Y habiendo entrado en Cafarnaúm, se llegó a El un Centurión, rogándole y diciendo: "Señor, mi siervo está postrado en casa paralítico y es reciamente atormentado". Y le dijo Jesús: "Yo iré y lo sanaré". Y respondiendo el Centurión, dijo: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, sino tan solamente dilo con la palabra, y será sano mi siervo. Pues también yo soy hombre sujeto a otro, que tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace". (vv. 5-9)
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22
Después que el Señor había enseñado a sus discípulos en el monte y sanado en la falda de éste al leproso, vino a Cafarnaúm en virtud de un misterio, porque, después de haber limpiado a los judíos, vino a donde estaban los gentiles.
Haymo
Cafarnaúm -que significa villa de la abundancia, campo de la consolación- representa a la Iglesia que se había de formar de los gentiles, la cual está llena de abundancia espiritual, según aquellas palabras del Salmo: "Quede mi alma bien llena de ti como de un manjar pingüe y jugoso" ( Sal 62,6). Y entre las aflicciones del mundo se consuela con las cosas del cielo, según las palabras del salmo: "Tus consuelos han alegrado mi alma" ( Sal 93,18). Por lo que se dice: "Y habiendo entrado en Cafarnaúm, se acercó a El un centurión".
San Agustín, sermones 62,4
Este centurión era de los gentiles: ya en la Judea había soldados del Imperio Romano.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22
Este centurión es el fruto primero de los gentiles, en comparación de cuya fe se considera como infidelidad la fe de los judíos. No había oído la predicación de Jesucristo, ni visto la curación del leproso. Pero habiendo oído contar esta curación, creyó más que lo que oyó, viniendo a ser el misterio o figura que representaba la futura conversión de los gentiles, quienes no habían leído la ley ni los profetas respecto de Cristo, ni habían visto al mismo Jesús hacer milagros. Se acercó, pues, el centurión a Jesús rogándole y diciéndole: "Señor, mi siervo está postrado en casa, paralítico y reciamente atormentado". Veamos aquí la bondad del centurión, que tanta solicitud mostraba por la salud de su siervo, como si ningún daño de dinero, sino de salud, hubiera de experimentar con la muerte de aquél. No veía diferencia alguna entre el siervo y el señor, porque aunque la dignidad sea diferente entre ellos según el mundo, la naturaleza de ambos es igual. Veamos también aquí la fe del centurión, el cual no dijo: "Ven y sánalo", porque, habiendo llegado allí, estaba presente en todas partes, e igualmente su sabiduría, porque no dijo: "Sánale desde aquí". Sabía, pues, que tenía poder para hacerlo, sabiduría para comprenderle y caridad para oírle. Por lo tanto se limitó a exponer la enfermedad, dejando el remedio de la curación al arbitrio de su misericordia, diciendo: "Y es reciamente atormentado". En esto manifiesta que le amaba, pues el que ama a uno que está enfermo, siempre cree que el mal que padece es de mayor gravedad que el que realmente tiene.
Rábano
Bajo la presión del dolor y el gemido articulaba estas palabras: "Postrado, paralítico, atormentado", con el fin de manifestar las grandes aflicciones de su alma y conmover al Señor. Así deben compadecerse todos de sus criados y tener cuidado de ellos.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.26,1
Dicen algunos que se expresó así para excusarse de no haberlo llevado consigo. No era posible traer al que sufría, porque se encontraba con las últimas angustias para expirar y yo digo que ésta es señal de una gran fe, porque, como sabía que una sola orden bastaba para curar al enfermo, estimaba superfluo conducirle hasta allí.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7
En sentido espiritual pueden llamarse gentiles los enfermos de este mundo, debilitados por las enfermedades de los pecados, cayendo de todas partes sin fuerza sus miembros, incapaces de poderse tener de pie e inútiles para la marcha. El misterio de su conversión se halla en la curación del siervo del centurión, de aquél de quien ya hemos dicho bastante que era el príncipe de las gentes que habían de creer. Quién sea este príncipe lo dice el cántico de Moisés en el Deuteronomio ( Dt 32,8), donde por cierto dice: "Constituyó como término de las gentes el número de los ángeles del Señor".
