Léon Bloy
Fragmentos de sus diarios

(30/5/1892) Marcho delante de mis pensamiento exiliados en una gran columna de silencio.

 

(13/6/1982) ¿Por qué estas abominables penas sin salida? ¿Por qué, sobre todo, estas decepciones infernales y el irrisorio privilegio de la Palabra a un hombre de buena voluntad que no tiene medio de hacerse oír? El mismo lamento de hace diez años y la misma sordera divina. Pero mi valor se va agotando ...

 

(21/10/1894) Ruego como un ladrón que pidiera limosna a la puerta de una granja que piensa incendiar.

 

(31/4/1895) Miseria terrible. Hace poco, Verónica, viéndome muy triste, se acerca a mí, me abraza y con una ternura extrema me dice:

— Papito, no llores, yo te voy a regalar algo.

Y la pobre niña busca entre sus juguetes algo que ofrecerme. Hoy, en la misa, este recuerdo me conmueve el corazón con demasiada fuerza para no corresponder a algo divino. ¿Hay algo más desgarrador que la compasión del que no tiene nada y quiere sin embargo dar? Y Dios ¿no es el Pobre de los pobres?

 

(23/8/1895) — Señor, no tengo confianza en Tí.
Bien sé que me amas, que me quieres infinitamente,
que has creado los mundos para mí,
y que esto no es nada en comparación de lo que quieres aún hacer.
Bien sé que "estás conmigo en la tribulación",
que fuiste abofeteado, despreciado, azotado,
coronado de espinas, crucificado por mí
hace dos mil años y desde siempre.
No importa,
yo son un mal judío
y no tengo confianza en Tí.

(Esta plegaria que expresa tan bien toda mi alma, ha brotado por sí misma y la he escrito como si me la dictasen)

 

(12/3/1900) Recuerdo haber visto muy nítidamente, en sueños, lo que es socorrer al prójimo. Lo he sentido de manera muy íntima - y me angustia no poder explicarlo - que no hay sino un socorro. Es el absoluto desprendimiento de sí mismo, tal como Jesús lo ha practicado. ... El lugar común "echarse en brazos de alguien" lo aclara singularmente. El resto es pura vanidad.

 

(16/3/1900) Demolición y despiece de un pobre portón de madera donde Verónica se hamacaba, y que mucho me había costado reforzar. Se trata de proporcionar un poco de calor a mi pequeña Magdalena que sufre. ¡Haga lo que haga, siento tanta necesidad de Dios! ¡Ah, si El quisiera tratarme con piedad, darme al fin la paz y la tranquilidad, yo trabajaría en hacerme santo y en santificar a los míos! ¡Poco lugar tendría entonces la literatura!

 

(1/11/1900) En estado de desgracia, la belleza es un monstruo.

 

(3/6/1901) Señor, a menudo lloro.
¿Es esto la tristeza de pensar en lo que sufro?
¿Es alegría de recordarte?
¿Cómo desenmarañar esto, y cómo no llorar tratando de desenmarañarlo?

(20/6/1901) Semana indeciblemente dolorosa, que nos ha enseñado que en caso de grave peligro nada debemos esperar de los hombres.
Relámpagos de júbilo por verse sufrir.
Las horas marchan sobre nosostros con patas de elefantes de bronce.

 

(26/6/1901) Es horrible vivir en una época tan maldita, tan renegada, en que no es posible hallar un santo; no digo un hombre santo sino un santo que cure enfermos y resucite muertos y al que se pudiera preguntar:
— ¿Qué es lo que espera Dios de mí, y qué es lo que debo hacer?

 

(5/7/1902) Uno resiste todo lo que puede, pero la razón se apaga. Ya no se ve. Se está como las bestias que gimen echadas sobre la tierra. Este suplicio es verdaderamente intolerable. Si por lo menos uno advirtiera un signo, un débil socorro, una palabra de bondad. Había ido a buscar soda, en la vecindad, y el anciano simpático que me atendió me regaló un tallo de lirio en flor, sacado de su jardín. Las flores estaban medio marchitas, pero ¿qué importaba? Me costó contener las lágrimas, pues tuve la ilusión o la evidencia de que el suyo fue un impulso de bondad.

 

(8/10/1902) Diga lo que diga, nunca me granjearé la amistad o la admiración de los que viven en la abundacia. Apenas tenía diez años cuendo leí en un pobre libro de distribución de premios un historia, ingenuamente titulada "El niño sensible". Es preciso creer que había en este relato infantil una virtud divina, porque su recuerdo me ha acompañado toda mi vida.

