Suma teológica - Parte IIIa - Cuestión 44
Sobre las clases de milagros en particular
Artículo 1: ¿Fueron convenientes los milagros que Cristo realizó sobre las sustancias espirituales? lat
Objeciones por las que parece que no fueron convenientes los milagros realizados por Cristo sobre las sustancias espirituales.
1. Entre las sustancias espirituales, los santos ángeles tienen una perfección superior a los demonios, porque, como dice Agustín en III De Trin., los espíritus de vida racional desertores y pecadores son regidos por los espíritus de vida racional piadosos y justos. Pero no leemos que Cristo haya hecho milagro alguno sobre los ángeles buenos. Luego tampoco debió hacerlos sobre los demonios.
2. Los milagros de Cristo se ordenaban a manifestar su divinidad. Ahora bien, la divinidad de Cristo no debía ser manifestada a los demonios, porque eso hubiera impedido el misterio de su pasión, conforme a lo que se dice en 1 Cor 2,8: De haberlo sabido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Luego no debió hacer milagro alguno sobre los demonios.
3. Los milagros de Cristo se ordenaban a la gloria de Dios; por lo cual se dice en Mt 9,8 que, al ver las turbas al paralítico curado por Cristo, temieron y glorificaron a Dios, que dio tal poder a los hombres. Pero a los demonios no les pertenece glorificar a Dios, porque, como se dice en Eclo 15,9, la alabanza no está bien en labios del pecador. Por esto también se lee en Mc 1,34 y en Lc 4,41: No dejaba hablar a los demonios en lo que tocaba a su gloria. Luego parece no haber sido conveniente que hiciese milagros sobre los demonios.
4. Los milagros hechos por Cristo se ordenaban a la salud de los hombres. Pero algunos demonios fueron arrojados de los hombres con daño de éstos. Unas veces con detrimento corporal, como se narra en Mc 9,24-25, pues el demonio, al mandato de Cristo, dando gritos y agitándole con violencia, salió del hombre, quedando éste como muerto, hasta el extremo de decir muchos que estaba muerto. Otras veces, con daño de los bienes materiales, como cuando, a petición de los propios demonios, los envió a los puercos, a los que precipitaron al mar; por lo que los habitantes de aquella región le rogaron que se retirase de su término, como se lee en Mt 8,31-34. Luego parece que hizo estos milagros indebidamente.
Contra esto: está que esto había sido predicho por Zac 13,2, donde se lee: Extirparé de la tierra el espíritu impuro.
Respondo: Los milagros realizados por Cristo fueron argumentos de la fe que predicaba. Ahora bien, acontecería que con la virtud de su divinidad expulsaría el poder de los demonios de los hombres que habrían de creer en El, según aquellas palabras de Jn 12,31: Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Y, por este motivo, fue conveniente que, entre otros milagros, también liberase a los poseídos por el demonio.
A las objeciones:
1. Así como Cristo debía librar a los hombres del poder de los demonios, así también debía asociarlos a los ángeles, conforme a lo que se dice en Col 1,20: Pacificando por la sangre de su cruz lo que hay en los cielos y en la tierra. Y por este motivo no convenía demostrar a los hombres otros milagros acerca de los ángeles, excepto las apariciones de éstos a los hombres, lo que aconteció en su nacimiento, en su resurrección y en su ascensión (cf. Lc 2,9; Mt 28; Me 16; Lc 24; Jn 20,12).