Remigio
Se consideran como semejantes al centurión los que creyeron primero de entre los gentiles y se perfeccionaron en sus virtudes. Se llama centurión el que manda a cien soldados, y el número ciento es un número perfecto. Con toda propiedad, pues, ruega el centurión por su siervo, porque las primicias de los gentiles intercedieron para con Dios por la salvación de toda la gentilidad.
San Jerónimo
Viendo el Señor la fe, la humildad y la prudencia del centurión, le ofreció inmediatamente que iría y sanaría al siervo. Por lo tanto, sigue: "Y le dijo Jesús: Yo iré y lo sanaré".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.26,1
Lo que nunca había hecho Jesús lo hizo ahora. En todas partes sigue la voluntad de los que suplican, aquí la excede. No sólo ofreció curarlo, sino también ir a su casa. Hizo esto para que conozcamos la virtud del centurión.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22
Si El no hubiese dicho: "Yo iré y le sanaré", el centurión no hubiera respondido: "No soy digno". Además, prometió ir porque se pedía para un siervo, a fin de enseñarnos que no debemos complacer a los grandes y despreciar a los pequeños, sino que igualmente debemos complacer a pobres y a ricos.
San Jerónimo
Así como admiramos la fe en el centurión, porque creyó que el paralítico pudo ser curado por el Salvador, así se manifiesta también su humildad, en cuanto se considera indigno de que el Señor entre en su casa, y por ello sigue: "Y respondiendo el centurión, dijo: Señor, no soy digno de que entres en mi casa".
Rábano
Sin duda creyó el centurión que más bien debía ser rechazado por el Salvador por ser gentil, que no ser complacido, porque aunque ya estaba lleno de fe, todavía no había recibido sacramentos.
San Agustín, sermones, 62,1
Considerándose como indigno apareció como digno, no de que entrase el Verbo entre las paredes de su casa, sino en su corazón. Y no hubiera dicho esto con tanta fe y humildad si no hubiese llevado ya en su corazón a Aquel de quien temía que entrase en su casa, pues no era una gran felicidad que Jesús hubiese entrado en su casa y no en su pecho.
Crisologus, serm. 102
Místicamente hablando, por techo se entiende el cuerpo que cubre al alma y que encierra en sí la libertad de la inteligencia con la visión celeste. Pero Dios no se desdeña de entrar en nuestro corazón, ni de vivir bajo el techo de nuestro cuerpo.
Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5
También ahora, cuando los santos y los obispos y los sacerdotes aceptos a Dios, entran en tu casa, entra Dios en ella por medio de ellos. Considéralos como si recibieses al mismo Dios. Cuando comes la Carne y bebes la Sangre del Señor, entonces el Señor entra en tu casa. Y tú, humillándote a ti mismo, di: "Señor, no soy digno", etc. Cuando entra en el que no es digno, entra para juzgarlo.
San Jerónimo
La prudencia del centurión aparece en que ve a través del Cuerpo del Salvador a la divinidad que en El se encontraba oculta, y por eso añade: "Pero mándalo con tu palabra y será sano mi siervo".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22
Sabía, pues, que los ángeles estaban allí asistiéndole invisiblemente, convirtiendo en obras todas sus palabras, y que, aunque los ángeles cesasen, las enfermedades no podían resistir a sus palabras de vida.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7
Dice también el centurión que su siervo puede ser curado solamente con la palabra, porque toda la salvación de los gentiles procede de la fe, y la vida de todos consiste en el cumplimiento de los preceptos del Señor, y por esto continúa diciendo: "Pues también yo soy hombre, sujeto a otro, que tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22
Por inspiración del Espíritu Santo insinúa el misterio del Padre y del Hijo, como si dijese: "Aun cuando yo estoy bajo el dominio de otro, sin embargo, tengo poder para mandar a los que están debajo de mí. Y así tú, aun cuando estás bajo la potestad del Padre, esto es, en cuanto hombre, tienes no obstante la potestad de mandar a los ángeles". Pero acaso dice Sabelio, queriendo manifestar que son una misma cosa el Padre y el Hijo, que así debe entenderse esto: "Si yo que estoy bajo potestad puedo mandar, ¿cuánto más Tú que no estás bajo la potestad de otro?". Pero esta explicación no la admite el texto, porque no dijo: "Si yo, hombre, estoy bajo potestad", sino que dijo: "Porque también yo, hombre, sujeto a otros". En esto manifiesta que no estableció comparación entre él y Jesucristo, sino que introdujo una razón de semejanza.