Se trataba simplemente de un niño que lloraba en el colegio, delante de una mesa bien servida, y que se negaba a comer al recordar la mesa miserable de sus padres. Al cabo de cuarenta y cinco años, yo, el viejo panfletista, lloro todavía acordándome de esa escena tan humilde y tan lejana.

 

(1/11/1903) Afirmo categóricamente que el mundo católico moderno es un mundo réprobo, condenado, rechazado absolutamente, un mundo infame al que el Señor Jesucristo ha "cenado" de la manera más completa, un espejo de ignominia donde él no puede mirarse sin sentir "miedo", como en Getsemaní.

 

(1/5/1906) Nos enteramos que nuestro propietario quiere vender la casa. Obligados otra vez a mudarnos, diremos adiós a nuestros queridos árboles que se quiere derribar, a la consoladora paz de este refugio, uno de los últimos que quedan en París. Todo será destruido para construir en su lugar una de esas horribles casas de renta. Por una profunda ley simbólica, el dinero detesta los árboles, y para la destrucción del Paraíso ese odio engendra al Propietario.

 

(3/7/1908) He tenido con harta frecuencia ocasiones de poner en evidencia la imbecilidad de nuestros católicos, prodigio enorme, demostrativo por sí solo de la divinidad de una religión capaz de resistirlo...

 

(4/7/1908) En el fondo, sólo estoy seguro de lo que adivino

(4/7/1908) A propósito de ese molde deprimente usado en la Compañía de Jesús y que se llama "Ejercicios", yo afirmo que la Santidad no es otra cosa que el esparcimiento feliz y completo de la individualidad, y que el estrangulamiento de ésta es una obra demoníaca. Cuanto más santo, más singular , empezando por san Ignacio de Loyola, que fue el más grande original de su tiempo.

 

(21/10/1908) Emprendo la lectura de la "Vida del Beato Grignion de Montfort", por un abate Boutin; desastrosamente escrita, en esa forma meliflua y filamentosa, típica de este género de libros, y que torna tan ingrata la historia de los más grandes santos.

 

(15/1/1909) Lección de historia a Verónica... me dirijo más a su imaginación y a su alma que a su memoria. Yo quisiera que la historia fuese para ella lo que es para mí: un bosque sombrío y magnífico.

 

(14/2/1909) Nueva carta del pelirrojo, sin otro objeto que el de parecer escritor cosa que nunca podrá ser. Las personas atacadas de este mal, nunca llegarán a escribir "Buenas tardes" con sencillez, ni aunque los nueve coros de ángeles se lo suplicaran de rodillas.

 

(32/12/1909) Una señorita de Amberes, que firma "Una futura carmelita" y que acaba de leer "El invendible" me remite cuatro páginas de lugares comunes piadosos. También ella quisiera que yo amara a todo el mundo, y me reprocha haber maltratado a Huysmans y al abate Mugnier.
En lugar de responder a sus lugares comunes, le envío "La sangre del pobre" con esta dedicatoria:

A María van N..., obsequio de un escritor muy pobre, a quien los católicos han dejado vergonzosamente perecer de miseria durante treinta años. Todo hombre ha recibido de Dios su misión. La mayoría debe, de una u otra manera, proclamar su Misericordia; algunos, en número muy reducido, generalmente calumniados o menospreciados, son elegidos para anunciar su Justicia o su Cólera. Estos últimos pertenecen a Nuestra Señora de La Salette, despreciada e insultada desde hace sesenta y tres años. Sería necesario comprender esto.

 

(2/3/1910) No suelo leer los avisos comerciales de "La Semaine Religieuse". En unos de sus números (siempre en Cuaresma) encuentro esto:
"¿Por qué sufrir cuando se tiene a mano el producto X[...] que cura infaliblemente los dolores estomacales? "

 

(15/4/1910) Carta a Léon Letellier, ex marino, actualmente atacado de filosofía:

