Artículo 1:
¿Cristo tuvo verdadero cuerpo después de la resurrección?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo verdadero cuerpo
después de su resurrección.
1. El verdadero cuerpo no puede estar junto con otro cuerpo en el
mismo lugar. Pero el cuerpo de Cristo, después de la resurrección,
estuvo junto con otro cuerpo en el mismo lugar, pues entró donde los
discípulos, estando las puertas cerradas, como se dice en Jn
20,26. Luego parece que Cristo no tuvo verdadero cuerpo después de su
resurrección.
2. El verdadero cuerpo no desaparece de la vista de los que
le miran, a no ser que, por casualidad, se corrompa. Ahora bien, el
cuerpo de Cristo desapareció de ante los ojos de los discípulos
cuando le miraban, como se escribe en Lc 24,31. Luego parece que
Cristo no tuvo verdadero cuerpo después de su resurrección.
3. Cada cuerpo tiene su propia figura. Pero el cuerpo de
Cristo se manifestó a los discípulos en otra figura, como es
notorio por Mc 16,12. Luego parece que Cristo no tuvo verdadero cuerpo
humano después de la resurrección.
Contra esto: está lo que se lee en Lc 24,37, cuando Cristo se les
aparece: sobresaltados y aterrados, creían ver un espíritu,
esto es, como si no tuviese un cuerpo verdadero sino fantástico. Para
ahuyentar ese error, añade El mismo (v.39): Palpad y ved, porque un
espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Por
consiguiente, no tuvo un cuerpo fantástico sino verdadero.
Respondo: Como escribe el Damasceno, en el IV
libro: Se dice que resucita aquello que ha
caído. Ahora bien, el cuerpo de Cristo cayó por causa de la
muerte, es a saber, en cuanto de él se separó el alma, que era su
perfección formal. Por eso fue necesario que, para que la resurrección
de Cristo fuese verdadera, el mismo cuerpo de Cristo se uniese otra
vez a la misma alma. Y, como la verdad de la naturaleza del cuerpo
proviene de la forma, sigúese que el cuerpo de Cristo, después de la
resurrección, fue verdadero cuerpo y tuvo la misma naturaleza que
antes había tenido. En cambio, si su cuerpo hubiera sido fantástico,
su resurrección no hubiese sido verdadera sino aparente.
A las objeciones:
1. Como enseñan
algunos, el cuerpo de Cristo, después de la
resurrección, no por un milagro sino por su condición gloriosa, entró
donde los discípulos, cerradas las puertas, estando en el mismo lugar
junto con otro cuerpo. Pero si el cuerpo glorioso puede, por alguna
propiedad suya, lograr existir en el mismo lugar junto
con otro cuerpo, se investigará más adelante, al tratar de la
resurrección común (véase Suppl., q.83 a.2). Para nuestro
propósito basta por ahora decir que, no por la naturaleza del cuerpo
sino más bien por el poder de la divinidad que le está unida, entró
aquel cuerpo, a pesar de ser verdadero, donde los discípulos, cerradas
las puertas. Por lo que Agustín dice, en un Sermón de Pascua, que algunos discutían este problema: Si era
cuerpo, si resucitó del sepulcro el cuerpo que pendió en la cruz ¿cómo
pudo entrar a través de unas puertas cerradas? Y
responde: Si comprendes el modo, deja de existir el
milagro. Donde la razón desfallece, allí está la edificación de la
fe. Asimismo, In loann. escribe: Las
puertas cerradas no se opusieron a la masa del cuerpo en que se
hallaba la divinidad, pues por ellas pudo pasar aquel que, al nacer,
conservó intacta la virginidad de su madre. Y lo mismo dice
Gregorio en una Homilía de la Octava de Pascua.