2. Como escribe Agustín, en IX De Civ. Dei, Cristo se dio a conocer a los demonios tanto cuanto quiso;y quiso tanto cuanto convino. Pero se les dio a conocer no como a los ángeles santos, en cuanto es vida eterna, sino a través de ciertos efectos temporales de su poder. Y, en primer lugar, viendo que Cristo tenía hambre después del ayuno, juzgaron que no era el Hijo de Dios. Por lo que, a propósito de Lc 4,3 —si eres el Hijo de Dios, etc.—, comenta Ambrosio: ¿Qué significa el exordio de tal conversación sino que, habiendo conocido que el Hijo de Dios había de venir, no se le ocurrió que hubiera venido mediante la flaqueza del cuerpo? Pero luego, al ver los milagros, por cierta sospecha, conjeturó que era el Hijo de Dios. Por eso, comentando las palabras de Mc 1,24 —sé que eres el Santo de Dios—, dice el Crisóstomo que no tenia noticia cierta o segura de la venida de Dios. Sin embargo sabía que era el Mesías prometido en la Ley. Por lo cual se dice en Lc 4,41: Porque sabían que El era el Mesías. El que confesasen que El era el Hijo de Dios, obedecía más a una sospecha que a una certeza. Por esto escribe Beda In Lúe.: Los demonios confiesan al Hijo de Dios y, como luego se dice, «sabían que era el Mesías». Porque, al verlo el diablo fatigado por el ayuno, entendió que era hombre verdadero; pero, al no triunfar sobre El cuando le tentó, dudaba si sería el Hijo de Dios. Ahora, mediante el poder de los milagros, o entendió o, mejor, sospechó que era el Hijo de Dios. Por consiguiente, si persuadió a los judíos que le crucificasen, no fue porque dejó de pensar que el Mesías era el Hijo de Dios, sino porque no previo que, con su muerte, sería él condenado. Y de este «misterio escondido desde antes de los siglos» dice el Apóstol (1 Cor 2,8) que «ninguno de los príncipes de este mundo le conoció, pues, si le hubieran conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloría».
3. Cristo no hizo los milagros de expulsar a los demonios por el provecho de éstos, sino a causa de la utilidad de los hombres, para que éstos glorificaran a Dios. Y por esto les prohibió hablar de lo que redundaba en alabanza de El. Primero, para ejemplo, porque, como dice Atanasio, no les dejaba hablar, aunque dijesen verdad, para acostumbrarnos a nosotros a no cuidarnos de ellos, aun cuando parezcan decir verdad. Es ilícito que, teniendo las divinas Escrituras, nos dejemos instruir por el diablo. Y esto es peligroso porque, con frecuencia, los demonios mezclan mentiras con verdad. Segundo, porque, como dice el Crisóstomo, no convenía que robasen la gloria del ministerio apostólico. Ni era decente que el misterio de Cristo fuera dado a conocer por una lengua apestosa, porque la alabanza no está bien en labios del pecador (Eclo 15,9). Tercero, porque, como dice Beda, no quería encender con esto la envidia de los judíos. Por lo que también los mismos Apóstoles reciben la orden de callar acerca de El, no fuera que, predicando la majestad divina, se desacreditase el destino de la pasión.
4. Cristo había venido especialmente a enseñar y hacer milagros para utilidad de los hombres, principalmente en lo que se refiere a la salud del alma. Y por esta razón permitió que los demonios expulsados causasen algún daño a los hombres, ya en el cuerpo, ya en los bienes, por el provecho del alma humana, a saber, para instrucción de los hombres. Por esto dice el Crisóstomo, In Matth., que Cristo permitió a los demonios entrar en los puercos, no como persuadido por los demonios, sino: Primero, para instruirnos sobre la magnitud del daño que infieren a los hombres cuando los tientan; segundo, para que todos aprendan que ni contra los puercos se atreven a hacer cosa alguna si El no se lo permite; tercero, para mostrar que hubieran hecho daños mayores en aquellos hombres que en los puercos de no haber sido ayudados por la divina Providencia.