He prometido hablarle del folleto que me envió, y estoy dispuesto a hacerlo, aunque me cuesta mucho. No hay en el mundo hombre alguno que desprecie más que yo a la filosofía. Antes, desde mis veinte hasta mis treinta años, creí amar a esa horrible señora por quien hice locuras, dedicándole muchas horas de mi precioso tiempo, cada una de las cuales se cotizaría en cientos de millones en el banco de la Eternidad. Pero me engañó, y con tales pedantes que ahora no puedo oír hablar de ella sin sentir convulsiones. ¡Y que por esta perra, por ese aborto de sí misma, yo haya podido, aunque sea por un tiempo, renegar de mi Dios, haya dilapidado, con horrendo perjuicio para mi alma, el único tesoro que poseía para comprar la Vida divina, es decir: mi tiempo, mi irreparable tiempo!
Sí, he leído su folleto, lo he leído como a tientas, en las más espesas tinieblas, y he terminado por estrellarme contra una pared. Nada en conclusión, absolutamente nada.
Pero he aquí una cosa sorprendente, y de la cual no me repongo. La palabra Dios no está escrita ni una vez. En una obra donde se habla de la conciencia, de la caridad (?), del alma, de la moral, etc., Dios no es nombrado sino de una manera completamente incidental, y para decir esta monstruosidad, que "Dios no puede ser pensado", exactamente como si hubiera dicho que la Idea no puede caer en el espíritu humano.
Entonces, ¿qué es lo que puede ser pensado, qué es lo que puede ser dicho y en qué difiere esa filosofía de una cosa de locos, de una cosa de manicomio? Es la abolición de la razón, consecuencia lógica de la abolición del sentido de las palabras. Letellier-sin-Dios : he ahí lo que no entra en mí. Es petrificante, idiotizante.
Ya había observado yo, no sin preocupación, la parálisis de su brazo derecho, cuando se trató de hacer la señal de la Cruz en mi mesa, e interiormente había lamentado esa invalidez en un ex-marino, joven todavía y aparentemente robusto. Pero no podía imaginarme esta otra parálisis y, habiéndola comprobado hoy, no llego a concebirla.
Cita usted esto de su maestro: "Nada valgo sin la desesperación, que es mi única fuerza y mi único fondo. Puede ella asistirme hasta en las últimas pruebas, adonde llego, para tener el valor de rechazar el deseo de la liberación". Estas palabras de un moribundo, si no fueran literatura no expresarían otra cosa que una demencia lamentable.
Si hay algo inherente a la naturaleza humana,es la necesidad, la esperanza, el deseo de la liberación, cualquiera sea el sentido que se le de a esta palabra; es decir, un apetito devorador de la integridad perdida al principio de los siglos, del Paraíso terrenal de donde fuera exilada la raza entera.
Su filosofía cree en "la búsqueda de la Verdad", como Malebranche, lo que es tan absurdo como buscar los anteojos de Spinoza cuando se los tiene sobre la nariz. La filosofía no es, quizás, más que una ocupación maldita, y sin ninguna duda, lo más inútil que existe en el mundo.
Me dice usted, a manera de envío, que seguramente he de "entrever la fe" que lo sostiene. Y bien. No he podido advertirla, pues en ninguna parte hay rastros de ella. En esencia, ignoro lo que cree, y ni siquiera tengo el más vago presentimiento de lo que pretende. Por ejemplo, cuando habla del "fanatismo" del cual - dice - hay que preservarse rigurosamente, no hay un ángel, no hay un puro espíritu de luz en todas las jerarquías celestiales que sea capaz de decir lo que usted entiende por tal cosa. En cuanto a la forma de "preservarse", he ahí otro abismo tenebroso. Todo lo que he podido sacar en limpio es ese lugar común, ya tratado en uno de mis libros, de que "lo absoluto no es de este mundo", lo que echa por tierra la aritmética, las leyes elementales de la mecánica, los meteoros más observables y hasta su propia identidad.
Yo, mi estimado Letellier, carezco de toda aptitud; soy de esas "felices e ingenuas naturalezas nacidas para vivir muy cómodas en la clara luz de la evidencia".
Me basta la Revelación, y su maestro habría podido clasificarme, desdeñosamente, entre "los niños bien educados que obedecen sin discutir"". Cuando obtengo una gracia, un milagro inclusive, que he pedido en mis oraciones, no tengo ni siquiera el pensamiento de asombrarme de ello, puesto que sé que está prometido y es exacto. Cuando la práctica del Sacramento de la Eucaristía me colma de gozo y me envuelve en su luz, ¡qué inmundo renegado sería menester que surgiera en mi interior para juzgar quimérica semejante dicha!
Dice usted: "Nada ocurre que no esté determinado". ¿Determinado por qué, por quién? Usted imagina decirlo, pero no lo dice, en absoluto. "Nada sucede sin Su Orden o Su Permiso": eso es lo que enseña el Catecismo. Esto es claro para mí, para mi espíritu infantil. Entonces, ¿qué quiere que haga con sus filósofos? Ya tengo demasiados literatos y charlatanes en mis caballerizas. Cuando me digo que debo practicar tal o cual virtud, confesar mis culpas y hacer penitencia por ellas ¿qué necesidad tengo de saber lo que ha podido determinar esos mandamientos de la Sabiduría infinita? "Yo no conozco otra cosa que Jesucristo; y Jesucristo crucificado", decía San Pablo, que fue el Apóstol de las Naciones. Eso me basta. Lo demás es viento helado y polvo. Esto es lo que yo hubiera dicho a su maestro, si hubiera conocido a ese desdichado.
He aquí, amigo mío, todo lo que me sugiere su folleto. Pascal ha dicho que "El Yo es odioso". En eso se equivocó el pobre Blas, como se equivocan los grandes hombres: es decir, mucho más y mucho mejor que los hombres comunes. En realidad, nada hay interesante fuera del Yo, fuera de la visión nítida de un alma, bella u horrible, que se descubre. Verdad indiscutible en literatura, por ejemplo: un poeta sin su yo es insoportable, fastidioso y repulsivo.
Cuando usted escribe que "no somos interesantes", que "no podemos interesarnos recíprocamente, ni siquiera por nosotros mismos, por lo que en nosotros es individual o exclusivo", se engaña impúdicamente a sí mismo, por errar a la manera de Pascal, pero con muchas más palabras, en una oscuridad mucho más profunda y doscientos cincuenta años después que él. En cuanto a mí, tengo la pretensión o la ambición de atraerlo, como tengo la certeza y la voluntad firme de amarlo, a pesar de su máscara de filósofo, intempestiva en toda época que no sea carnaval.

