Corresponde a continuación tratar el tema de la paz. Sobre él se
formulan cuatro preguntas:
Artículo 1:
¿Son lo mismo paz y concordia?
lat
Objeciones por las que parece que son lo mismo paz y
concordia:
1. Dice San Agustín en XIX De civ. Dei que la paz de los
hombres es la concordia ordenada. Ahora bien, aquí
hablamos de la paz de los hombres. Por tanto, paz es lo mismo que
concordia.
2. La concordia consiste en cierta unión de voluntades. Pues
bien, la paz no es otra cosa que esa unión de voluntades, según el
testimonio de Dionisio en el cap. II De div. nom.: La paz es
unitiva en todos y obradora de consentimiento. Por
tanto, la paz se identifica con la concordia.
3. Los que tienen el mismo contrario son idénticos entre
sí. Ahora bien, la disensión se opone a la paz y a la concordia, ya
que leemos en 1 Cor 14,33: No es Dios de disensión, sino de
paz. Por tanto, paz y concordia son idénticas.
Contra esto: está el hecho de que puede darse concordia de impíos en el
mal. Pero según Isaías (48,22), no hay paz para los impíos. Por
tanto, paz y concordia no son lo mismo.
Respondo: La paz implica concordia y añade algo
más. De ahí que, donde hay paz, hay concordia, pero no al revés, si
entendemos en su verdadera acepción la palabra paz. La
concordia propiamente dicha implica, es verdad, una relación a otro en
el sentido de que las voluntades de varias personas se unen en un
mismo consenso. Pero ocurre igualmente que el corazón de la misma
persona tiende a cosas diferentes de dos modos. Primero: según las
potencias apetitivas; y así, el apetito sensitivo las más de las veces
tiende a lo contrario del apetito racional, según se expresa el
Apóstol en Gál 5,17: La carne tiene tendencias contrarias a las del
espíritu. El otro modo, en cuanto la misma potencia apetitiva, se
dirige a distintos objetos apetecibles, que no puede alcanzar a la
vez, y esto conlleva necesariamente contrariedad entre los movimientos
del apetito. Ahora bien, la paz implica, por esencia, la unión de esos
impulsos, ya que el corazón del hombre, aun teniendo satisfechos
algunos de sus deseos, no tiene paz en tanto desee otra cosa que no
puede tener a la vez. Esa unión, empero, no es de la esencia de la
concordia. De ahí que la concordia entraña la unión de tendencias
afectivas de diferentes personas, mientras que la paz, además de esa
unión, implica la unión de apetitos en un mismo apetente.
A las objeciones:
1. San Agustín habla allí de la paz
de un hombre con otro. Y de esa paz dice que es concordia, pero no
cualquier tipo de concordia, sino la ordenada, a saber,
concordar conforme al interés de cada uno. Efectivamente, si uno
concuerda con otro no por espontánea voluntad, sino coaccionado bajo
el temor de algún mal inminente, esa concordia no entraña realmente
paz, ya que no se guarda el orden entre las partes, sino que más bien
está perturbada por quien ha provocado el temor. Por eso escribe antes
San Agustín que la paz es tranquilidad del orden. Y esa
tranquilidad consiste realmente en que el hombre tenga apaciguados
todos los impulsos apetitivos.
2. Si uno está de acuerdo con otro
en lo mismo, no se sigue de ello que lo esté consigo mismo, a menos
que todos sus impulsos apetitivos estén acordes entre
sí.
3. A la paz se oponen dos tipos de
disensiones: la del hombre consigo mismo y la del hombre con otro. A
la concordia se opone solamente la segunda disensión.
Artículo 2:
¿Apetecen todas las cosas la paz?
lat
Objeciones por las que parece que todas las cosas no apetecen la
paz:
1. La paz, según Dionisio, es unitiva del consentimiento. Pues bien, no se puede producir esa unión en los seres que carecen de conocimiento. Por tanto, éstos no pueden apetecer la paz.
2. El apetito no tiende a la vez a cosas contrarias. Ahora
bien, son muchos los que apetecen guerras y disensiones. En
consecuencia, no todos desean la paz.
3. Sólo el bien es apetecible. Pero hay cierta paz que
parece mala, ya que, de lo contrario, no diría el Señor no he
venido a traer la paz (Mt 10,34). Luego no todas las cosas desean
la paz.
4. Parece que todas las cosas desean el bien sumo, que
es el último fin. Pues bien, la paz no es bien de ese género, puesto
que se tiene incluso en esta vida, ya que de otra manera en vano
recomendaría el Señor guardad la paz entre vosotros (Mc 4,49),
Luego no todas las cosas desean la paz.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en XIX De civ. Dei
de que todos desean la paz, y de Dionisio en el
capítulo 2 De div. nom., que afirma lo mismo.
