"No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas; no he venido a destruirlos, sino a darles cumplimiento. Porque en verdad os digo que el cielo y la tierra no pasarán, sin que se cumpla todo el contenido de la ley hasta una jota o un ápice. Por lo cual quien quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños y enseñare así a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos". (vv. 17-19)
Glosa
Después que exhortó a los que le oían para que se preparasen a sufrir todas las cosas por la justicia y no escondiesen lo que habían de recibir, sino que aprendiesen con la misma benevolencia con que habían de enseñar a los demás, empezó enseñándoles todo lo que debían enseñar. Como si preguntaran: ¿Qué es esto que no quieres que se oculte, por lo que nos mandas sufrir todas las cosas? ¿Acaso habrás de decir alguna cosa fuera de lo que está consignado en la ley? Por lo tanto dice: "No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Dice esto por dos razones. Primero para invitar a sus discípulos a la imitación de su ejemplo con estas palabras, con el fin de que así como El cumplía toda ley, así también ellos procurasen cumplirla. Finalmente, había de suceder que los judíos le iban a calumniar como infractor de la ley. Por ello satisface a la calumnia antes de incurrir en ella.
Remigio
Para que no apareciese que Jesús había venido con el objeto sólo de predicar la ley -como los profetas habían hecho-, dijo dos cosas: Niega que hubiese venido a quebrantar la ley y asegura que ha venido a cumplirla. Por ello añade: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 8
Esta sentencia tiene dos sentidos. En efecto, cumplir la ley, o es añadir algo a lo que tiene de menos, o cumplir lo que tiene.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,2
Jesucristo llevó a su plenitud a los profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían dicho de El. Primero, la ley, no quebrantando ninguna prescripción legal. Segundo, justificando por la fe lo que la ley no podía hacer por medio de la letra.
San Agustín,
contra Faustum, 19, 7
Finalmente, porque aun los que estaban constituidos en esta vida bajo la influencia de la gracia, encontraban grande dificultad en cumplir lo que estaba escrito en la ley: "No desearás" (
Ex 20,17). Cristo, constituido en sacerdote, nos alcanza el perdón por el sacrificio de su carne, cumpliendo también la ley para que lo que no podamos cumplir por nuestra debilidad, se cumpla por la perfección de Cristo, de cuya cabeza fuimos constituidos miembros. Y en el capítulo veintidos añade: Pienso que estas palabras: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla" (
Ex 22-23), deben entenderse de aquellas adiciones que pertenecen a la exposición de las antiguas sentencias o a la vida en conformidad con ellas (
Mt 5). Así es como el Señor nos enseña que hasta el deseo inicuo de hacer daño al hermano pertenece al género de homicidio. Quiso el Señor más bien que nosotros no jurando no nos separásemos de la verdad, a que, jurando lo verdadero nos acercásemos al falso juramento (
Mt 17,1). Y vosotros, ¡oh maniqueos! ¿Por qué no recibís la ley y los profetas cuando Jesucristo asegura que no había venido a abrogarlos sino a cumplirlos? A esto responde el hereje Fausto: ¿Quién asegura que Jesús ha dicho esto? Mateo. ¿Cómo, pues, lo que San Juan no dice, que estuvo en el monte, lo escribe San Mateo (
Mt 17), quien siguió a Jesús después que bajó del monte? A esto responde San Agustín. Si ninguno dice verdad de Cristo, más que aquel que lo vio o que lo oyó, hoy ninguno diría verdad tratándose de El. ¿Por qué no pudo San Mateo oír de boca de San Juan (
Jn 21) cosas verdaderas de Cristo, cuando nosotros, nacidos después de tanto tiempo, podemos hablar cosas verdaderas de Cristo tomándolas del libro de San Juan? Por otra parte, no sólo el Evangelio de San Mateo, sino que también el de San Lucas y San Marcos tienen igual autoridad. A esto puede añadirse que aun el mismo Jesucristo pudo contar a San Mateo lo que había hecho antes de llamarlo. Decid claramente que no creéis en el Evangelio. Los que no creéis del Evangelio más que lo que queréis, creéis en vosotros más que en el Evangelio.
Añade Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 17, 4
Probemos que San Mateo no escribió esto, sino que lo escribió otro, no sé quién, pero en nombre suyo. ¿Qué dice, pues? Pasando Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos. ¿Y quién, escribiendo de sí mismo, dirá: vio a un hombre, y no más bien, me vio a mí? A lo cual contesta San Agustín: San Mateo escribió de sí como si hablara de otro, como San Juan hizo lo mismo diciendo: "Habiéndose vuelto San Pedro, vio a otro discípulo, a quien Jesús amaba". Se ve, pues, que ésta fue la costumbre de aquellos escritores cuando contaban las cosas que sucedían.