 

(24/12/1910) Lectura del "Proceso a Juana de Arco", de Joseph Fabre. La injusticia atroz de esos jueces eclesiásticos del siglo XV es verdaderamente angustiosa. Nada o muy poco han cambiado, sin duda; pero, afortunadamente para mí y para algunos otros, ya no disponen del poder secular.

 

(7/1/1911) "Espere usted a que termine mi evolución", me dice un moribundo a quien trato de convertir.

 

(17/4/1912) El naufragio del Titanic, el más grande de los transatlánticos, colma los diarios. En su primer viaje ha sido abierto por un témpano de hielo. Apenas un millar de hombres han podido salvarse, de los cuatro mil que llevaba esa construcción diabólica, cargada de riquezas. Dos multimillonarios murieron ahogados. Mientras estos viajaban rodeados del más insultante lujo, en el fondo de la sentina había una especie de infierno reservado a los inmigrantes pobres. Compadezco a éstos, pero ¿cómo no sentir el más dulce consuelo pensando en los otros? Excandescet in illos aqua maris.

 

(11/9/1912) El mal de este mundo no se percibe suficientemente sino cuando se lo exagera. En lo Absoluto no hay exageraciones.; y tampoco en el Arte, que es la búsqueda del Absoluto. El artista que no considera más que al objecto mismo, no lo ve. Y lo mismo le ocurre al moralista, al filósofo y hasta al historiador. Quizás a este último especialmente. Para decir algo de valor, tanto como para dar la impresión de la Belleza, es indispensable la exageración aparente, o sea, llevar la vista más allá del objeto; así se llega a la misma exactitud, sin exageración real ninguna, lo que puede ser demostrado por los Profetas, todos ellos acusados de exageración.

 

(17/11/1912) He aquí lo que he recibido hoy en la comunión:

