"Y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal. Amén". (v. 13)
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
Como el Señor había mandado antes a los hombres que dijesen cosas magníficas, como son el llamar a Dios su Padre y pedir el que su reino venga a ellos, ahora se añade la enseñanza de la humildad, cuando se dice: "Y no nos dejes caer en la tentación".
San Agustín, de sermone Domini, 2, 9
Algunos códices tienen escrito: "Y no nos lleves a la tentación", lo cual creo que equivale, porque una y otra cosa han sido tomadas del griego, y muchos, interpretándolo, dicen así: "No permitas que seamos llevados a la tentación", explicando cómo debe entenderse la palabra dejes. Dios no induce por sí mismo a la tentación, pero permite que sea llevado aquel a quien niega su auxilio.
San Cipriano, de oratione Domini
En lo cual se manifiesta que nuestro enemigo nada podrá contra nosotros, si Dios no se lo permite antes, con el objeto de que todo temor y devoción de nuestra parte se convierta a Dios.
San Agustín, de sermone Domini, 2,9
Una cosa es ser llevado a la tentación, y otra cosa es ser tentado, porque ninguno puede ser probado sin tentación -ya sea tentado por sí mismo o por otro-. Cada uno es perfectamente conocido por Dios antes de sufrir ninguna tentación. No se pide, pues, aquí, que no seamos tentados, sino que no seamos llevados a la tentación, como si cualquiera a quien le fuere necesario probarse por medio del fuego, no ruega el que no sea mortificado por el fuego, sino el no ser quemado. Pero somos inducidos si caemos en tentaciones tales que nosotros no podemos resistir.
San Agustín, ad Probam, epístola 130,11
Cuando decimos, pues: "No nos dejes caer en tentación", nos aconseja que pidamos esto, no sea que, abandonados de su ayuda, consintamos en alguna tentación, o, engañados, accedamos afligidos.
San Cipriano, de oratione Domini
En lo cual se advierte nuestra debilidad y nuestra ignorancia, para que alguno no se ensalce indebidamente, para que, cuando precede una confesión humilde y sumisa, se conceda todo a Dios, quien nos dispensa entonces por su piedad lo que le pedimos humildemente.
San Agustín, de dono perseverantiae 5
Cuando los santos piden: "No nos lleves a la tentación", ¿qué otra cosa piden, sino la perseverancia en la santidad? Con esta gracia concedida por Dios -como se demuestra en realidad que es un don de Dios cuando se obtiene de El-, no hay ninguno de los santos que no obtenga la perseverancia en la santidad hasta el fin, así como ninguno deja de perseverar en su propósito de ser buen cristiano, si antes no es llevado a la tentación. Por lo tanto, pedimos no ser llevados a la tentación, para que esto no se haga. Y si no se hace, es porque Dios no permite que se haga. Nada se hace sino lo que El mismo hace o permite que suceda. Puede muy bien hacer que las voluntades se separen de lo malo y se inclinen a lo bueno, y que el caído se convierta y se dirija a encaminarse hacia El, a quien no en vano se dice: "No nos dejes caer en la tentación". Porque el que no es llevado a la tentación por su mala voluntad, a ninguna otra tentación puede ser llevado. "Cada uno es tentado por su concupiscencia", según dice Santiago ( Stgo 1,14). Dios quiso, pues, que le pidiésemos el no ser llevados a la tentación -lo cual podía concedernos aunque no se lo pidiésemos-, porque quiso que nosotros conociésemos de quién recibíamos los beneficios. Y el mismo santo añade: "Atienda la Iglesia a sus oraciones cotidianas ruega para que los incrédulos crean: luego Dios convierte a la fe; ora para que los que creen perseveren; Dios, pues, concede la perseverancia final".
San Agustín, de sermone Domini, 2, 9
Debemos pedir, no sólo el no caer en el mal cuando no hemos caído, sino también el librarnos de él cuando hayamos caído, y por ello sigue: "Mas líbranos de mal".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Mattheum, hom. 19,6
Aquí se llama mal al demonio por su excesiva malicia, que no proviene de su naturaleza sino de su elección y por la guerra implacable que nos tiene declarada. Por esto se dice: "Líbranos de mal".
San Cipriano, de oratione Domini
Después de todas las cosas ya dichas, al final de la oración viene la cláusula que concluye todas nuestras preces, recopilada con una brevedad admirable. Nada queda ya que deba pedirse al Señor, cuando ya hemos pedido la protección de Dios contra todo lo malo, la cual una vez obtenida, ya podemos considerarnos seguros contra todas las cosas que el diablo y el mundo puedan hacer. ¿Qué miedo puede darnos el mundo si en él tenemos a Dios por defensor?
San Agustín, ad Probam, epístola 130,11
Y esto último que está puesto en la oración dominical, se conoce tan claramente, que el hombre cristiano en cualquier tribulación en que se encuentre, puede dar gemidos por medio de ella, y en ella derramar sus lágrimas. De aquí el que se exhorte a que termine la oración con esta palabra: Amén, en la que se demuestra el deseo del que ora.
San Jerónimo
Amén, pues -lo cual consta escrito al final-, es un signo de la oración dominical, el cual Aquila ha interpretado: fielmente, y nosotros podemos interpretar: verdaderamente.