2. Como se ha expuesto (
q.53 a.3), Cristo resucitó a una vida gloriosa inmortal. Y es condición del
cuerpo glorioso el ser
espiritual, es decir, el estar sujeto al
espíritu, como dice el Apóstol en 1 Cor 15,44. Pero para que el cuerpo
esté totalmente sujeto al espíritu, es necesario que todas las
acciones del cuerpo se sometan a la voluntad del espíritu. Ahora bien,
el que una cosa se vea, se consigue por la acción de lo visible sobre
la vista, como es evidente por lo que dice el Filósofo, en II
De
anima''. Y, por consiguiente, quien tiene un cuerpo glorificado,
cuenta con el poder de ser visto cuando quiere, y de no ser visto
cuando no le place. Y esto lo tuvo Cristo no sólo por la condición
gloriosa de su cuerpo, sino también por el poder de la divinidad. Esta
puede hacer que incluso los cuerpos no gloriosos dejen de ser vistos
por un milagro, como le fue concedido milagrosamente a San Bartolomé,
de modo que
si quería, era visto, y no lo era si no
quería. Se dice, pues, que Cristo desapareció de la
vista de los discípulos, no porque se corrompiese o se desintegrase en
algunos elementos invisibles, sino porque por su propia voluntad dejó
de ser visto por ellos, hallándose presente, o porque se retiró de
allí por la dote de agilidad.
3. Como explica Severiano, en un
Sermón de
Pascua, nadie piense que Cristo cambió la
figura de su cara con la resurrección. Lo cual debe entenderse en
cuanto a la contextura de sus miembros, porque en el cuerpo de Cristo,
concebido del Espíritu Santo, no hubo nada desordenado y deforme que
precisase ser corregido en la resurrección. Sin embargo, en la
resurrección recibió la gloria de la claridad. Por lo cual añade el
mismo autor:
Pero se cambia su figura al hacerse,
de mortal, inmortal, de modo que esto equivaliese a adquirir la gloria
del rostro, no a perder la naturaleza del mismo.
Y sin embargo no apareció a los discípulos en forma gloriosa, sino
que, como estaba en su mano el que su cuerpo fuese visto o no lo
fuese, así estaba en su poder el que en los ojos de quienes lo veían
se formase una forma gloriosa, o no gloriosa, o incluso mezclada, o de
cualquier otra manera. Al fin, basta una pequeña diferencia para que
alguien dé la impresión de aparecer en una figura extraña.
Artículo 2:
¿Resucitó glorioso el cuerpo de Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo no resucitó
glorioso.
1. Los cuerpos gloriosos son resplandecientes, según aquellas
palabras de Mt 13,43: Los justos brillarán como el sol en el reino
de su Padre. Pero los cuerpos resplandecientes son vistos por
causa de la luz, no por razón del color. Por consiguiente, habiendo
sido visto el cuerpo de Cristo bajo la forma del color, como también
era visto antes, da la impresión de que no fue glorioso.
2. El cuerpo glorioso es incorruptible. Pero el cuerpo de
Cristo parece no haber sido incorruptible, puesto que fue palpable,
como El mismo dice: Palpad y ved (Lc 24,39). Dice Gregorio,
efectivamente, en una Homilía: Es necesario
que se corrompa lo que se palpa, y no puede palparse lo que no se
corrompe. Luego el cuerpo de Cristo no fue glorioso.
3. El cuerpo glorioso no es animal sino espiritual, como
es manifiesto por 1 Cor 15,35ss. Ahora bien, parece
que el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, fue animal,
puesto que comió. y bebió con los discípulos, como se lee en Lc 24,41
ss y en Jn 21,9ss. Luego da la impresión de que el cuerpo de Cristo no
fue glorioso.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Flp 3,21: Transformará
nuestro cuerpo humilde, conformándolo con su cuerpo
glorioso.
