para mí conocerlo. Y cuando te oí llamarlo un..."

Soy bastante rápido para entender. En el acto comprendí la naturaleza de aquel horrible plan.

— ¿Pretendes que yo vaya a insultar a tío Percy?

— A las diez en punto. Es esencial. Tendremos que sincronizar los relojes. Nobby dice que pasa todas las mañanas en el despacho, sin duda escribiendo porquerías a los capitanes de sus barcos.

— ¿Y entras tú y me atacas a mí por haberlo atacado a él?

— Eso mismo. Es imposible que no aparezca ante él bajo una luz favorable, y le haga pensar que soy un buen chico, en el fondo. Quiero decir, él estará allí, acurrucado en su sillón, mientras tú estás de pie delante de él, insultándolo y señalándolo con el dedo...

La visión evocada por estas palabras fue tan espantosa que me tambaleé, y hubiera rodado por el suelo de no haber agarrado a un árbol.

— ¿Dices que Jeeves ha sugerido esto?

— Exacto, fue como un relámpago brillante.

— Debe estar borracho.

Boko se puso rígido.

— No te entiendo, Bertie. Sitúo este plan entre sus más sutiles creaciones. Me parece una de esas simples estratagemas, tanto más efectivas cuanto que son sencillas, que difícilmente pueden fallar en algún detalle. Yo llego en el momento en que estás aplastando al viejo Worplesdon, y poniendo toda mi simpatía y auxilio para defenderlo, tengo que ...

Hay momentos en que los Wooster podemos mostrarnos firmes (como el diamante, creo que es la expresión), y uno de ellos es cuando se nos pide que intimidemos a hombres como tío Percy.

— Lo siento, Boko.

— ¿Lo sientes? ¿Por qué?

— No cuentes conmigo.

— ¡Cómo!

— No hay nada que hacer.

En su voz apareció una nota suplicante, la misma nota que había oído algunas veces en Bingo Little, cuando le pedía a un corredor de apuestas que adoptase un punto de vista amplio, y esperase su dinero una semana más.