Mas aunque había hecho a presencia de ellos tantos milagros, no creían en El, para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro oído? ¿Y a quién ha sido revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, porque dijo Isaías en otro lugar: Les cegó los ojos y les endureció el corazón, para que no vean de los ojos ni entiendan de corazón, y se conviertan y los sane. Esto dijo Isaías, cuando vio su gloria y habló de El. Con todo eso, aun de los principales, muchos creyeron en El; mas por causa de los fariseos no lo manifestaban, por no ser echados de la sinagoga: porque amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. (vv. 37-43)
Crisóstomo In Ioannem hom., 67.
Jesús sabía que el ánimo de los judíos estaba excitado, y que tramaban su muerte, y por eso se ocultó. Esto mismo insinúa implícitamente el evangelista, cuando dice: "Habiendo realizado tantos milagros en presencia de ellos, no creían en El".
Teofilacto.
Y no era poca la maldad que suponía el no creer en tan grandes milagros. Estos eran los que ya se han dejado expuestos.
Crisóstomo ut supra.
Y no se diga que ellos ignoraban para qué fin había venido Cristo, porque para excluir ese error había Jesús testificado con los profetas que lo sabían, y dice: "Para que se cumpla la predicción de Isaías, cuando exclamó: Señor: ¿quién ha dado crédito a nuestras palabras? ¿Y a quién se ha manifestado el brazo de Dios?".
Alcuino.
El pronombre quién, expresa aquí la escasez de personas que creyeron, porque fueron poquísimos los que prestaron fe a lo que los profetas habían oído de Dios y predicado a los pueblos.
San Agustín In Ioannem tract., 53.
Harto demostró el Hijo de Dios que El era el brazo del Señor, no porque el Padre para manifestarse al mundo necesite de la carne, sino porque todas las cosas fueron hechas por Cristo; de aquí que fue llamado brazo del Señor. Así, si algún hombre gozase de tal potestad que sin mover ninguno de sus miembros realizase con su sola palabra cuanto quisiese, podría decirse que su palabra era su brazo. No vale, con todo, la objeción de los que dicen que si el Hijo es el brazo del Padre no existe nada más que el Padre, dado que el hombre y su brazo no son dos personas, sino una; porque demuestran no comprender la diferencia que hay entre usar las palabras en su recto significado o sólo para enunciar una semejanza.
Sostienen algunos, en son de murmuración, que los judíos no cometieron culpa, porque necesariamente habían de cumplirse las predicciones de Isaías. A éstos responderemos que Dios, conocedor de lo futuro, había predicho por Isaías la infidelidad de los judíos, pero no la había causado. Porque Dios, al prever los pecados que los hombres han de cometer, no los obliga a que los cometan. Eso sería prever, no los pecados de los hombres, sino los que Dios mismo había de cometer. Los judíos, pues, cometieron el pecado ya previsto por los profetas, y que a nadie se ocultaba.
Crisóstomo ut supra.
Cuando dice: "Para que se cumpla la predicción de Isaías", las partículas para que no indican la causa, sino el efecto 1; supuesto que ellos no dejaron de creer porque Isaías lo había predicho, sino que Isaías lo predijo porque ellos no habrían de creer.
San Agustín ut supra.
Ofrécese en los pasajes siguientes una cuestión más grave. Prosigue y dice: "Por tanto, no podían creer, pues así lo había predicho Isaías repetidamente: Cegó sus ojos y endureció su corazón, para que no vean con sus ojos, ni entiendan", etc. Si, pues, no podían creer, ¿qué pecado comete nadie no haciendo lo que no puede hacer? De donde (y esto es más grave) la causa del mal se achaca a Dios, puesto que El cegó sus ojos y endureció sus corazones. Y esto no se dice del demonio, sino de Dios. Pero ¿por qué no podían creer? Responde desde luego, que porque no querían, pues así como la excelencia superior de Dios consiste en no poder desmentirse jamás, así la impotencia para creer es culpa de la debilidad humana.
Crisóstomo ut supra.
Es común modo de decir: no podemos amarlo, atribuyendo a la voluntad un esfuerzo vehemente, que no es otra cosa que impotencia. El evangelista dice no podían, para enunciar la imposibilidad de que el profeta se hubiese engañado. Pero no por esto era imposible que ellos creyeran, y otra cosa hubiese predicho si ellos hubieran de creer.
San Agustín ut supra.
Sin duda alguien dirá que aquí el profeta quiso insinuar otro motivo, y no la voluntad de los judíos, porque "cegó sus ojos", etc. A esto respondo que la tal ceguera era un efecto merecido de su viciada voluntad, y que Dios ciega y endurece los corazones retirándoles su auxilio y no ayudándolos, merced a un juicio arcano y justo, pero nunca inicuo.
Crisóstomo ut supra.
Y nunca nos deja Dios si nosotros no queremos, según aquello de Oseas ( Os 4,6): "Has olvidado la ley de tu Dios, y yo me olvidaré de ti". Esto lo dice para enseñarnos que siempre el abandono empieza por nosotros, y de aquí nace la causa de nuestra perdición. Al modo que el sol ofende la vista del enfermo, mas no por la naturaleza de las cosas, así sucede a aquellos que no atienden a las palabras divinas. Por eso dice la Escritura, espantando a los que oyen: "Cegó y endureció".
San Agustín ut supra.
Y cuando añade: "Y se conviertan y sanen", ¿no debe entenderse la negativa, esto es, para que no se conviertan? Porque, en verdad, la conversión es un efecto de la gracia, y acaso ¿no debemos considerar el castigo anterior como un designio misericordioso del médico supremo, a fin de que, por haber querido soberbiamente discutir su justicia, se ven privados de la vista y abandonados a sus propias fuerzas, y su faz se cubra de ignominia, y se estrellen contra la piedra del escándalo, y busquen en su humillación, no la justicia que hincha al soberbio, sino la justicia de Dios que justifica al impío? Esto mismo aprovechó para el bien a muchos que, arrepentidos de sus crímenes, creyeron después en Cristo. Sigue: "Esto dijo Isaías cuando vio la gloria de El". La vio, no tal cual es, sino en virtud de aquellos signos que debían informar la visión profética. No os dejéis engañar por los que dicen que el Padre es invisible, pero que el Hijo es visible, que es mera creatura, puesto que en la forma de Dios, en que es igual al Padre, es también invisible el Hijo. Mas recibió la forma de siervo para que fuese visto por los hombres, y se sometió a los ojos humanos (antes de tomar carne) como le plugo en naturaleza creada, no como es en sí.
Crisóstomo ut supra.
Aquí por gloria se entiende la del que se sienta en el trono excelso, y otras cosas que en el mismo lugar se expresan. "Y habló de El". ¿Y qué habló? "Vi al Señor sentado" ( Is 6,1). ¿Y qué oyó que le decía esta voz? "¿A quién enviaré y quién irá?" ( Is 6,8).
Se sigue: "Sin embargo, muchos de los príncipes creyeron en El pero no lo confesaban por temor a los fariseos, o por no ser arrojados de la sinagoga; amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios".
Alcuino.
La gloria de Dios es confesar públicamente a Cristo; la gloria de los hombres consiste en gloriarse con las cosas humanas.
San Agustín ut supra.
Por eso el evangelista reprende a éstos, que si caminasen con tal fe sólo por amor, podían desdeñar las cosas del mundo.
Notas
1. En griego, ina , conjunción subordinativa que indica finalidad, propósito: en orden a que, para que.