San Cipriano, de oratione Domini
¿Qué de extraño tiene, si tal oración es la que Dios enseñó, que con una maestría sin igual recopile todas nuestras preces en tan saludables palabras? De aquí el que se dijo por medio de Isaías: "Dios hizo sobre la tierra una brevedad por medio de su palabra" ( Is 10,23). Y habiendo venido nuestro Señor Jesucristo para todos, a fin de abarcar igualmente a los sabios y a los ignorantes, con el objeto de dar preceptos para bien de todos los sexos y todas las edades, hizo un gran compendio de todos sus preceptos, para que los que se instruyen en la doctrina del cielo, no cansen su memoria, sino que aprendan prontamente lo que es necesario para creer con fe sencilla.
San Agustín, ad Probam, epístola 130,12
Cualesquiera otras palabras que digamos, que forman los afectos del que ora, o precediendo para que resplandezcan, o siguiendo para que crezcan, nada podemos añadir que no esté comprendido en esta oración dominical, si la decimos recta y convenientemente. El que dice, pues, como el Eclesiástico: "Date a conocer a todas las gentes, como te has dado a conocer a nosotros" ( Eclo 36,4), ¿qué otra cosa dice, sino el que sea santificado tu nombre? El que dice: "Dirige mis pasos según tu palabra" ( Sal 118,133), como David, ¿qué otra cosa dice más que "hágase tu voluntad"? El que dice: "Manifiéstanos tu faz y seremos salvos" ( Sal 79,4), ¿qué otra cosa dice sino que "venga a nos tu reino"? El que dice: "No me des pobreza y riqueza" ( Prov 30,8), como el autor de los proverbios, ¿qué otra cosa dice sino "el pan nuestro de cada día dánosle hoy"? El que dice: "Señor, acuérdate de David y de toda su mansedumbre" ( Sal 131,1) y: "Si pagué con mal a los que me lo hacían" ( Sal 7,5), ¿qué otra cosa dice más que "perdónanos nuestras deudas, como perdonamos a nuestros deudores"? El que dice: "Retira de mí las concupiscencias de la carne" (Ecle 23), como el Eclesiástico, ¿qué otra cosa dice más que "no nos dejes caer en la tentación"? El que dice: "Líbrame de mis enemigos, Dios mío" ( Sal 58,2), como David, ¿qué otra cosa dice más que "líbranos de todo mal"? Y si recorres todas las palabras de todas las preces santas, ninguna cosa encontrarás que ya no esté comprendida en la oración dominical. Cualquiera que dice una cosa que no pertenezca a esta oración, ora por afectos carnales, lo cual no sé cómo no se diga ilícitamente, cuando a los regenerados no se les enseña a orar sino espiritualmente. El que dice en su oración: "Señor, multiplica mis riquezas, y aumenta mis honores", y esto lo dice teniendo deseos de ellos, no fijándose en que pueda aprovechar a los hombres según desea Dios, creo que no podrá encontrar en la oración dominical algo que pueda adaptarse a esta clase de oración. Por ello, se avergüenza de pedir, acaso, lo que no puede desear. Y si de esto se avergüenza y la codicia vence, pedirá mejor que esto, que también le libre de este mal de la codicia, a Aquel a quien decimos: "Líbranos de mal".
San Agustín, de sermone Domini, 2, 11
Parece también que este número de siete conviene con el número de las bienaventuranzas. Si es con el temor de Dios con el que se hacen bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos, pidamos que sea santificado el nombre de Dios entre los hombres, y que permanezca su santo temor por los siglos de los siglos. Si la piedad es por medio de la cual los bienaventurados se hacen humildes, pidamos que venga su reino, para que seamos humildes y no nos opongamos a su voluntad. Si la ciencia es con la que son bienaventurados los que lloran, oremos para que se cumpla su voluntad así en la tierra como en el cielo, porque cuando el cuerpo consiente en las inspiraciones del espíritu, como la tierra se somete al cielo, no lloraremos. Si la fortaleza es con la que son bienaventurados los que tienen hambre, oremos para que nuestro pan cotidiano se nos conceda hoy, y podamos llegar por medio de él a la plenísima saciedad. Si es con un consejo saludable, con el cual los bienaventurados son misericordiosos para que Dios se apiade de ellos, perdonemos las deudas, para que se nos perdonen las nuestras. Si el entendimiento es con el cual son bienaventurados los de limpio corazón, oremos para no caer en la tentación, para que no tengamos un corazón con doblez, apeteciendo las cosas temporales y terrenas, acerca de las que versan todas nuestras tentaciones. Si es sabiduría aquélla con la cual son bienaventurados los pacíficos, puesto que se llamarán hijos de Dios, roguemos para que se nos libre de todo mal y esta misma libertad nos hará hijos libres de Dios.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,6
Como nos había hecho solícitos el recuerdo de nuestro enemigo el demonio, cuando el Señor nos enseñó a decir: "Líbranos de mal", otra vez nos da a conocer su atrevimiento en estas palabras que se encuentran en algunos libros griegos: "Puesto que suyo es el reino, y la virtud, y la gloria". Si el reino es suyo, nada tenemos que temer, porque quien pelea contra nosotros también le está subordinado. Siendo, pues, suya la virtud y la gloria infinita, no solamente puede librarnos de todo mal, sino también concedernos su gloria.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
Todo esto pertenece a las cosas que preceden. Cuando dice: "Tuyo es el reino", corresponde a aquello que había dicho: "Venga tu reino", para que no haya alguno que diga: "Luego Dios no tiene reino en la tierra"; y en cuanto dice: "Y la virtud", corresponde a aquello que había dicho: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", para que no haya quien diga que Dios no puede hacer todo lo que quiere; y en cuanto dice: "Y la gloria", responde a todo lo que sigue en lo que aparece la gloria de Dios.