Y vino Jesús a las partes de Cesárea de Filipo: y preguntaba a sus discípulos, diciendo: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" Y ellos respondieron: "Los unos, que Juan el Bautista; los otros, que Elías; y los otros, que Jeremías, o uno de los Profetas". Y Jesús les dice: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Respondió Simón Pedro y dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Y respondiendo Jesús, le dijo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan: porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré la llave del reino de los cielos. Y todo lo que ligares sobre la tierra, ligado será en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos". (vv. 13-19)
Glosa
El Señor, después de haber separado a sus discípulos de la doctrina de los fariseos, escoge el momento oportuno para echar en ellos los fundamentos profundos de la doctrina del Evangelio. Y para hacerlo con más solemnidad, el evangelista designa el lugar con estas palabras: "Y vino Jesús a las partes de Cesarea de Filipo".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,1
Dice Cesarea de Filipo y no simplemente Cesarea, porque hay otra Cesarea que es la de Straton. No es en esta última, sino en la primera, donde el Señor, alejándolos de los judíos, preguntó a sus discípulos, quienes dijeron sin temor y con toda libertad lo que pensaban.
Rábano
Este Filipo era hermano de Herodes y Tetrarca de Ituria y de Traconítides y dio el nombre de Cesarea a la ciudad que hoy se llama Paneas, en honor de Tiberio César.
Glosa
El Señor, queriendo afirmar en la fe a sus discípulos, comienza por alejar de sus espíritus las opiniones y los errores de otros. Por eso lo que sigue: "Y preguntaba a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?"
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 15
Pregunta Cristo a los discípulos para que sepamos nosotros por las respuestas de los apóstoles las diversas opiniones que había entonces sobre Cristo entre los judíos y para que investiguemos siempre la opinión que sobre nosotros tienen formada los hombres, a fin de que si hablan mal, evitemos las ocasiones de que puedan hablar así y si bien, las aumentemos. También el ejemplo de los apóstoles enseña a los discípulos de los Obispos la obligación que tienen de informar a sus Obispos de las opiniones que sobre ellos se tenga por fuera.
San Jerónimo
La pregunta del Señor: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" es admirable. Porque los que hablan del Hijo del hombre, son hombres y los que comprenden su divinidad no se llaman hombres, sino dioses
1.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,1
Mas no dice: ¿qué dicen los escribas y los fariseos de mí?, sino: ¿qué dicen los hombres de mí? Investiga la opinión del pueblo, porque no estaba inclinada hacia el mal. Y aunque su opinión sobre Cristo era inferior a la realidad, estaba, sin embargo, pura de toda malicia. No así la opinión de los fariseos, que era sumamente maliciosa.
San Hilario,
in Matthaeum, 16
Al decir el Señor: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" dio a entender que debían tenerle por otra cosa distinta de lo que veían en El. El era, efectivamente, Hijo del hombre: ¿qué deseaba, pues, que opinaran sobre El? No queremos opinar sobre lo que El mismo confesó de sí, sino de lo que está oculto en El, que es el objeto de la pregunta y la materia de nuestra fe. Nuestra confesión debe estar basada en la creencia de que Cristo no solamente es Hijo de Dios, sino también Hijo del hombre y en que sin las dos cosas no podemos abrigar esperanza alguna de salvación. Por eso dijo Cristo de una manera significativa: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?"
San Jerónimo
No dijo: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? sino: ¿Quién dicen que es el Hijo del hombre? Preguntó así a fin de que no creyesen que hacía esta pregunta por vanidad. Es de observar que siempre que en el Antiguo Testamento se dice el Hijo del Hombre, en el hebreo se dice el hijo de Adán.
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 15
Los discípulos refieren al Señor las diferentes opiniones que sobre El tenían los judíos. Por eso dice: "Y ellos respondieron: Los unos que Juan el Bautista", es decir, los que pensaban como Herodes; "los otros que Elías", esto es, los que creían o bien que era el mismo Elías que había vuelto a nacer, o bien el mismo Elías que aun vivía y se manifestaba en El; "y los otros que Jeremías", a quien el Señor había constituido profeta de las naciones, no entendiendo que era figura de Cristo; "o uno de los profetas", por una razón semejante, a causa de las cosas que Dios dijo a los profetas, pero que no tuvieron su cumplimiento en ellos, sino en Cristo.
