Artículo 1:
¿Se ordena alguna gracia gratis dada a realizar milagros?
lat
Objeciones por las que parece que ninguna gracia gratis dada se
ordena a la realización de milagros.
1. Toda gracia añade algo al hombre en el que se da. Pero el hacer
milagros no añade nada al alma del hombre al que se le concede, porque
también se obran milagros al contacto con un hombre muerto, tal como
leemos en 4 Re 13,21, donde se dice que algunos arrojaron un
cadáver sobre el sepulcro de Eliseo, y al tocar los huesos de éste, el
hombre revivió y se levantó sobre sus pies. Luego el poder de
realizar milagros no es ninguna gracia gratis dada.
2. Las gracias gratis dadas vienen del Espíritu Santo, según
se dice en 1 Cor 12,4: Hay divisiones de gracias, pero es uno solo
el Espíritu. En cambio, la realización de milagros puede venir
incluso de un espíritu inmundo, según se dice en Mt 24,24: Se
levantarán falsos cristos y falsos profetas y harán señales y
prodigios grandes. Luego el hacer milagros no es una gracia gratis
dada.
3. Los milagros se distinguen de las señales,
prodigios o portentos y virtudes (cf. 2 Cor 12,12; Heb
2,4). Por eso no es correcto considerar como gracia gratis dada el
obrar virtudes y no obrar prodigios o señales.
4. Y además: la reparación milagrosa de la salud es obra del poder
divino. Luego no deben distinguirse la gracia de curaciones y
la realización de virtudes.
5. Más todavía: el obrar milagros es efecto de la fe, sea de la fe
del que lo realiza, según se dice en 1 Cor 13,2: si tuviere tanta
fe que trasladara los montes, o bien de los demás en favor de los
cuales se efectúa el milagro. Por ello se dice en Mt 13,58: Y no
hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe. Luego, si se
considera a la fe como gracia gratis dada, es superfluo poner,
además, otra gracia gratis dada que obra prodigios.
Contra esto: está el hecho de que el Apóstol, en 1 Cor 12,9-10, dice al
hablar de las gracias gratis dadas: A otro se le da el don de
curación; a otro operaciones de milagros.
Respondo: Como ya notamos antes (
q.177 a.1),
el Espíritu Santo provee suficientemente a la Iglesia en todo aquello
que es útil para la salvación, a lo cual se ordenan las gracias gratis
dadas. Ahora bien: de igual modo que es conveniente que la
comunicación que uno recibe de Dios se convierta en comunicación para
otros por medio del don de lenguas y del de la elocuencia, así también
es necesario que la palabra transmitida sea confirmada para que se
haga creíble. Y esto se hace mediante la operación de milagros,
conforme a lo que se dice en Mc 16,20:
Confirmando su palabra con
las señales convenientes. Esto es razonable, puesto que es natural
al hombre percibir las verdades inteligibles mediante efectos
sensibles. De ahí que, así como, guiado por la razón natural, puede el
hombre llegar a tener alguna noticia sobre Dios a través de los
efectos naturales, así también, por medio de ciertos efectos
sobrenaturales, que llamamos milagros, que pueda llegar a algún
conocimiento de las cosas que ha de creer. Por consiguiente, el obrar
milagros pertenece a las gracias gratis dadas.
A las objeciones:
1. Así como la
profecía abarca todo cuanto puede conocerse de un modo
sobrenatural, así el realizar milagros se extiende a todo cuanto puede
hacerse de un modo sobrenatural, cuya causa es la omnipotencia divina,
que no puede comunicarse a ninguna criatura. Por eso es imposible que
el principio de obrar milagros sea una cualidad habitual en el
alma.
No obstante, puede suceder que, así como la mente del profeta es
movida por inspiración divina a conocer algo sobrenaturalmente,
también la mente del que obra milagros sea movida para hacer algo a lo
que sigue el efecto milagroso, hecho por virtud divina. Esto es
debido, a veces, a una oración previa, como sucedió cuando Pedro
resucitó a Tabita, como se narra en Act 9,40; a veces no se debe
claramente a una oración, sino que Dios obra conforme a la voluntad
del hombre, como San Pedro haciendo morir a Ananías y Safira por haber
mentido, como se dice en Act 5,3ss. Por eso dice San Gregorio, en II Dialog., que los santos obran milagros unas
veces por su poder y otras por su ruego. En ambos casos, no
obstante, obra Dios de un modo principal, sirviéndose, como de
instrumento, bien del movimiento interior del hombre o bien de sus
palabras, también de un acto externo o también de algún contacto
corporal, incluso de un cuerpo muerto. Por eso, en Jos 10,12, al decir
Josué con autoridad: Sol, detente sobre Gabaón, se dice a
continuación (v.14): No hubo, ni antes ni después, día como aquel
en que obedeció Yahveh a la voz de un hombre.