Y por las mismas causas permitió que el liberado de los demonios fuese afligido, de momento, más gravemente, aunque al instante le libró de la aflicción. Por aquí también se pone de manifiesto, como escribe Beda, que muchas veces, cuando nos esforzamos por convertirnos a Dios después de haber llevado una vida de pecado, somos excitados con mayores y nuevas asechanzas del antiguo enemigo. Hace esto o para inspirar odio a la virtud, o para vengar la injuria de su expulsión. El hombre curado quedó como muerto, según comenta Jerónimo, porque a los sanos se les dice: Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3).

Artículo 2: ¿Los milagros sobre los cuerpos celestes fueron hechos oportunamente por Cristo? lat
Objeciones por las que parece que los milagros sobre los cuerpos celestes fueron hechos inoportunamente por Cristo.
1. Como dice Dionisio en el c.4 del De Div. Nom., no es propio de la Providencia divina destruir la naturaleza, sino conservarla. Pero los cuerpos celestes son por su naturaleza incorruptibles e inalterables, como se prueba en I De cáelo. Luego no fue conveniente que Cristo hiciera mutación alguna sobre el curso de los cuerpos celestes.
2. El correr del tiempo se mide de acuerdo con el movimiento de los cuerpos celestes, según aquellas palabras de Gen 1,14: Haya luminares en el firmamento del cielo, y sirvan de señales para las estaciones, los días y los años. Así pues, mudado el curso de los cuerpos celestes, se altera la distinción y el orden de los tiempos. Pero no se lee que esto haya sido percibido por los astrólogos, que contemplan las estrellas y calculan los meses, como se dice en Is 47,13. Luego da la impresión de que Cristo no introdujo mutación alguna en el curso de los cuerpos celestes.
3. A Cristo le correspondía más hacer milagros mientras vivía y enseñaba que a la hora de su muerte; ya porque, como se dice en 2 Cor 13,4, fue crucificado en razón de su flaqueza, pero vive por el poder de Dios, con el que hacía los milagros; ya porque sus milagros confirmaban su doctrina. Ahora bien, no leemos que durante su vida haya hecho milagro alguno sobre los cuerpos celestes; antes bien, cuando los fariseos le piden una señal del cielo, rehusó concedérsela, como se narra en Mt 12,38-39 y 16,1-4. Luego parece que tampoco a la hora de su muerte debió hacer milagro alguno sobre los cuerpos celestes.
Contra esto: está lo que se cuenta en Lc 23,44-45: Las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona, y se oscureció el sol.
Respondo: Como antes se ha explicado (q.43 a.4), los milagros de Cristo debían ser tales que bastasen para probar que El era Dios. Y esto no se prueba tan claramente por las transmutaciones de los cuerpos inferiores, que pueden ser movidos también por otras causas, como por el cambio del curso de los cuerpos celestes, que sólo Dios ha ordenado de manera inmutable. Y esto es lo que dice Dionisio en la epístola Ad Polycarpum: Es preciso reconocer que nunca puede cambiarse el orden y el movimiento de los cielos, a no ser que el que hace todas las cosas y las cambia según su palabra, tenga motivo para este cambio. Y por esto fue conveniente que Cristo también hiciese milagros sobre los cuerpos celestes.
A las objeciones:
1. Así como es natural a los cuerpos inferiores el ser movidos por los cuerpos celestes, que son superiores según el orden de la naturaleza, de igual manera es natural a toda criatura el que sea cambiada por Dios a su voluntad. Por esto dice Agustín en XXVI Contra Faustum, y se lee en la Glosa, comentando el pasaje de Rom 11,24 —-fuiste contra naturaleza injertado, etc.—: Dios, creador y gobernador de todas las cosas, no hace nada contra la naturaleza, porque lo que El hace constituye la naturaleza de cada cosa. Y así no se destruye la naturaleza de los cuerpos celestes cuando Dios les cambia su curso; se destruiría si lo cambiase alguna otra causa.
2. Con el milagro que Cristo hizo (cf. Lc 23,44), no se alteró el orden de los tiempos, porque, según algunos, aquellas tinieblas, u oscurecimiento del sol, que acaecieron en la pasión de Cristo, se debieron a que el sol retrajo sus rayos, sin alteración alguna en el movimiento de los cuerpos celestes, que es el que mide los tiempos. Por esto dice Jerónimo In Matth.: Parece que la lumbrera mayor retrajo sus rayos o para no ver al Señor pendiente, o para que los impíos, que blasfemaban, no tomasen de su luz Pero tal retracción no debe entenderse como si estuviera en poder del sol lanzar sus rayos o retraerlos, pues no los emite a su elección, sino por naturaleza, como escribe Dionisio en el c.4 del De Div. Nom.. Se dice que el sol retrajo sus rayos, en cuanto que el poder divino hizo que sus rayos no llegasen a la tierra.

Orígenes, en cambio, dice que esto sucedió por la interposición de las nubes. De donde, In Matth., escribe: Es natural pensar que nubes oscurísimas, abundantes y densas, acudieron en tropel sobre Jerusalén y sobre la región de Judea, y por tal motivo se produjeron profundas tinieblas desde la hora de sexta hasta la de nona. Pienso yo que así como los demás signos que sucedieron en la pasión, por ejemplo «que el velo se rasgó, que tembló la tierra», etc., tuvieron lugar sólo en Jerusalén, así sucedió con éste; o si alguno quisiera extenderlo más pensando en la tierra de Judea, porque en Lc 23,44, se dice que «las tinieblas cubrieron toda la tierra», ésta debe limitarse a Judea, como en 1 Re 18,10 dijo Abdías a Elias: «Vive Dios, que no hay nacion ni reino a que mi señor no haya enviado a buscarte», indicando que le buscaron en las naciones que limitan con Judea.