Respondo: El cuerpo de Cristo fue glorioso en
su resurrección. Y esto déjase ver por tres motivos. Primero, porque
la resurrección de Cristo fue el ejemplar y la causa de nuestra
resurrección, como se lee en 1 Cor 15,12ss. Y los santos, en su
resurrección, tendrán cuerpos gloriosos, como se dice en el mismo
pasaje (v.43):
Se siembra en vileza y se levantará en gloria.
De donde, por ser la causa superior a lo causado y el ejemplar a lo
copiado, con mucha mayor razón fue glorioso el cuerpo de Cristo
resucitado.
Segundo, porque mediante la humillación de la pasión mereció la
gloria de la resurrección. Por lo cual decía El mismo en Jn 12,27: Ahora mi alma está turbada, cosa que pertenece a la pasión; y
luego añade (v.28): Padre, glorifica tu nombre, con lo que pide
la gloria de la resurrección.
Tercero, porque, como antes se dijo (q.34 a.4), el alma de Cristo fue
gloriosa desde el principio de su concepción a causa de su perfecta
fruición de la divinidad. Pero, por una disposición divina, sucedió,
como arriba queda expuesto (q.14 a.1 ad 2; q.45 a.2), que la gloria no
redundase del alma en el cuerpo, a fin de que con su pasión realizase
el misterio de nuestra redención. Y, por tanto, una vez cumplido el
misterio de la pasión y la muerte de Cristo, su alma comunicó en
seguida la gloria al cuerpo, reasumido en la resurrección. Y, de este
modo, aquel cuerpo se tornó glorioso.
A las objeciones:
1. Lo que se recibe en un sujeto,
se recibe en conformidad con el modo de ser de quien lo recibe. Por
consiguiente, como la gloria del cuerpo se deriva del alma, según dice
Agustín, en la Epístola
Ad Dioscorum, el
resplandor o la claridad del cuerpo glorioso es conforme al color
natural del cuerpo humano, así como el cristal de diversos colores
recibe el resplandor de la iluminación del sol en conformidad con el
modo de ser de su propio color. Así como está en manos del hombre
glorificado el que su cuerpo se vea o deje de verse, como antes se ha
dicho (
a.1 ad 2), así también está en su poder el que se vea o no se
vea su claridad. Por lo cual puede ser visto en su propio color sin
claridad de ninguna clase. Y éste es el modo en que Cristo se apareció
a sus discípulos después de la resurrección.
2. Se afirma que un cuerpo es
palpable, no sólo por razón de la resistencia, sino también por razón
de su consistencia. Pero a lo ralo y a lo denso siguen lo grave y lo
leve, lo cálido y lo frío, y otras cualidades contrarias por el
estilo, que son los principios de la corrupción de los cuerpos
elementales. De donde, el cuerpo que es palpable al tacto humano, es
corruptible por naturaleza. Mas si existe algún cuerpo resistente al
tacto que no esté dispuesto conforme a las cualidades predichas, que
son los objetos propios del tacto humano, como acontece con el cuerpo
celeste, tal cuerpo no puede llamarse palpable. Ahora bien, el cuerpo
de Cristo, después de la resurrección, siguió compuesto de elementos,
conservando en sí mismo las cualidades tangibles, de acuerdo con lo
que requiere la naturaleza del cuerpo humano; y, por tal motivo, era
naturalmente palpable. Y, de no haber tenido algo que sobrepasase la
naturaleza del cuerpo humano, hubiera sido incluso corruptible. Pero
tuvo alguna otra cosa que lo volvía incorruptible; no, por cierto, la
naturaleza del cuerpo celeste, como algunos sostienen,
sobre lo que luego se investigará más (véase Suppi, q.82 a.l),
sino la gloria que redunda del alma bienaventurada, porque, como dice
Agustín Ad Dioscorum, Dios hizo el alma de una naturaleza tan
poderosa, que de su bienaventuran, plenísima redundase sobre el
cuerpo la plenitud de la salud, es decir, la fuerza de la
incorrupción. Y por eso, como escribe Gregorio, en el pasaje
aducido, el cuerpo de Cristo, después de la
resurrección, muestra que era de la misma naturaleza, pero de distinta
gloria.