Voy a comulgar. El sacerdote ha pronunciado las palabras terribles, que la piedad carnal llama consoladoras: "Señor, yo no soy digno ...". Jesús va a llegar, y debo prepararme para recibirlo, y no tengo más que un minuto... dentro de un minuto El estará en mi morada.
Yo no recuerdo haber barrido esta casa, donde El va a entrar como un rey o "como un ladrón"; pues no sé qué pensar de esta visita. ¿He limpiado siquiera alguna vez mi morada de impudicia y de carne?
La miro, con una pobre mirada de espanto, y la veo llena de polvo y basuras. En toda ella hay un olor a putrefacción y a inmundicia.
No me atrevo a examinar sus rincones. En los sitios menos oscuros, advierto manchas horribles, antiguas y recientes, que me recuerdan que he masacrado a inocentes, ¡a cuántos inocentes y con qué crueldad!
Las paredes están cubiertas de podredumbre y su fría humedad me hacen pensar en las lágrimas de tantos desdichados que me han implorado en vano, ayer, anteayer, hace diez, veinte, cuarenta años...
Pero ¡qué!... Allá, delante de esa puerta descolorida, ¿qué monstruo es ese, que no había visto antes, y que se parece a uno que a veces entreveo en el espejo? Parece dormir sobre esa puerta de bronce, cerrada y sellada por mí con tanto cuidado, para no oír el lamento de los muertos y sus dolorosos Miserere...
¡Ah, verdaderamente es necesario ser Dios para entrar sin temor a semejante casa!
¡Y El ya está llegando ! ¿Cuál será mi actitud, qué voy a decir, qué voy a hacer?
Absolutamente nada.
Antes de que El haya transpuesto el umbral, yo no estaré ya ahí, habré desaparecido, no sé cómo, pero estaré infinitamente lejos, entre las imágenes de las criaturas.
El entrará solo, y limpiará El mismo la casa, ayudado por su Madre, cuyo esclavo pretendo ser, y que en realidad es mi humilde sierva.
Cuando Ellos hayan partido, el Uno y la Otra, para visitar otras cavernas, yo regresaré y traeré otras inmundicias.

 

(24/7/1914) Para las gentes del vecindario, nosotros somos los que van a misa. Como si dijeran: los que han estado en la cárcel.

 

(4/1/1915) [carta a J. de Laurencie]

Querido amigo:
Mi mujer, que lo vio hoy, me dice que Ud. me atribuye el poder de consolarlo. Ya me había escrito usted cosas semejantes, y esto siempre me sorprende. ¡ Habrá que pensar que los contemporáneos no existen para que usted crea tener necesidad de mí! ¡ Qué necesidad tengo yo mismo de apoyarme en otro ! ¡ Cuántas veces lo he intentado! ¡ Cuántas veces creí encontrar columnas de granito, que no eran sino cenizas o algo peor ! Y temo no ser yo mismo más que eso.
Lo poco que tengo, Dios me lo dio sin que yo mereciese nada, ¿y qué uso he hecho de ello? El mal peor no es cometer crímenes, sino el no haber cumplido el bien que se pudo realizar. En esto consiste el pecado de omisión , que no es otra cosa que el no-amor, de lo que nadie se acusa. Alguien que me observase diariamente en la primera misa, a menudo me vería llorar. Esas lágrimas, que podrían ser santas, son más bien muy amargas. En esos momentos no pienso en mis pecados, algunos de los cuales son enormes. Pienso en lo que habría podido hacer y no hice, y le aseguro que es muy sombrío...
No me diga que éste es el caso de todo el mundo. Dios me dio el sentido, la necesidad, el instinto (no sé cómo decirlo) de lo absoluto, así como da púas al puerco-espín y trompa al elefante. Don extremadamente raro que he sentido desde mi infancia, facultad más peligrosa y más torturante que el genio mismo, ya que implica el ansia constante y furiosa de lo que no existe en la tierra, y provoca el aislamiento infinito. Pude haber llegado a ser un santo o un taumaturgo. He venido a dar en hombre de letras.
¡ Si supiese que esas frases o esas páginas que se quiere admirar son el residuo de un don sobrenatural que he malbaratado odiosamente y por el cual se me pedirá una terrible cuenta ! No hice lo que Dios quería de mí, esto es muy cierto. Más bien, he soñado lo que yo quería de Dios ; y heme aquí, a los sesenta años, no teniendo en mis manos más que papel.
¡Ah!, sé bien que usted no me creerá, que verá en esto una simple expresión de humildad. ¡Pobre de mí! Cuando uno está solo, frente a Dios, a la entrada de una avenida sombría, uno se conoce a sí mismo, y no se excede en la propia estimación.
La verdadera bondad, la buena voluntad completamente pura, la simplicidad de los niños, todo eso que invoca el beso de los labios de Jesús, uno sabe muy bien que no lo posee, y que verdaderamente no tiene nada que dar a los corazones sufrientes que imploran socorro. Esta es mi situación frente a usted, mi querido amigo. Claro que puedo rezar por usted, sufrir con y por usted, tratando de llevar un poco su carga. Puedo hacer eso pero me es imposible ofrecerle la gota de agua sacada de un cáliz del Paraíso. Hoy he creído que tenía el deber de decirle esto, porque usted confía demasiado en una criatura débil y dolorosa....