Insiste Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 17,2
¿Por qué dice también en el mismo sermón, que no se creyese que había venido a destruir la ley, dando más bien a entender con eso que la destruía realmente? Pues de otro modo nunca los judíos hubieran sospechado tal cosa. A lo cual contesta San Agustín: esto es muy pobre, pues no negamos que para los judíos que no entendían, Cristo fuese un destructor de la ley y los profetas.
Otra vez Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 17,2
¿Para qué esto cuando la ley y los profetas no necesitan cumplimiento, puesto que se dice en el Deuteronomio: "Observarás estos preceptos que te ordeno, y no añadirás nada a ellos, ni disminuirás?" (
Dt 12,32). A lo que contesta San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 17,6
No entiende Fausto lo que quiere decir cumplir la ley, cuando cree que esto debe entenderse de la adición de palabras. La plenitud de la ley es la caridad, la que concedió nuestro Señor enviando a los fieles el Espíritu Santo. Se cumple, pues, la ley, o cuando se practica lo que manda, o cuando se manifiestan las cosas que están profetizadas.
Sigue Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 18,1
Cuando confesamos que Jesucristo ha formado el Nuevo Testamento, ¿qué otra cosa decimos sino que a la vez había destruido el Antiguo? A lo cual contesta San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 18,4
En el Antiguo Testamento estaba prefigurado cuanto había de suceder. Sus figuras habían de ser suprimidas por las mismas obras que Jesucristo practicaba, con el objeto de que la ley y los profetas se cumpliesen, toda vez que en ellas está escrito, que habría de formarse un Nuevo Testamento.
Añade Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 18, 2
Si Jesucristo dijo esto, o lo dijo significando otra cosa, o -lo que no es de creer- lo dijo mintiendo, o en absoluto no lo dijo -pero que Jesucristo mintiese nadie puede asegurarlo- y que por esto dijese otra cosa, o en realidad que no dijese nada; me persuado, pues, contra la necesidad de este capítulo, y la fe de los maniqueos me confirma en ello, de que las cosas que en un principio se leen como escritas respecto del Salvador, no todas pueden creerse. Hay mucha cizaña que cierto sembrador colocó en casi todas las escrituras, como divagando en perjuicio de la buena semilla. A lo cual contesta San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 18,7
el maniqueo ha enseñado una perversidad impía para que aceptes del Evangelio, lo que tu herejía no te impida que aceptes, sin embargo para que lo que te impida aceptar no lo aceptes. Nosotros, según nos enseña el Apóstol en la carta primera a los de Galacia (1,9), guardamos una piadosa prudencia, y por ello anatematizamos a todo aquel que nos enseñe algo contrario a lo que de los Apóstoles hemos recibido. Nuestro Señor nos dice también por San Mateo que debemos entender por cizaña, no el que se mezclen algunas falsedades en las verdaderas escrituras -como tú interpretas- sino los hombres que son hijos del espíritu maligno.
Añade Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 18, 3
Cuando un judío te arguya porque no observas los preceptos de la ley y de los profetas, que Jesucristo dijo no había venido a abrogar sino a cumplir, te verás obligado a confesarte, o como subyugado a la falsa superstición, o a decir que el capítulo es falso, o a negar que tú seas verdadero discípulo de Cristo. A lo que contesta San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 18,7
Los católicos nada tienen que temer de ese capítulo -como si no cumpliesen la ley y los profetas-, porque tienen la caridad de Dios y del prójimo, preceptos en los cuales están resumidos toda la ley y los profetas. Y todo lo que allí está profetizado por los acontecimientos, las ceremonias y las palabras figuradas lo reconocen cumplido en Jesucristo y en la Iglesia. De donde se deduce que ni estamos sometidos a la superstición, ni negamos la veracidad de este capítulo, ni que somos discípulos de Cristo.