2. En ese pasaje el Señor habla de
los milagros que serán realizados en tiempo del Anticristo, sobre los
cuales dice el Apóstol en 2 Tes 2,9 que
la venida del
Anticristo
irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de
milagros, señales y prodigios engañosos. Y como dice San Agustín
en XX
De Civ. Dei,
suele dudarse si son
llamados señales y prodigios engañosos porque engañará a los sentidos
mortales mediante imágenes fantásticas de modo que parezca realizar lo
que no realiza o porque esas señales, aunque sean verdaderos
prodigios, las empleará para engañar. Y se dice que son verdaderos
porque las cosas en sí mismas son verdaderas, como los magos del
faraón hicieron aparecer ranas y serpientes verdaderas. Pero no serán
auténticos milagros, porque se deberán a causas naturales, como
dijimos en la
Primera Parte (
q.114 a.4). En cambio, la
realización de milagros atribuida a gracia gratis dada se realiza, por
el poder divino, para utilidad de los hombres.
3. Podemos considerar dos
elementos en los milagros. Uno, la obra que se realiza, que es algo
que escapa a las fuerzas naturales, y, según esto, los milagros se
llaman virtudes. Otro elemento es el motivo por el que los
milagros se realizan, es decir, la manifestación de algo sobrenatural.
Bajo este aspecto, se llaman comúnmente signos, y por la
grandeza de las obras se llaman portentos o prodigios,
como que muestran algo lejano.
4. La gracia de curaciones
se menciona aparte porque mediante ella se otorga al hombre un
beneficio, a saber, la salud corporal, además del beneficio común a
todos los milagros, que es el llevar a los hombres al conocimiento de
Dios.
5. La realización de milagros se
atribuye a la fe por dos razones. Primeramente porque se ordena a la
confirmación de la fe. En segundo lugar, porque procede de la
omnipotencia divina, en la que se basa la fe. Sin embargo, así como,
además de la gracia de la fe, se requiere la gracia de la elocución
para instrucción de la fe, así también se requiere la realización de
milagros para confirmación de la misma.
Artículo 2:
¿Pueden hacer milagros los malos?
lat
Objeciones por las que parece que los malos no pueden hacer
milagros.
1. Los milagros se realizan mediante la oración, como queda dicho
(
a.1 ad 1). Pero la oración del pecador no merece ser oída, conforme a
lo que se dice en Jn 9,31:
Sabemos que Dios no oye a los
pecadores. Y en Prov 28,9 se dice:
Es abominable la oración de
aquel que se aparta de la ley. Luego parece que los malos no
pueden hacer milagros.
2. Los milagros se atribuyen a la fe, según se dice en Mt
17,19: Si tuvierais fe como un grano de mostaza,
diríais a este monte: quítate de aquí, y se quitaría. Por otra
parte, la fe sin obras es muerta, según se dice en Santiago 2,20, y
así no parece que pueda tener una operación propia. Por consiguiente,
parece que los malos, privados de buenas obras, no pueden realizar
milagros.
3. Los milagros son testimonios divinos, según se dice en
Heb 2,4: Atestiguándola Dios con señales, prodigios y diversos
milagros. De ahí que, en la Iglesia, muchos sean canonizados por
el testimonio de sus milagros. Ahora bien: Dios no puede ser testigo
de falsedad. Por consiguiente, parece que los malos no pueden obrar
milagros.
4. Y además: los buenos están más cerca de Dios que los malos. Pero
no todos los buenos hacen milagros. Luego mucho menos los harán los
malos.
Contra esto: está lo que se dice en 1 Cor 13,2: Si tuviera toda la
fe, de modo que trasladara los montes, pero no tengo caridad, nada
soy. Pero es malo aquel que no tiene caridad, porque es el
único don del Espíritu Santo que distingue a los hijos del reino de
los hijos de la perdición, según dice San Agustín en XV De
Trin.. Por tanto, parece que también los malos
pueden realizar milagros.