3. Como escribe Agustín, en
XIII De Civ. Dei I Nuestro Salvador,
después de la resurrección, ya en una carne espiritual sin duda, pero
verdadera, comió y bebió con sus discípulos, no porque
tuviese necesidad de alimentos, sino por el poder que para esto
tenía. Porque, como dice Beda In Lúe., de una manera absorbe el agua la tierra sedienta, y de otra el rayo
ardiente del sol; aquélla, por necesidad; éste, por su fuerza.
Comió, por consiguiente, después de la resurrección, no como si
necesitase de comida, sino para demostrar de ese modo la naturaleza
del cuerpo resucitado. Y por esto no se sigue que su cuerpo fuese
animal, que es el que necesita comida.
Artículo 3:
¿El cuerpo de Cristo resucitó integro?
lat
Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo no resucitó
íntegro.
1. A la integridad del cuerpo pertenecen la carne y la sangre, que
Cristo parece no haber tenido, pues en 1 Cor 15,50 se dice: La
carne y la sangre no poseerán el reino de Dios. Pero Cristo
resucitó en la gloria de Dios. Luego parece que no tuvo carne y
sangre.
2. La sangre es uno de los cuatro humores. Por consiguiente,
si Cristo tuvo sangre, por igual razón tuvo los otros humores, de los
que se origina la corrupción en los cuerpos de los animales. Así pues,
se seguiría que el cuerpo de Cristo sería corruptible, lo que es
inaceptable. Luego no tuvo carne ni sangre.
3. El cuerpo de Cristo que resucitó, subió al cielo. Pero
en algunas iglesias se conserva como reliquia algo de su sangre. Luego
el cuerpo de Cristo no resucitó con la integridad de todas sus
partes.
Contra esto: está lo que dice el Señor, en Lc 24,39, hablando con sus
discípulos después de la resurrección: El espíritu no tiene carne y
huesos, como veis que yo tengo.
Respondo: Como antes se ha expuesto (
a.2 ad 2),
el cuerpo de Cristo resucitado
tuvo la misma naturaleza, pero una
gloria distinta. Por lo que, cuanto pertenece a la naturaleza del
cuerpo humano, estuvo íntegramente en el cuerpo de Cristo resucitado.
Pero es evidente que a la naturaleza del cuerpo humano pertenecen las
carnes, los huesos, la sangre y las demás cosas de este género. Y, por
este motivo, en el cuerpo de Cristo resucitado existieron todas estas
cosas. Y, por cierto, íntegramente, sin ninguna disminución; de otra
manera la resurrección no sería perfecta, en el caso de que no hubiera
sido reintegrado todo lo que por la muerte había caído. De donde
también el Señor lo promete a sus fieles, diciendo, en Mt 10,30:
Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. Y en Lc 21,18
está escrito:
No perecerá un solo cabello de vuestra
cabeza.
Decir, en cambio, que el cuerpo de Cristo no tuvo carne y huesos, y
las demás partes naturales del cuerpo humano por el estilo, es propio
del error de Eutiques, obispo de la ciudad de Constantinopla, quien
sostenía que nuestro cuerpo, en la resurrección
gloriosa, será impalpable, y más sutil que el viento y el aire; y
que el Señor, una vez que confirmó los corazones de los discípulos
que le habían palpado, lo convirtió en algo sutil. Lo cual es
condenado por Gregorio en el mismo lugar, porque el
cuerpo de Cristo, después de la resurrección, no se cambió, conforme a
las palabras de Rom 6,9: Cristo, al resucitar de entre los muertos,
ya no muere. Por lo que también aquél, a la hora de la muerte, se
retractó de lo que había dicho. Pues si es
inconveniente que Cristo, en su concepción, recibiese un cuerpo de
otra naturaleza, por ejemplo celeste, como defendió
Valentín, resulta mucho más incongruente que, en su
resurrección, reasumiese un cuerpo de otra naturaleza, porque en la
resurrección reasumió, para una vida inmortal, el cuerpo que, en su
concepción, había tomado para una vida mortal.
