Y Jesús alzó la voz y dijo: "Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquél que me envió; y el que me ve a mí, ve a Aquel que me envió. Yo he venido luz al mundo, para que todo aquel que en mí cree no permanezca en tinieblas, y si alguno oyese mis palabras y no las guardase, no le juzgo yo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me desprecia y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrimero. Porque yo no he hablado de mí mismo; mas el Padre que me envió, El me dio mandamiento de lo que tengo que decir y de lo que tengo que hablar. Y sé que su mandamiento es la vida eterna, pues lo que yo hablo, como el Padre me lo ha dicho, así lo hablo". (vv. 44-50)
Crisóstomo In Ioannem hom., 68.
Como el amor de la gloria humana era lo que impedía a los príncipes confesar la fe, el Señor les habla contra esta pasión: "Y Jesús alzó la voz y dijo: Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió". Como si dijera: ¿Por qué teméis creer en mí? Vuestra fe llega a Dios por mí.
San Agustín In Ioannem tract., 54.
Como el hombre era el que aparecía en el momento en que Dios se ocultaba, con el fin de que no pensasen ellos que El era solamente lo que parecía, y queriendo que le creyesen tal como a su Padre y tan grande como El, dice: "Quien cree en mí, no cree en mí (esto es, en lo que ve) sino en Aquel que me envía" (esto es, en el Padre). Y en efecto, el que cree que el Padre no tiene más que hijos adoptivos según la gracia, y que no tiene un Hijo igual a El y coeterno, ése no cree en el Padre que lo ha enviado, porque el Padre que lo ha enviado no es lo que él cree. Pero para que no pensasen que quería hablar del Padre como de un padre de muchos hijos por la gracia y no del Verbo único que es igual a El, añade al punto: "El que me ve a mí", etc. Como diciendo: Tan ninguna diferencia hay entre El y entre mí, que aquel que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Ciertamente el mismo Señor es el que envió a los apóstoles y, sin embargo, ninguno de ellos se atrevió jamás a pronunciar estas palabras: "El que cree en mí". Porque creemos al apóstol, pero no creemos en el apóstol. Con razón el Hijo unigénito dice: "Quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió", con cuyas palabras El no destruye la fe del creyente; antes por el contrario, eleva esta misma fe más allá de la forma de siervo.
Crisóstomo ut supra.
O las palabras "quien cree en mí no cree en mí, sino en Aquel que me envió", equivalen a estas otras: Quien bebe el agua de la corriente, no bebe la de la corriente, sino la de la fuente. Empero, para mostrar que el que no cree en El no cree en el Padre, añade: "El que me ve a mí, ve a Aquel que me envió". ¿Qué significa esto? ¿Dios tiene figura corporal? No; mas la consideración de la verdad que se adquiere por el entendimiento, se llama aquí visión. Después, en las palabras que siguen, manifiesta qué clase de conocimiento se puede tener del Padre: "Y Yo, la luz, he venido al mundo". Como el Padre es llamado luz, El se sirve también de ese nombre. Y aquí en particular se llama luz, porque arranca el error y disipa las tinieblas al entendimiento. Y por eso añade: "Para que todo aquel que en mí cree, no permanezca en tinieblas".
San Agustín ut supra.
En lo cual El manifiesta de una manera clara, que ha encontrado a todo el mundo en las tinieblas; mas a fin de que no permanezca en las tinieblas, en que lo encontró, debe creer en la luz que vino al mundo. En otro lugar había dicho a sus discípulos ( Mt 5,14): "Vosotros sois la luz del mundo". Pero no les había dicho: vosotros, luz, vinisteis al mundo, para que todo el que crea en vosotros no permanezca en las tinieblas. Todos los santos son luces, pero con su fe (creyendo) son iluminados por Aquel de quien si alguno se apartase caerá en las tinieblas.
Crisóstomo ut supra.
Pero para que ellos no pensasen que no tenía poder para castigar a los que lo menospreciaban y que por eso los dejaba ir impunes, añade: "Y si alguno oyese mis palabras y no las guardase, no le juzgo yo".