Respondo: El hecho de desear algo implica el
deseo de alcanzarlo y de ver eliminado lo que impida su consecución.
Pues bien, en el caso presente, el obstáculo puede proceder de un
deseo contrario que se dé o en quien lo desea o en otro. Ahora bien,
como acabamos de exponer (a.1), lo uno y lo otro desaparece con la
paz, y de ello se infiere que quien tiene un deseo codicie también la
paz, ya que debe lograr el objeto apetecido tranquilamente y sin
tropiezos, y en eso precisamente consiste la paz definida por San
Agustín: tranquilidad del orden.
A las objeciones:
1. La paz conlleva no solamente la
unión del apetito intelectual o racional y del apetito sensitivo, a
los que atañe el consentimiento, sino también del apetito natural.
Por eso dice Dionisio que la paz produce el consentimiento y la
connaturalidad, significando aquí el consentimiento
la unión de apetitos producto del conocimiento, y la connaturalidad,
la unión de las tendencias naturales.
2. Incluso quienes buscan guerras
y disensiones no desean sino la paz que creen no tener. En verdad,
como ya se ha dicho (a.1 ad 1), no hay paz si uno concuerda con otro
en contra de sus preferencias personales. Por eso los hombres,
guerreando, desean romper esa concordia, que no es sino paz
defectuosa, para llegar a una paz en la que no haya nada contrario a
su voluntad. Por eso, cuantos hacen la guerra intentan llegar por ella
a una paz más perfecta que la que antes tenían.
3. La paz consiste en la quietud y
unión del apetito. Y así como puede haber apetito tanto del bien
verdadero como del bien aparente, puede darse igualmente una paz
verdadera y una paz aparente. La paz verdadera no puede darse,
ciertamente, sino en el apetito del bien verdadero, pues todo mal,
aunque en algún aspecto parezca bien y por eso aquiete el apetito,
tiene, sin embargo, muchos defectos, fuente de inquietud y de
turbación. De ahí que la verdadera paz no puede darse sino en bienes y
entre buenos. La paz, empero, de los malos es paz aparente, no
verdadera. Por eso se dice en Sab 14,22: Viven en la gran guerra de
la ignorancia; a tantos y tan grandes males llamaron
paz.
4. La verdadera paz no puede tener
por objeto sino el bien, y como un verdadero bien se puede poseer de
dos maneras, es decir, perfecta o imperfectamente; así pues, hay
doble paz verdadera. La verdadera consiste en el goce perfecto de bien
sumo, y que unifica y aquieta todos los apetitos. Éste es el fin
último de la criatura racional, según lo que leemos en Sal 147,3: Puso en tus confines la paz. La paz imperfecta se da en este
mundo, en donde, aunque la tendencia principal del alma repose en
Dios, hay, no obstante, dentro y fuera, cosas que contradicen y
perturban esa paz.
Artículo 3:
¿Es la paz efecto propio de la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que la paz no es efecto propio de la
caridad:
1. Sin la gracia santificante no hay caridad. Pues bien, hay quienes
tienen paz y no tienen gracia santificante, como los gentiles, que a
veces disfrutan también de paz. Por tanto, no es efecto de la
caridad.
2. No es efecto de la caridad aquello cuyo contrario puede
coexistir con la caridad. Ahora bien, la disensión que contradice a la
paz puede darse con la caridad, ya que vemos que también sagrados
doctores como San Jerónimo y San Agustín discutieron en algunas
opiniones (1-2 q.103 a.4 ad 1), y se ve igualmente en Act 15,37 que
discutieron incluso Pablo y Bernabé. Parece, pues, que la paz no es
efecto de la caridad.
3. Una misma cosa no puede ser efecto propio de causas
diversas. Pues bien, la paz, según Isaías 32,17, es efecto de la
justicia: La paz es obra de la justicia. No es, por lo mismo,
efecto de la caridad.
Contra esto: está el testimonio del Sal 118,165: Mucha paz tienen
quienes aman tu ley.
Respondo: La paz, como queda dicho (a.1),
implica esencialmente doble unión: la que resulta de la ordenación de
los propios apetitos en uno mismo, y la que se realiza por la
concordia del apetito propio con el ajeno. Tanto una como otra unión
la produce la caridad. Produce la primera por el hecho de que Dios es
amado con todo el corazón, de tal manera que todo lo refiramos a El, y
de esta manera todos nuestros deseos convergen en el mismo fin.