San Agustín,
contra Faustum, 19,16
El que dice que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aquellos sacramentos de la ley y de los profetas hubiesen continuado celebrándose entre los cristianos, éste puede también decir que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aún subsistiría anunciado que habría de nacer, padecer y resucitar. Pero más bien que abrogarlos, los ha cumplido, puesto que ya no se promete que nacerá, padecerá y resucitará. Porque aquellas profecías se referían a una persona que ya existió, anunciándose que ya ha nacido, padecido y resucitado. Estos misterios son admitidos por los cristianos y podemos decir que estas profecías ya se han realizado. Se comprende, desde luego, cuán grande sea el error en que viven todos aquellos que creen que, cuando se han mudado las señales y los sacramentos han resultado nuevas las cosas que entre los profetas se anunciaron como futuras y el Evangelio prueba que ya se han cumplido.
Sigue Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 19,1
Debe averiguarse si Jesucristo dijo esto y por qué lo dijo. Si lo dijo con el objeto de no despertar el furor de los judíos que, viendo sus cosas santas confundidas por Jesucristo, no creían oportuno oírle; o bien para persuadirnos a que aceptásemos el yugo de la ley, nosotros que debíamos creer entre los gentiles.
San Agustín,
contra Faustum, 19, 2
Si no fue éste el motivo que le impulsó a hablar así, debe ser el que ya he dicho, y ni en ello ha mentido. Hay tres clases de leyes: una de los hebreos, que San Pablo en su carta a los romanos apellida de pecado y de muerte; otra de los gentiles, a la cual llama natural, diciendo a los romanos: "Los gentiles practican naturalmente lo que manda la ley" (
Rom 2,14); y otra de verdad, acerca de la cual dijo también a los romanos: "La ley es espíritu de vida", etc (
Rom 8,2). Igualmente los profetas: los hay de los judíos, muy conocidos; de los gentiles, de quienes dice San Pablo a Tito: "Uno de sus profetas ha dicho"; y de la verdad, de quienes dice Jesucristo por medio de San Mateo: "Os envío profetas y sabios" (
Mt 23,24). (l. 19, c. 3) Y en verdad, si hubiese manifestado las observancias de los hebreos respecto de su cumplimiento, no hubiese resultado la duda acerca de que había dicho esto refiriéndose a la ley de los judíos y de los profetas. En ello sólo refiere los preceptos más antiguos -esto es, no matarás, no fornicarás-, que en otro tiempo fueron promulgados por Enoc y Set y los demás judíos, ¿a quién no parece que esto lo dijo El refiriéndose a la ley y a los profetas? En lo que parece que mencionó ciertas cosas de los judíos, las arrancó casi de raíz, mandando lo contrario, como es esto que dice: "Ojo por ojo, diente por diente" (
Ex 21,24). A lo que dice San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 19,7
Manifiesto es, qué ley y qué profetas no vino Cristo a derogar sino a cumplir la misma ley que promulgó Moisés. Jesucristo no cumplió solamente, como dice Fausto, los preceptos trasmitidos por los justos antiguos, antes de la ley de Moisés, ni derogó los que eran propios de la ley de los judíos (19,17), como éste: "No matarás" (
Ex 20,13). Nosotros, pues, decimos que estas cosas estuvieron bien mandadas en su tiempo y que ahora no han sido aprobadas por Jesucristo, sino cumplidas como se expresa en los demás preceptos. Tampoco entienden esto los que continúan viviendo en aquella perversidad para obligar a los gentiles a judaizar, como son los herejes que se llaman nazarenos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Para que no se crea que todas las cosas que habían de suceder desde el principio hasta el fin, no eran antes conocidas por Dios, fueron vaticinadas en la ley de una manera mística. Por ello dice: No puede suceder que pasen el cielo y la tierra, hasta que todas las cosas que han sido vaticinadas en la ley se cumplan en realidad y esto es lo que dice: "En verdad os digo, que hasta que no pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice perecerán de cuanto está mandado en la ley, mientras todas estas cosas no se verifiquen".
Remigio
La palabra
amén es un modismo hebreo y en latín quiere decir verdaderamente, fielmente, así sea. Por dos razones usa Jesucristo de esta palabra. Ya por la dureza de aquellos que eran tardos para creer, ya por los que habían creído, con el objeto de que comprendiesen mejor las palabras que siguen.
San Hilario in Matthaeum,
4
Por esto que dice: "Hasta que no pasen el cielo y la tierra", manifiesta que éstos, a pesar de su grandeza -como nosotros creemos-, habrán de desaparecer.
Remigio
Subsistirán esencialmente, pero se renovarán.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 8
Por estas palabras que añade: "Una jota o un ápice no perecerá de la ley", no debe entenderse otra cosa más que una expresión terminante de la perfección que se demuestra por medio de las Sagradas Letras, entre las cuales la jota es la menor de todas porque consta de un solo trazo, y el ápice es el punto que se pone sobre la jota. Con estas palabras manifiesta que en la ley hasta las cosas más pequeñas pueden invitarnos al cumplimiento de ella.