San Jerónimo
Pudo equivocarse el pueblo sobre Elías y sobre Jeremías, como se equivocó Herodes sobre Juan, de aquí mi admiración al ver a los intérpretes indagando las causas de cada uno de los errores.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,1
Después de haber referido los discípulos las opiniones del pueblo, el Señor vuelve a preguntarles por segunda vez, a fin de que formen una opinión más elevada sobre El. Por eso sigue: "Y Jesús les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Vosotros, repito, que estáis siempre conmigo y que habéis presenciado milagros más grandes que los que ha visto el pueblo, bajo ningún concepto debéis tener sobre mí la misma opinión que éste. En estas palabras vemos la razón que tuvo el Señor para no haberles hecho esa pregunta al principio de su predicación y sí después de haber hecho tantos milagros y de haberles hablado de su divinidad.
San Jerónimo
Observad por el contexto de las palabras, cómo los apóstoles no son llamados hombres, sino dioses. Porque al preguntarles el Señor: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?", añade: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Que equivale a decir: aquellos que son hombres, tienen una opinión mundana, pero vosotros que sois dioses
2, ¿quién decís que soy yo?
Rábano
Mas no indaga el Señor -como por ignorancia- la opinión de los discípulos y de los extraños, sino que pregunta a los discípulos qué pensaban de El para premiar dignamente su confesión de la fe verdadera. Pregunta la opinión de los extraños para que quede demostrado para los discípulos por la exposición de los errores que la verdad de su confesión no depende de la opinión de los demás, sino de haber percibido el misterio mismo de la revelación del Señor.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,1
Cuando pregunta el Señor sobre la opinión del pueblo, contestan todos los apóstoles y cuando pregunta a los apóstoles, sólo contesta Pedro, boca y cabeza de todos ellos. Por eso sigue: "Respondió Simón Pedro y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo".
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 15
Pedro negó algunas de las cosas que los judíos juzgaban acerca de cómo debía ser el Cristo, pero confesó: "Tú eres el Cristo", cosa que ignoraban los judíos. Y lo que es aun más: "El Hijo de Dios vivo", que dijo por los profetas: "Yo vivo, dice el Señor" (
Is 49,18;
Ez 5,11) y se llamaba vivo, pero de una manera sobresaliente, elevándose por encima de todos los seres que tienen vida, porque sólo El tiene la inmortalidad y es la fuente de la vida, lo que propiamente se dice de Dios Padre. Es la vida que procede de la Fuente que dijo: "Yo soy la vida" (
Jn 14,6).
San Jerónimo
Le llama también Dios vivo para distinguirle de aquellos dioses que llevan el nombre de dioses, pero que están muertos como Saturno, Júpiter, Venus, Hércules y las demás ficciones de los idólatras.
San Hilario,
in Matthaeum, 16
La fe verdadera e inviolable consiste en creer que el Hijo de Dios fue engendrado por Dios y que tiene la eternidad del Padre. Y la confesión perfecta consiste en decir que este Hijo tomó cuerpo y fue hecho hombre. Comprendió pues en sí todo lo que expresa su naturaleza y su nombre, en lo que está la perfección de las virtudes.
Rábano
Por un admirable contraste, el Señor confiesa la humildad de la humanidad de que se halla revestido y el apóstol declara la excelencia de su divina eternidad.
San Hilario,
in Matthaeum, 16
La confesión de Pedro mereció una gran recompensa, porque supo ver en aquel hombre al Hijo de Dios. Por eso sigue: "Y respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan. Porque no te lo reveló la carne ni la sangre".