Respondo: Algunos milagros no son verdaderos,
sino hechos fantásticos, con los que el hombre queda burlado, de tal
modo que le parece ver lo que no hay. Otros son hechos verdaderos,
pero no son propiamente milagros, ya que se deben a causas naturales.
Estas dos clases pueden ser realizadas por demonios, como ya dijimos
(
a.1 ad 2).
En cambio, los milagros verdaderos sólo pueden ser realizados por
virtud divina, porque mediante ellos actúa Dios para utilidad de los
hombres. Y esto lo hace de dos modos: para confirmación de la verdad
predicada y para demostrar la santidad de alguien a quien Dios quiere
proponer como modelo de virtud. La primera clase de milagros puede ser
realizada por cualquiera que predica la fe verdadera e invoca el
nombre de Cristo, lo cual hacen a veces también los malos. Bajo este
aspecto, también ellos pueden hacer milagros. Por eso, comentando Mt
7,22: ¿Acaso no profetizamos en tu nombre?, dice San
Jerónimo: Profetizar o hacer milagros y arrojar
demonios no es, a veces, debido a los méritos del que lo hace, sino a
la invocación de Cristo que hace que los hombres honren a Dios, por
cuya invocación se realizan tantos prodigios.
En segundo lugar, sólo hacen milagros los santos, y los milagros se
realizan para dar pruebas de su santidad, sea durante su vida o
después de su muerte, bien por medio de ellos o de otros. Así leemos,
en Act 19,11-12, que Dios obraba por mano de Pablo milagros
extraordinarios, de modo que los pañuelos que habían tocado su cuerpo
se aplicaban a los enfermos y hacían desaparecer de ellos las
enfermedades. Por tanto, nada impide que se hagan milagros
mediante un pecador invocando a un santo. Pero tales milagros no son
atribuidos al pecador, sino al santo cuya santidad pretenderían
demostrar.
A las objeciones:
1. Como ya quedó dicho (
q.83 a.16)
al tratar de la oración, ésta se basa no en el mérito del que la
realiza, sino en la misericordia divina, que se extiende incluso a los
malos. Por eso también es escuchada a veces la oración de un pecador.
De ahí que diga San Agustín, en
Super Io., que
aquellas palabras las pronunció el ciego todavía no ungido,
es decir, todavía no iluminado perfectamente,
porque Dios oye a
los pecadores. Y el texto según el cual
la oración del que no
escucha la ley es execrable hay que entenderlo en lo que toca a
los méritos del pecador. Pero a veces alcanza de la misericordia de
Dios bien la salvación del que ora, como fue escuchado el publicano,
tal como se nos narra en Lc 18,13-14, o bien la salud de otros y la
gloria de Dios.
2. Se afirma que la fe sin obras
está muerta por lo que se refiere al creyente mismo, que no vive por
ella la vida de la gracia. Pero no hay inconveniente en que una cosa
viva opere mediante un instrumento muerto, del mismo modo que el
hombre obra por medio del bastón. Este es el modo como Dios obra
instrumentalmente por medio de la fe de un pecador.
3. Los milagros son siempre
testimonios de aquello para lo que se realizan. De ahí que los malos
que sostienen falsas doctrinas nunca hagan verdaderos milagros para
confirmar su doctrina, aunque puedan hacerlos para confirmación del
nombre de Cristo al que invocan y por el poder de los sacramentos que
administran. En cambio, los que predican una
doctrina verdadera realizan, a veces, milagros para confirmación de la
misma, pero no como prueba de su santidad personal. Por eso dice San
Agustín, en Octoginta trium Quaest.: Los
magos, los buenos cristianos y los malos cristianos hacen milagros de
distinto modo: los primeros, mediante pactos particulares con los
demonios; los buenos cristianos, por la justicia pública, y los malos
cristianos, por las señales de dicha justicia.
4. Como escribe San Agustín en la
misma obra: Por eso no se atribuyen estos signos a
todos los santos, para que los débiles no sean engañados por el error
sumamente funesto de creer que los dones son mayores en tales hechos
que en las obras de justicia, con las cuales se merece la vida
eterna.