Pero sobre esto se ha de creer más bien a Dionisio, quien, como testigo de vista, observó que eso sucedió por la interposición de la luna entre nosotros y el sol. Dice, efectivamente, en su Epístola Ad Polycarpum: Contra todo lo concebible, veíamos que la luna avanzaba hacia el sol; es decir, lo veíamos los que morábamos en Egipto, como allí se dice. Y señala cuatro milagros. Primero, que el eclipse natural del sol por la interposición de la luna no ocurre nunca sino en tiempo de la conjunción del sol y la luna. Y entonces la luna se hallaba en oposición al sol, al ser el día quince del mes, puesto que era la Pascua de los judíos. Por esto dice: no era tiempo de conjunción. El segundo milagro es que, habiendo sido vista la luna, cerca del mediodía, junto con el sol en medio del cielo, por la tarde apareció en su lugar, esto es, en oriente, en oposición al sol. Por lo que añade: Y de nuevo la vimos, es decir, a la luna, desde la hora nona, en que se apartó del sol, cesando las tinieblas, hasta el atardecer, milagrosamente devuelta al diámetro frente al sol, esto es, para que estuviese diametralmente opuesta al sol. Y así resulta evidente que no se alteró el curso ordinario de los tiempos porque, merced al poder divino, aconteció que la luna milagrosamente se aproximase al sol fuera de su debido tiempo y que, al retirarse del sol, recuperase su propio lugar en el tiempo oportuno. El tercer milagro consiste en que, por ley natural, el eclipse de sol siempre comienza por el occidente y termina en el oriente. Y la razón de esto está en que la luna según su propio movimiento, por el que se mueve de occidente a oriente, es más veloz que el sol en su propio movimiento. Por eso la luna, viniendo del occidente y tendiendo hacia el oriente, alcanza al sol y lo pasa. Pero entonces la luna ya había pasado al sol y, distando de él la mitad del círculo, se encontraba en oposición al sol. Por esto fue necesario que la luna se volviese al oriente, hacia el sol, y, caminando hacia occidente, le alcanzase primero por la parte del oriente. Y esto es lo que él dice: Vimos el eclipse comenzando por el oriente y llegando hasta los contornos del sol, porque lo eclipsó enteramente, volviendo luego desde aquí para atrás. El cuarto milagro fue que, en el eclipse natural, el sol comienza a reaparecer por la misma parte en que antes empezó a oscurecerse, es a saber: Porque la luna, acercándose al sol, le pasa en su caminar natural hacia oriente, y así abandona primero la parte occidental del sol, que también primero había ocupado. Pero entonces la luna, volviendo milagrosamente de oriente a occidente, no pasó al sol, para estar más al occidente que éste; pero, una vez que llegó al término del sol, se volvió hacia el oriente, y de este modo deja primeramente descubierta la parte del sol que ocultó en último lugar. Y así el eclipse comenzó por la parte oriental, pero la claridad comenzó a reaparecer primero en la parte occidental. Y esto es lo que él dice: Y vimos de nuevo la falta de la luz y su reaparición no del mismo modo, es decir, no por la misma parte del sol, sino, al contrario, del lado diametralmente opuesto.

El Crisóstomo, In Matth., añade un quinto milagro, diciendo que las tinieblas duraron tres horas, cuando el eclipse de sol pasa en un momento, y no se detiene, como saben los que lo han observado. Con lo que se da a entender que la luna se quedó quieta bajo el sol. A no ser que prefiramos decir que la duración de las tinieblas se cuenta desde el instante en que comenzó a oscurecerse el sol hasta el momento en que el sol quedó totalmente limpio.

Pero, como escribe Orígenes In Matth., los hijos de este mundo objetan contra esto: ¿Cómo es posible que ninguno de los escritores griegos o bárbaros hoja dejado constancia de un hecho tan portentoso? Y añade que un sujeto llamado Flegón refiere en sus Crónicas este acontecimiento bajo el imperio del César Tiberio, pero no indicó que ocurriera en tiempo de luna llena. Pudo, pues, suceder que los astrólogos de toda la tierra no se ocuparan entonces de observar el eclipse, porque no era el tiempo apropiado, y atribuyeran aquella oscuridad a alguna perturbación atmosférica. Pero en Egipto, donde raras veces aparecen las nubes debido a la serenidad del aire, Dionisio y sus compañeros se sintieron movidos a observar lo antes mencionado acerca de aquella oscuridad.