Produce también la segunda en cuanto amamos al prójimo como a nosotros
mismos; por eso quiere cumplir el hombre la voluntad del prójimo como
la suya. Por esta razón, entre los elementos de la amistad ha puesto
el Filósofo, en IX Ethic., la identidad de gustos, y Tulio, en el libro De Amicitia, expone que entre amigos
hay un mismo querer y un mismo no querer.
A las objeciones:
1. Nadie pierde la gracia
santificante si no es por el pecado, que aparta al hombre del fin
debido, prefiriendo sobre él un fin malo. En este sentido, su apetito,
de hecho, no se adhiere principalmente al bien final verdadero, sino
al aparente. Por eso, sin gracia santificante no puede haber paz
verdadera, sino sólo aparente.
2. Según el Filósofo, en IX Ethic., la amistad no comporta concordancia en opiniones, sino en los bienes útiles para la vida, sobre todo en los más importantes, ya que disentir en cosas pequeñas es como si no se disintiera. Esto explica el hecho de que, sin perder la caridad, puedan disentir algunos en sus opiniones. Esto, por otra parte, no es tampoco obstáculo para la paz, ya que las opiniones pertenecen al plano del entendimiento, que precede al apetito, en el cual la paz establece la unión. Del mismo modo, habiendo concordia en los bienes más importantes, no sufre menoscabo la caridad por el disentimiento en cosas pequeñas. Esa disensión procede de la diversidad de opiniones, ya que, mientras uno considera que la materia que provoca la disensión es parte del bien en que concuerdan, cree el otro que no. Según eso, la discusión en cosas pequeñas y en opiniones se opone, ciertamente, a la paz perfecta que supone la verdad plenamente conocida y satisfecho todo deseo; pero no se opone a la paz imperfecta, que es el lote en esta vida.
3. La paz es indirectamente obra
de la justicia, es decir, en cuanto elimina obstáculos. Pero es
directamente obra de la caridad, porque la caridad, por
su propia razón específica, causa la paz. Como afirma Dionisio en el
capítulo 4 De div. nom., el amor es una fuerza unificante;
la paz es la unión realizada en las inclinaciones apetitivas.
Artículo 4:
¿Es virtud la paz?
lat
Objeciones por las que parece que la paz es virtud:
1. Los preceptos no se dan sino sobre los actos de las virtudes. Pues
bien, hay preceptos que prescriben la paz, como vemos en Mc 9,49: Guardad entre vosotros la paz. Por tanto, la paz es
virtud.
2. Solamente merecemos con actos de virtud. Ahora bien, es
meritorio procurar la paz, según Mt 5,9: Bienaventurados los
pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios. La paz, pues, es
virtud.
3. Los vicios se oponen a las virtudes. Pues bien, las
disensiones, que se oponen a la paz, se enumeran entre los vicios,
como se ve en el testimonio de Gál 5,20. Luego la paz es
virtud.
Contra esto: está el hecho de que la virtud no es fin último, sino
camino hacia él. La paz, en cambio, es, en cierta manera, fin último,
como afirma San Agustín en XIX De civ. Dei. En
consecuencia, la paz no es virtud.
Respondo: Como queda expuesto (q.28 a.4),
cuando se produce una serie de actos que proceden del mismo agente y
bajo la misma modalidad, todos ellos proceden de una sola y única
virtud, y cada uno no procede de una virtud particular. Esto se ve en
la naturaleza: el fuego calentando licúa y dilata a la vez, y no hay
en él una fuerza que licúe y otra que dilate, sino que todos esos
efectos los produce el fuego por su fuerza única calentadora. Pues
bien, dado que, como queda expuesto (a.3), la paz es efecto de la
caridad por la razón específica de amor de Dios y del prójimo, no hay
otra virtud distinta de la caridad que tenga como acto propio la paz,
como dijimos también del gozo (q.28 a.4).
A las objeciones:
1. Se da el precepto de tener paz
precisamente por ser acto de caridad. Por eso mismo es también
meritorio. De ahí que se cuente entre las bienaventuranzas, que, como
ya expusimos (1-2 q.69 a.1 y 3), son actos de virtud perfecta. Se la
cuenta también entre los frutos, por ser cierto bien final que
contiene dulzura espiritual.
2. Con esto queda respuesta la segunda objeción.
3. A una misma virtud se oponen
muchos vicios según sus actos diferentes. Según eso, a
la caridad, se opone no solamente el odio por razón del acto de amor,
sino también la acedia y la envidia, por razón del gozo, y la
disensión, por razón de la paz.