San Jerónimo
Devolvió el Señor la palabra al apóstol por el testimonio que dio de El: dijo Pedro: "Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo" y el Señor le dijo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan". ¿Por qué? "porque no te lo reveló la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Reveló el Espíritu Santo lo que no pudo revelar ni la carne ni la sangre. Luego mereció Pedro por su confesión ser llamado hijo del Espíritu Santo, que le hizo esta revelación, puesto que Bar Iona en nuestro idioma significa hijo de la paloma. Opinan algunos que Simón era hijo de Juan según aquel pasaje (
Jn 21,15) "Simón, hijo de Juan, me amas" y que los copistas suprimieron una sílaba y escribieron Bar Iona en lugar de Bar Ioanna, esto es, hijo de Juan.
Ioanna quiere decir gracia de Dios y ambos nombres pueden tomarse en sentido místico, tomando la palabra paloma por Espíritu Santo y la gracia de Dios por un don espiritual.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,2
Sería cosa inútil el decir: Tú eres hijo de Juan o de
Joanna, si no fuese para manifestar que Cristo es tan naturalmente Hijo de Dios, como lo es Pedro de Juan, es decir, que es de la misma substancia de aquel que le engendró.
San Jerónimo
Las palabras "porque no te lo reveló carne ni sangre" tienen su semejanza con aquellas otras del apóstol (
Gál 1,16): "Yo no he tenido descanso ni en la carne, ni en la sangre". En el primer pasaje las palabras carne y sangre significan los judíos y en este último, aunque en otros términos, dice San Pablo, que Cristo Hijo de Dios, fue revelado, no por la doctrina de los fariseos, sino por la gracia de Dios.
San Hilario,
in Matthaeum, 16
O de otra manera, bienaventurado Pedro porque fue bendecido con la gracia de poder ver y comprender más allá de lo ojos humanos, no quedándose en lo que es de carne y sangre, sino contemplando al Hijo de Dios gracias a la revelación del Padre Celestial. Pedro fue juzgado digno de conocer el primero la divinidad de Cristo.
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 16
Debemos preguntar en este lugar, si los apóstoles conocían antes de ser enviados que Jesús era el Cristo. El pasaje de arriba da a entender que ésta es la primera vez en que Pedro ha confesado a Cristo Hijo de Dios vivo y debéis tener presente, si os es posible, que es menos creer que Jesús es el Cristo, que el de reconocerle como tal. De ahí es que podéis decir desde luego, que cuando los apóstoles fueron enviados a predicar, creían que Jesús era el Cristo y después, cuando ya estaban más adelantados, le reconocieron. O también podéis contestar que los apóstoles al principio tenían un conocimiento como en embrión de Cristo y conocían muy pocas cosas de El, pero después adelantaron de tal manera en el conocimiento de Cristo, que ya se encontraron en disposición de comprender la revelación del Padre sobre Cristo. Así vemos cómo la comprendió Pedro, que fue llamado bienaventurado no sólo por las palabras: "Tú eres el Cristo", sino principalmente por las que añadió: "El Hijo de Dios vivo".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,1-2
Ciertamente si Pedro no hubiese confesado que Cristo fue engendrado realmente por el Padre, esta revelación no hubiese sido necesaria ni hubiese sido llamado bienaventurado por haber juzgado que Cristo era un hijo predilecto de tantos hijos adoptivos de Dios. Porque antes que Pedro, los que iban en el barco con Cristo, le dijeron: "Verdaderamente tú eres Hijo de Dios" (
Mt 14,33). También Nathanael había ya dicho: "Maestro, tú eres Hijo de Dios" (
Jn 1,43), y sin embargo, no se llamaron bienaventurados, porque no confesaron la misma filiación que Pedro. Lo juzgaban como uno de tantos hijos, pero no verdaderamente como Hijo. Y aunque lo tenían como el principal de todos, no lo miraban, sin embargo, como de la misma substancia que el Padre. Ved, pues, cómo el Padre revela al Hijo y el Hijo al Padre y cómo no podemos conocer al Hijo sino por el Padre, ni al Padre más que por el Hijo, de donde resulta, que el Hijo es consustancial al Padre y debe ser adorado con el Padre. Partiendo de esta confesión, el Señor demuestra que muchos creerán lo mismo que ha confesado Pedro. De donde añade: "Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia".