3. Convenía que la divinidad de Cristo se demostrase por los milagros principalmente cuando más se dejaba ver en El la flaqueza según su naturaleza humana. Y, por este motivo, en el nacimiento de Cristo apareció en el cielo una estrella (cf. Mt 2). De donde Máximo, en un Sermón de Navidad, dice: Si tienes una pobre opinión del pesebre, levanta un poco los ojos y mira en el cielo la nueva estrella que anuncia al mundo el nacimiento del Señor.

Y en la pasión apareció una flaqueza todavía mayor en lo que atañe a la humanidad de Cristo. Como escribe el Crisóstomo In Matth., ésta es la señal que prometió dar a los que se la pedían, diciendo: «Esta generación depravada y adúltera pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Joñas» (Mt 12,39), dando a entender la cruz y la resurrección. Pues, en efecto, es mucho más admirable que esto sucediera cuando El estaba clavado en la cruz que cuando andaba por la tierra.

Artículo 3: ¿Procedió Cristo oportunamente cuando hizo milagros sobre los hombres? lat
Objeciones por las que parece que Cristo procedió indebidamente cuando hizo milagros sobre los hombres.
1. En el hombre, el alma es mejor que el cuerpo. Ahora bien, Cristo hizo muchos milagros sobre los cuerpos, pero no leemos que hiciese alguno sobre las almas, puesto que no convirtió milagrosamente algunos incrédulos a la fe, sino amonestándolos y haciendo milagros exteriores; ni leemos tampoco que haya hecho sabios a algunos necios. Luego parece que no procedió convenientemente cuando hizo milagros sobre los hombres.
2. Como antes se ha dicho (q.43 a.2), Cristo hacía los milagros con el poder divino, cuya propiedad es obrar repentinamente, de modo perfecto y sin ayuda de nada. Pero Cristo no siempre curó a los hombres repentinamente en cuanto al cuerpo, pues en Mc 8,22-25 se narra que, tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y poniéndole saliva en los ojos, impuestas las manos, le preguntó si veía algo. Y, levantando los ojos, dijo: Veo hombres como árboles que caminan. Luego le impuso de nuevo las manos sobre los ojos,y comenzó a ver,y quedó sanado de manera que lo veía todo claramente. Y así resulta evidente que no le curó repentinamente, sino, primero, de modo imperfecto y por medio de la saliva. Luego da la impresión de que no hizo oportunamente los milagros sobre los hombres.
3. Las cosas que no se implican mutuamente, no hay por qué quitarlas a la vez. Ahora bien, la enfermedad corporal no siempre es causada por el pecado, como es manifiesto por lo que dice el Señor en Jn 9,2-3: Ni pecó éste, ni pecaron sus padres, para que naciera ciego. Luego no fue necesario que perdonase los pecados a los hombres que buscaban la curación de los cuerpos, como se lee que hizo con el paralítico, en Mt 9,2. Sobre todo porque, siendo una cosa menor la salud corporal que el perdón de los pecados, no parece ser un argumento convincente de que pudiera perdonar los pecados.
4. Los milagros de Cristo fueron hechos para confirmación de su doctrina y como testimonio de su divinidad, como antes se dijo (q.43 a.4). Ahora bien, nadie debe impedir el fin de su obra. Luego parece desacertado que Cristo prohibiese a los curados milagrosamente que lo dijesen a nadie, como es evidente en los pasajes de Mt 9,30 y Mc 8,26; sobre todo cuando a algunos otros les ordenó publicar los milagros de que se habían beneficiado, como en Mc 5,19 se lee que dijo al que había liberado de los demonios: Vete a tu casa, a los tuyos, y anuncíales cuanto el Señor ha hecho contigo.
Contra esto: está lo que se lee en Mc 7,37: Todo lo hizo bien: hizo oír a los sordos y hablar a los mudos.
Respondo: Lo que se ordena a un fin debe guardar proporción con tal fin. Ahora bien, Cristo vino al mundo y enseñó con el fin de salvar a los hombres, conforme a las palabras de Jn 3,17: Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Y por esto fue conveniente que Cristo mostrase, especialmente mediante las curaciones milagrosas de los hombres, que era el Salvador universal y espiritual de todos '.
A las objeciones:
1. Los medios que tienden a la consecución de un fin se distinguen del mismo fin. Y los milagros hechos por Cristo se ordenan, como a su fin, a la salud de la parte racional, que consiste en la ilustración de la sabiduría y en la justificación de los hombres. Lo primero presupone lo segundo, porque, como se dice en Sab 1,4, en alma perversa no entrará la Sabiduría, ni habitará en cuerpo sometido al pecado. Ahora bien, no era conveniente justificar a los hombres sin su consentimiento, porque esto hubiera sido contra la noción de justicia, que implica la rectitud de la voluntad; y también hubiera sido contra la esencia de la naturaleza humana, que ha de ser llevada al bien libremente y no por coacción. Cristo, pues, justificó interiormente a los hombres con su virtud divina, pero no contra la voluntad de los mismos. Esto no es propiamente un milagro, pero pertenece al fin de los milagros. Igualmente, también con su poder divino infundió la sabiduría a los discípulos sencillos, por lo que les dice El en Lc 21,15: Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Tal iluminación interior no se cuenta entre los milagros visibles, sino sólo en su aspecto exterior, a saber, en cuanto que los hombres veían a quienes eran iletrados y sencillos hablar tan sabiamente y con tanta entereza. Por eso se lee en Act 4,13: Viendo, los judíos, la valentía de Pedro y Juan y considerando que eran hombres sin letras e ignorantes, se maravillaban. Y, sin embargo, aunque estos efectos espirituales se distingan de los milagros visibles, son, no obstante, testimonio de la doctrina y del poder de Cristo, conforme al pasaje de Heb 2,4: Testificando Dios con señales y prodigios, con diversos milagros y dones del Espíritu Santo.