San Agustín ut supra.
Estas palabras deben entenderse de este modo: "Yo no le juzgo ahora", teniendo presente que en otro lugar dijo ( Jn 5,22): "El Padre ha dado todo juicio al Hijo". Y en las palabras siguientes demuestra por qué ahora no juzga: "Porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo", es decir, para hacerlo salvar. Ahora es tiempo de misericordia; más tarde lo será de juicio.
Crisóstomo ut supra.
Después, para que con estas palabras no se hiciesen perezosos y negligentes, habla en seguida de su terrible juicio: "El que me desprecia y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue".
San Agustín In Ioannem tract., 54.
No dijo, yo no lo juzgaré en el último día, porque esto hubiera sido contrario a aquellas palabras ( Jn 5,22): "El Padre ha dado todo juicio al Hijo". Porque después de haber pronunciado las palabras "el que me desprecia tiene quien le juzgue", como ellos esperasen saber quién fuese, añade: "La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero", donde se manifiesta bien claramente que El mismo era el que los había de juzgar en el día postrero. Como quiera que habló de sí mismo y se manifestó a sí mismo, así de una manera serán juzgados los que oyeron, y de otra los que oyeron y despreciaron.
San Agustín De Trin.1, 12
He ahí por qué juzga la palabra que habló el Hijo; porque el Hijo no habló de sí mismo. O así: Yo no juzgaré conforme a la potestad humana, porque soy Hijo del hombre, sino que juzgaré según la potestad del Verbo de Dios, porque soy Hijo de Dios.
Crisóstomo In Ioannem hom., 68.
O de otra manera: "Yo no lo juzgo", esto es, no soy la causa de su perdición, sino él mismo, que desprecia mis palabras; porque las palabras que acabo de pronunciar, estarán en frente de él como acusadoras para quitarle toda excusa. Y esto significa lo que añade: "La palabra que yo he hablado será su juez". ¡Y qué palabra! Porque yo no he hablado por mí mismo, sino el Padre que me envió me encomendó lo que había de decir y hablar. Todas estas cosas, pues, se dijeron contra ellos para que no tuviesen ninguna excusa.
San Agustín In Ioannem tract., 54.
El Padre dio el mandato, pero no porque el Hijo no lo tuviese, pues en la sabiduría del Padre, es decir en el Verbo del Padre, están todos los mandatos del Padre. Pero aún así se dice que el mandato le ha sido dado, pues El, a quien se da este mandato, no es por sí mismo. Y dar al Hijo aquello sin lo cual nunca ha estado significa lo mismo que engendrar al Hijo, que nunca no ha existido.
Teofilacto.
Siendo, pues, el Hijo la palabra del Padre que en toda su integridad revela, o esclarece y expone, dice que El ha recibido como mandato lo que ha de decir y hablar. Así también como nuestra palabra, si queremos expresar la verdad, profiere aquellas cosas que la mente sugiere.
"Y sé, prosigue, que su mandato es vida eterna".
San Agustín ut supra.
Si, pues, vida eterna es el Hijo y vida eterna es el mandato del Padre, ¿qué otra cosa se ha dicho sino yo soy el mandato del Padre? A esto obedece lo que añade: "Así, lo que yo hablo, lo hablo tal como dijo mi Padre". Y las palabras me dijo no deben entenderse en el sentido de que hubiese hablado a su Hijo único por medio de palabras. Habló el Padre al Hijo de la misma manera que le dio vida, no porque ignoraba o no tenía, sino porque era el Hijo mismo. ¿Qué otra cosa significa "según me dijo, así hablo", sino yo que soy el Verbo hablo? El me habló de esta manera porque es veraz, y yo así hablo porque soy la verdad. El Veraz engendró a la Verdad. ¿Qué podría entonces haber dicho a la verdad? Pues la Verdad no es imperfecta, como para que se le pueda añadir algo.