A las objeciones:
1. En el pasaje aducido, la
carne y la sangre no significan la naturaleza de carne y sangre,
sino la culpa de la carne y de la sangre, como dice Gregorio, en XIV
Moral.; o la corrupción de la carne y de la
sangre, porque, como escribe Agustín, en Ad Consentium, de
Resurrectione Carnis, no habrá allí corrupción ni
mortalidad de la carne y de la sangre. Por consiguiente, la carne,
según su sustancia, posee el reino de Dios, conforme a
lo dicho (Lc 24,39): El espíritu no tiene carne ni huesos, como
veis que yo tengo. En cambio, la carne, entendida en cuanto a su
corrupción, no lo poseerá. Por lo cual se añade al instante en las
palabras del Apóstol: Ni la corrupción (poseerá) la
incorrupción (1 Cor 15,50).
2. Según comenta Agustín en el
mismo libro, tal vez; tomando ocasión de la sangre,
nos estrechará más nuestro importuno opositor, y dirá: Si en el
cuerpo de Cristo resucitado hubo sangre, ¿por qué no también
pituita, esto es, flema?, ¿por qué no también hiél
amarilla, esto es, cólera, y hiél negra, es decir,
melancolía; los cuatro humores de que se compone la naturaleza de
la carne, según enseña la medicina? Pero, cualquiera que sea lo que
cada uno añada, guárdese de añadir la corrupción, no sea que corrompa
la salud y la pureza de su fe. Porque el poder divino es capaz de
suprimir de esta naturaleza visible y tratable de los cuerpos las
cualidades que quiera, dejando algunas, de suerte que esté ausente la
mancha de la corrupción, presente, en cambio, la figura;
presente el movimiento, (y) ausente la fatiga; presente la
facultad de comer, (y) ausente la necesidad de tener
hambre.
3. Toda la sangre que fluyó del
cuerpo de Cristo, por pertenecer a la realidad de su naturaleza
humana, resucitó en el cuerpo de Cristo. Y la misma razón vale para
todas las pequeñas partes que pertenecen a la realidad e integridad de
la naturaleza humana. Y la sangre que en algunas iglesias se guarda
con cuidado como reliquia, no fluyó del costado de Cristo, sino que se
dice que brotó milagrosamente de alguna imagen de Cristo
golpeada.
Artículo 4:
¿El cuerpo de Cristo debió resucitar con las cicatrices?
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Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo no debió
resucitar con las cicatrices.
1. En 1 Cor 15,52 se dice que los muertos resucitarán
incorruptos. Pero las cicatrices y las heridas implican una cierta
corrupción y una especie de defecto. Luego no fue conveniente que
Cristo, autor de la resurrección, resucitase con las
cicatrices.
2. El cuerpo de Cristo resucitó íntegro, como acabamos de
decir (
a.3). Pero las aberturas de las heridas son contrarias a la
integridad del cuerpo, porque rompen la continuidad del cuerpo. Luego
no parece haber sido conveniente que quedasen en el cuerpo de Cristo
las aberturas de las heridas, aun cuando permaneciesen en él ciertas
señales de éstas; las suficientes para la figura ante la que creyó
Tomás, a quien le fue dicho:
Porque me has visto, Tomás, has
creído (Jn 20,29).
3. Escribe el Damasceno en el libro IV
que, después de la resurrección, ciertas cosas se dicen de Cristo
con verdad, pero no conforme a la naturaleza, sino por divina
disposición, para certificar que el cuerpo que resucitó es el mismo
que padeció; tal acontece con las cicatrices. Pero, al cesar la
causa, cesa el efecto. Luego parece que, una vez certificados los
discípulos sobre su resurrección, no tuvo en adelante las cicatrices.