No obstante, sobre las almas de los hombres, principalmente en lo que se refiere a cambiar las potencias inferiores, hizo Cristo algunos milagros. Por lo cual Jerónimo, a propósito de Mt 9,9 —«levantándose le siguió»—> comenta: El mismo resplandor y la majestad de la divinidad oculta, que se transparentaba también en su rostro humano, podía atraer hacia El a los que le contemplaban a primera vista. Y sobre aquellas palabras de Mt 21,12 —«arrojaba a todos los que vendían y compraban»-dice el mismo Jerónimo: Entre todos los prodigios que hizo el Señor, éste me parece el más admirable: Que un hombre solo, y sin prestigio en aquel tiempo, pudiera expulsar, a golpes de látigo, a tan gran muchedumbre. Sino que de sus ojos resplandecía una mirada toda fuego y brillante, y la majestad de la divinidad se traslucía en su rostro. Y Orígenes, In loann., escribe: Este milagro es mayor que el del agua convertida en vino, porque allí permanece la materia inanimada, mientras que aquí quedan subyugados los espíritus de tantos miles de hombres. Y sobre el pasaje de Jn 18,6 —«Retrocedieron y cayeron en tierra»-dice Agustín: Con sola la voz¡ sin dardo alguno, hiere, rechaza, y echa por tierra aquella turba de odio feroz y terrible por las armas. Es que Dios estaba escondido bajo la carne. Y al mismo propósito viene lo que se cuenta en Lc 4,30, que Jesús, atravesando por medio de ellos, se marchó. Sobre lo cual dice el Crisóstomo que estar en medio de los que ponen asechanzas y no ser aprehendido, demuestra la preeminencia de la divinidad. Y sobre las palabras de Jn 8,59 —«Jesús se ocultó y salió del templo»-comenta Agustín: No se ocultó en un rincón del templo, ni se apartó tras un muro o una columna, como hombre medroso, sino que con su poder celeste se hizo invisible a los que le acechaban, y salió por medio de ellos.

Por todos estos testimonios resulta evidente que Cristo, cuando quiso, con su poder divino cambió las almas de los hombres, no sólo justificándoles e infundiendo en ellos la sabiduría, cosa que toca al fin de los milagros, sino también atrayéndolos exteriormente, o aterrándolos, o dejándolos atónitos, lo que pertenece a los propios milagros.

2. Cristo había venido a salvar al mundo no sólo con el poder de su divinidad, sino asimismo mediante el misterio de su encarnación. Y por esto, con frecuencia, cuando curaba a los enfermos no usaba sólo del poder divino, simplemente ordenando, sino que también añadía algo de parte de su humanidad. Por esto, sobre el pasaje de Lc 4,40 —«imponiendo las manos a cada uno, los curaba a todos»-comenta Cirilo: Aunque en cuanto Dios hubiera podido alejar todas las enfermedades con una palabra, los tocó, demostrando con ello que su humanidad era eficaz para dar remedios. Y acerca de Mc 8,23-25 —«poniendo saliva en sus ojos e imponiéndole las manos, etc.»-dice el Crisóstomo: Escupió e impuso las manos al ciego, queriendo demostrar que la palabra divina, unida a la obra, hizo el milagro; la mano deja ver la acción; la saliva, la palabra que procede de la boca. Y sobre el pasaje de Jn 9,6 —«hizo barro con la saliva y untó con el barro los ojos del ciego»-escribe Agustín: Hizo barro con su saliva, porque «el Verbo se hizo carne». O también para significar que El mismo era quien del barro de la tierra había formado al hombre, como explica el Crisóstomo.