San Agustín, sermones 62,4
Si yo, que estoy bajo potestad, tengo poder de mandar, ¿cuánto podrás Tú, a quien sirven las potestades?
Glosa
Puedes por medio de los ángeles, sin necesidad de presentarte personalmente, decir a la enfermedad que se retire y se retirará, y a la salud que venga y vendrá.
Haymo
Por súbditos del centurión pueden entenderse las virtudes naturales, en las que abundan muchos de los gentiles o bien los pensamientos buenos o malos. Digamos a los malos que se retiren y se retirarán, llamemos a los buenos para que vengan y vendrán, y también a nuestro siervo, esto es, a nuestro cuerpo, que se sujete a la voluntad divina.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,20
A lo que dice aquí San Mateo parece que contradice lo que dice San Lucas: "Habiendo oído de Jesús, el centurión envió a El unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a sanar a su criado" ( Lc 7,3). Y más adelante: "Cuando ya estaba cerca de la casa le envió el centurión unos amigos, diciéndole: Señor, no te tomes este trabajo, que no soy digno de que entres en mi casa" ( Lc 7,6).
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,2
Algunos dicen que este caso y aquél no son uno mismo, lo cual no carece de probabilidad, porque del uno se ha dicho:"Construyó nuestra sinagoga y ama a la gente" ( Lc 7,5), y de éste dice el mismo Jesús: "Ni en Israel hallé tanta fe". En lo que parece que aquél era judío. A mí me parece que aquél y éste son uno mismo, y que cuando San Lucas dice que envió para que viniera, insinuó el espíritu de adulación de los judíos. Es conveniente, pues, creer que el centurión, queriendo ir, fue retraído por las instancias oficiosas de los judíos, diciéndole que irían y le traerían con ellos. Mas cuando se vio libre de la importunidad de aquéllos, entonces envió a decirle: "No creas que no he venido a buscarte por pereza, sino porque me he creído indigno de recibirte en mi casa". En cuanto a lo que dice San Mateo de que no le mandó a decir esto por medio de sus amigos, sino que se lo dijo por sí mismo, ninguna contradicción hay. En uno y otro caso se expresa el deseo de aquel hombre, y se manifiesta que tenía concebida una buena opinión respecto del Salvador. Es muy conveniente creer aquí que el centurión, después que mandó a sus amigos, se lo dijo por sí mismo cuando venía. Si San Lucas no dijo esto ni San Mateo dijo aquéllo, no se contradicen, sino que completan lo que habían dejado por decir uno y otro.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,20
San Mateo, para llegar a esta alabanza que el Salvador hace del centurión: "No hallé tanta fe en Israel", nos dio el compendio del acceso del centurión al Señor, hecho por medio de otras personas, mientras que San Lucas refiere todos los detalles del hecho tal cual tuvieron lugar, para obligarnos a comprender la manera con que el centurión se acercó al Salvador, que nos refiere San Mateo que no pudo engañarse.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,2
Ni tampoco hay contradicción entre lo que dice San Lucas de que fabricó una sinagoga, y que no era israelita, porque es posible que, sin ser judío, hubiese fabricado una sinagoga y que amase la gente.