Pero no convenía a la inmutabilidad de la gloria que tomase cosa
alguna que no permaneciese perpetuamente en El. Parece, por
consiguiente, que, en la resurrección, no debió reasumir el cuerpo con
las cicatrices.
Contra esto: está lo que dice el Señor a Tomás, en Jn 20,27: Mete
aquí tu dedo,y mira mis manos; alarga tu mano y métela en mi
costado.
Respondo: Fue conveniente que el alma de Cristo
reasumiese, a la hora de la resurrección, el cuerpo con las
cicatrices. Primero, por la gloria del propio Cristo. Dice, en efecto,
Beda,
In Lúe., que conservó las cicatrices no
por la incapacidad de curarlas, sino
para llevar siempre los
honores del triunfo de su victoria. Por lo cual también escribe
Agustín, en XXII
De Civ. Dei, que,
tal vez
en aquel reino veremos en los cuerpos de los mártires las cicatrices
de las heridas que sufrieron por el nombre de Cristo; no será en ellos
una deformidad sino un honor; y brillará en su cuerpo
cierta belleza, no del propio cuerpo sino de la virtud.
Segundo, para confirmar los ánimos de los discípulos en lo tocante
a la fe de su resurrección.
Tercero, para mostrar siempre al Padre, al rogar por nosotros, la
clase de muerte que sufrió por el hombre.
Cuarto, para dar a conocer a los redimidos con su muerte cuan
misericordiosamente fueron socorridos, poniéndoles delante las señales
de esa misma muerte.
Finalmente, para hacer saber en el mismo lugar cuan justamente son
condenados en el juicio. De donde, como escribe
Agustín, en el libro De Symbolo, Cristo
sabía la razón de conservar las cicatrices en su cuerpo. Así como las
mostró a Tomás, que no estaba dispuesto a creer sin tocar y ver, asi
también habrá de mostrar sus heridas a los enemigos, para que,
convenciéndolos, la Verdad diga: He aquí el hombre a quien
crucificasteis. Veis las heridas que le hicisteis. Reconocéis el
costado que atravesasteis. Porque por vosotros, y por vuestra causa,
fue abierto; pero no quisisteis entrar.
A las objeciones:
1. Las cicatrices que permanecieron
en el cuerpo de Cristo no atañen a corrupción o defecto, sino a un
mayor cúmulo de gloria, porque son unas señales de virtud. Y en los
lugares de las heridas se dejará ver una especial hermosura.
2. La abertura de las heridas,
aunque implique cierta discontinuidad, todo eso queda compensado con
un mayor resplandor de la gloria, de modo que el cuerpo no es menos
íntegro sino más perfecto. Tomás no sólo vio sino que también tocó las
heridas, porque, como dice el papa León, bastó para
su propia fe ver lo que había visto; pero a nosotros nos benefició,
tocando lo que veía.
3. Cristo quiso conservar en su
cuerpo las cicatrices de las heridas no sólo para confirmar la fe de
sus discípulos, sino también por otros motivos. Por ellos se deja ver
que aquellas cicatrices quedarán siempre en su cuerpo. Porque, como
escribe Agustín, en Ad Consentium, de resurrectione carnis: Yo
creo que el cuerpo del Señor está en el cielo tal como era cuando subió
al cielo. Y Gregorio, en XIV Moral., dice
que si alguna cosa pudo mudarse en el cuerpo de Cristo después de
la resurrección, el Señor, después de la resurrección, volvió a la
muerte, contra el dictamen verídico de Pablo. ¿Quién, o qué necio, se
atreverá a decir esto, sino el que niegue la verdadera resurrección de
la carne? De donde resulta evidente que las cicatrices que Cristo
muestra en su cuerpo, después de la resurrección, nunca desaparecieron
en adelante de su cuerpo.