Acerca de los milagros de Cristo hay que considerar también que, en general, los hacía como obras perfectísimas. Por esto, a propósito de Jn 2,10 —«todo el mundo sirve primero el vino bueno»-comenta el Crisóstomo: Los milagros de Cristo son de tal categoría que resultan mucho más preciosos y útiles que las obras realizadas por la naturaleza. De igual modo confería instantáneamente la salud perfecta a los enfermos. Por ello, Jerónimo, a propósito de Mt 8,15 —«se levantó y los servía» —, comenta: La salud que el Señor confiere, vuelve íntegra en un instante.

Especialmente a propósito del ciego aquel sucedió lo contrario por su falta de fe, como dice el Crisóstomo. O, como dice Beda, al que podía curar totalmente y con una sola palabra, lo sana poco apoco, para mostrar la grandeza de la ceguera humana, que con dificultad, y como por pasos, vuelve a la luz y para indicarnos su gracia, con la cual nos ayuda en cada avance hacia la perfección.

3. Como antes se ha expuesto (q.43 a.2), Cristo hacía los milagros con el poder divino, y las obras de Dios son perfectas, tal como se lee en Dt 32,4. Pero nada es perfecto si no consigue su fin. Y el fin de la curación exterior realizada por Cristo es la curación del alma. Por eso no convenía que Cristo curase el cuerpo de nadie sin curar su alma. De donde, a propósito de Jn 7,23 —«he curado enteramente a un hombre en día de sábado» —, comenta Agustín: Al ser curado para recobrar la salud del cuerpo, creyó para quedar sano del alma.

Especialmente se dice al paralítico: Tus pecados te son perdonados (Mt 9,5), porque, como expone Jerónimo In Matth., con esto se nos da a entender que los pecados son la causa de la mayor parte de las enfermedades corporales; y tal vez por eso son perdonados primeramente los pecados para que, suprimidas las causas de la enfermedad, sea devuelta la salud. Por lo cual, en Jn 5,14 se dice: Ya no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor. Con lo que, como dice el Crisóstomo, aprendemos que la enfermedad le había provenido del pecado.

Aunque, como añade el mismo Crisóstomo In Matth., cuanto el alma es mejor que el cuerpo, tanto es mayor perdonar los pecados que curar el cuerpo; mas, porque aquello no es manifiesto, hace lo que es menos pero más claro, para demostrar lo que es mayor pero no tan manifiesto.