Rábano
Con intención puso la jota griega y no el ioth hebreo, porque la jota en el griego es la décima letra, y el número diez expresa el decálogo cuyo ápice y perfección es el Evangelio.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Si el hombre ingenuo se avergüenza cuando se le descubre en alguna mentira y el hombre sabio cuando no cumple su palabra, ¿cómo las palabras divinas podrán subsistir sin un fin y carecer de cumplimiento? De donde concluye: "El que quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños y enseñare así a los hombres, será considerado como pequeño en el Reino de los Cielos". Creo que el mismo Dios responde claramente esto, mostrando cuáles son los mandamientos más pequeños, diciendo: "Si alguno quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños", esto es, de la manera que habré de decir.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16,3-4
No dijo, pues, esto refiriéndose a las leyes antiguas, sino a las que El había de dar, a las cuales llama pequeñas, aun cuando sean grandes. Así como muchas veces había hablado de sí con humildad, también ahora habla humildemente de sus preceptos. O de otro modo:
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Los mandatos de Moisés son fáciles de ejecutar: no matarás, no adulterarás. La misma magnitud de estos crímenes hace rechazar el deseo de cometerlos. Por lo tanto, en la remuneración son pequeños pero en el pecado son grandes. Los mandamientos de Cristo -esto es, no te enfurezcas, no tengas deseos-, en la ejecución son difíciles, pero en el premio son grandes, aun cuando sean pequeños en el pecado. Por lo tanto, Jesucristo dictó estos mandamientos: "No te enfurezcas, no desees". Luego aquellos que cometen pecados leves son los más pequeños en el Reino de Dios. Esto es, el que se enfurezca y no cometa pecado grande, puede considerarse como libre de la pena -esto es, de la eterna condenación-, pero tampoco puede estar en la gloria que consiguen aquellos que cumplen aun estos preceptos más pequeños.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: aquellos preceptos que están en la ley se llaman pequeños, pero aquéllos que Jesucristo había de dictar eran grandes. Los menores mandamientos se significan por una jota o por un ápice. Aquel, pues, que los viola y enseña a otros a quebrantarlos, se llamará pequeño en el Reino de los Cielos. Y acaso tampoco pueda entrar en el Reino de los Cielos, porque allí no pueden entrar sino los grandes.
Glosa
Quebrantar es no hacer lo que rectamente entiende uno que debe hacer, o no entender lo que ha dañado, o disminuir la integridad de la adición hecha por Jesucristo.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Cuando oigas pequeño en el Reino de los Cielos, debes creer que en ello no se significa otra cosa que el suplicio y el infierno. Reino suele llamarse no sólo la utilidad del Reino, sino el tiempo de su resurrección y la venida de Jesucristo.
San Gregorio,
homiliae in Evangelia. 12
También debe entenderse por Reino de los Cielos la Iglesia, en la que el sabio que quebranta un mandamiento se llama pequeño, porque aquél cuya vida no es buena no puede esperar otra cosa que el menosprecio de su predicación.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
O llama pequeños los sucesos de la pasión y muerte del Señor, la que si alguno no confiesa -considerándola vergonzosa- será pequeño -esto es, el último y casi nulo-, pero al que la confiesa se le promete la gloria de una gran vocación en el cielo. De donde sigue: "El que hiciere, pues, y enseñare, se llamará grande en el Reino de los Cielos".
San Jerónimo
Reprende en esto a los fariseos que despreciando los mandatos del Señor, daban la preferencia a sus propias tradiciones, porque no les aprovecha la doctrina que enseñan al pueblo si prescinden de lo más pequeño que está mandado en la ley. Podemos entender esto de otra manera, creyendo que la instrucción del que enseña, aun cuando incurra en un defecto pequeño, le hace caer del punto más elevado; y no le aprovecha enseñar la justicia, que él mismo destruye, aun con la culpa más leve. La bienaventuranza es perfecta cuando se ejecuta lo que se predica.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: el que quebrantare aquellas cosas pequeñas (a saber, los preceptos de la ley) y enseñare así a los demás, será llamado pequeño; pero el que practica la ley aún en lo más insignificante y enseña así a los demás, no debe considerarse como grande, sino no tan pequeño como aquél que la quebranta, pues para que sea grande debe practicar y enseñar lo que Jesucristo enseña.