4. Sobre las palabras de Mt 9,30 —«mirad que nadie lo sepa»-comenta el Crisóstomo: Lo que aquí se dice no es contrarío a lo que se ordena al otro: «Vete y anuncia la gloría de Dios» (cf. Mc 5,19). Lo que se nos enseña es que nosotros debemos prohibirlo a los que tratan de alabarnos por causa de nosotros mismos. En cambio, si la gloria se refiere a Dios, no debemos impedirlo, sino más bien instar a que se haga.
Artículo 4: ¿Fue conveniente que Cristo hiciese milagros sobre las criaturas irracionales? lat
Objeciones por las que parece inconveniente que Cristo hiciera milagros sobre las criaturas irracionales.
1. Los animales irracionales son más nobles que las plantas. Pero Cristo hizo algún milagro sobre las plantas, por ejemplo cuando, a su palabra, se secó la higuera, como se narra en Mt 21,19. Luego parece que Cristo hubiera debido hacer milagros sobre los animales irracionales.
2. La pena sólo se impone justamente cuando hay culpa. Ahora bien, la higuera no tuvo la culpa de que Cristo no encontrase fruto en ella, porque no era el tiempo de los higos (Mc 11,13). Luego parece desacertado el que la secase.
3. El aire y el agua están entre el cielo y la tierra. Pero Cristo hizo algunos milagros en el cielo, como arriba se ha dicho (a.2). E igualmente los hizo en la tierra, cuando ésta tembló al tiempo de su pasión (Mt 27,51). Luego parece que también debió hacer algún milagro en el aire y en el agua, por ejemplo dividir el mar, como lo hizo Moisés (cf. Ex 14,16.21), o el río, como Josué (cf. Jos 3) y Elias (cf. 2 Re 2,8); y que se produjesen truenos en la atmósfera, como aconteció en el monte Sinaí cuando era entregada la Ley (cf. Ex 19,16), y como lo hizo Elias, según 1 Re 18,45.
4. Los milagros conciernen a la obra del gobierno del mundo por la Providencia divina. Pero esta obra presupone la creación. Luego parece desacertado que Cristo se haya servido de la obra de la creación, por ejemplo cuando multiplicó los panes (cf. Mt 14,15). Por consiguiente, no parece haber sido convenientes los milagros sobre las criaturas irracionales.
Contra esto: está que Cristo es «la sabiduría de Dios» (1 Cor 1,24), de la cual se dice, en Sab 8,1, que dispone todas las cosas con suavidad.
Respondo: Como antes se ha expuesto (a.3), los milagros de Cristo se ordenaban a dar a conocer en El el poder de la divinidad para la salvación de los hombres. Ahora bien, concierne al poder divino que le estén sometidas todas las criaturas. Y, por este motivo, fue conveniente que hiciese milagros en toda clase de criaturas, y no sólo en los hombres, sino también en las criaturas irracionales.
A las objeciones:
1. Los animales irracionales son próximos al hombre según el género, por lo cual fueron creados el mismo día que el hombre. Y, por haber hecho tantos milagros sobre los cuerpos humanos, no convenía que hiciera milagro alguno sobre los cuerpos de los animales irracionales, sobre todo porque, en lo que toca a la naturaleza sensible y corporal, no hay diferencia entre los hombres y los animales, especialmente entre los terrestres. Los peces, por vivir en el agua, difieren más de la naturaleza del hombre, por lo que fueron creados en distinto día que éste. En ellos hizo Cristo el milagro de la pesca abundante, como se cuenta en Lc 5,4-11 y Jn 21,6; y también en el pez pescado por Pedro, y en el que encontró un estáter (Mt 17,26). Por lo que se refiere a los puercos que se precipitaron en el mar (cf. Mt 8,32), no se produjo una obra milagrosa, sino una obra de los demonios por permisión divina.
2. Como expone el Crisóstomo In Matth., cuando el Señor obra un prodigio semejante en las plantas o en los animales, no busques la justicia de que la higuera se haya secado, si no era tiempo de higos, porque preguntar por eso sería una locura, porque en tales seres no se da ni culpa ni pena; fijate, por el contrario, en el milagro, y admira al que lo hace. Ni hace el Creador injuria al dueño si usa de su criatura, a su arbitrio, para salud de los demás. Antes bien, como dice Hilario In Matth., hallamos en esto un argumento de la bondad divina, pues, queriendo ofrecer un ejemplo de la salud que nos da, ejerció la fuerza de su poder en los cuerpos humanos; mas, para indicar la forma de su severidad contra los contumaces, indicó lo que podía acontecerles mediante el daño de un árbol. Y sobre todo, como dice el Crisóstomo, en la higuera, que es muy húmeda, para que el milagro fuese más patente.
3. Cristo hizo también, en el agua y en el aire, los milagros que se armonizaban con sus propósitos, es a saber, cuando, como se lee en Mt 8,26, imperó a los vientos y al mar y sobrevino una gran bonanza. Pero no convenía, a quien había venido a restablecer todas las cosas a un estado de paz y tranquilidad, alterar el aire o dividir las aguas. Por esto dice el Apóstol en Heb 12,18: No os habéis acercado a un monte tangible, al fuego encendido, al torbellino, a la oscuridad y a la tormenta.

Sin embargo, con ocasión de la pasión, se rasgó el velo (Mt 27,52), para mostrar que quedaban al descubierto los misterios de la ley; se abrieron los sepulcros (Mt 27,52), para indicar que con su muerte se daba vida a los muertos; tembló la tierra y se rajaron las rocas (Mt 27,52), para manifestar que los corazones lapídeos de los hombres se ablandarían con su pasión, y que todo el mundo, en virtud de la misma, había de mejorarse.

4. La multiplicación de los panes no se hizo en forma de creación, sino por adición de una materia extraña convertida en pan. Por esto dice Agustín In loann.: Como multiplica las mieses a base de pocos granos, así multiplicó en sus manos los cinco panes. Porque es evidente que los granos se multiplican en las mieses por conversión.