San Jerónimo
Que equivale a decir: puesto que tú has dicho: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, yo también te digo a ti -no con vanas palabras y que no han de ser cumplidas, sino que te lo digo a ti (y en mí el decir es obrar)- que tú eres Pedro. Antes el Señor llamó a sus apóstoles luz del mundo y otros diversos nombres y ahora a Simón, que creía en la piedra Cristo, le da el nombre de Pedro.
San Agustín,
de consensu evangelistarum, 2,53
No se crea, sin embargo, que es en este pasaje donde recibió Pedro su nombre, lo recibió en el pasaje que tiene San Juan (
Jn 1,42): "Tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro".
San Jerónimo
Y siguiendo la metáfora de la piedra, le dice con oportunidad: Sobre ti edificaré mi Iglesia, que es lo que sigue: "Y sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,2
Es decir, sobre esta fe y sobre esta confesión edificaré mi Iglesia. Palabras que dan a entender, que muchos creerán en lo mismo que ha confesado Pedro. El Señor bendice las palabras de Pedro y le hace pastor.
San Agustín,
retractationes, 1,21
Dije en cierto lugar hablando del apóstol San Pedro, que en él, como en una piedra, fue edificada la Iglesia. Pero no ignoro que después he expuesto en muchas ocasiones las palabras del Señor: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" en el sentido de que la Iglesia está edificada sobre aquel a quien confesó Pedro diciendo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Pues Pedro, llamado por esta piedra, representa la persona de la Iglesia que está edificada sobre esta piedra. El Señor no le dijo: Tú eres la piedra, sino tú eres Pedro y la piedra era Cristo (
1Cor 10,4), a quien confesó Simón, así como a éste le confiesa toda la Iglesia y por esta confesión ha sido llamado Pedro. De estas dos opiniones puede elegir el lector la que le parezca más probable.
San Hilario,
in Matthaeum, 16
En este nuevo nombre se encuentra un fundamento admirable de la solidez de la Iglesia, digna de ser edificada sobre esta piedra, que hará desaparecer las leyes del infierno, las puertas del Tártaro y todos los cerrojos de la muerte. Por eso añade para manifestar la solidez de la Iglesia fundada sobre esta piedra: "Y las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ella".
Glosa
Esto es, no la separarán de mi caridad y de mi fe.
San Jerónimo
Yo tengo por puertas del infierno a los pecados y a los vicios o también a las doctrinas heréticas, que seducen a los hombres y los llevan al abismo.
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 16
Son puertas del infierno todos los vicios espirituales en el orden sobrenatural y que son opuestos a las puertas de la justicia.
Rábano
También son puertas del infierno los tormentos y seducciones de los perseguidores y las obras malas y las palabras necias de los incrédulos, porque sólo sirven para enseñar el camino de la perdición.
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 16
Mas no expresa el Señor si prevalecerá la piedra sobre que está edificada la Iglesia, o si será la Iglesia edificada sobre la piedra; sin embargo, es indudable que ni contra la piedra, ni contra la Iglesia prevalecen las puertas del infierno.
Cirilo,
thesaurus de sancta et consubstantiali Trinitate
Según la promesa de Cristo, la Iglesia apostólica de Pedro permanece pura de toda seducción y a cubierto de todo ataque herético, por encima de todos los gobernadores, obispos y sobre todo los primados de las iglesias, en sus pontífices, en su completísima fe y en la autoridad de Pedro. Y cuando algunas iglesias han sido tildadas por los errores de alguno de sus individuos, sólo ella reina sostenida de un modo inquebrantable, impone silencio y cierra la boca a los herejes. Y nosotros, a no ser que estemos engañados por una falsa presunción de nuestra salvación, o tomados del vino de la soberbia, confesamos y predicamos juntamente con ella la verdad y la santa tradición apostólica en su verdadera forma.
San Jerónimo
No se crea que por estas palabras promete el Señor a los apóstoles librarlos de la muerte. Abrid los ojos y veréis, por el contrario, cuánto brillaron los apóstoles en su martirio.
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 16
También a nosotros -por una revelación del Padre que está en los cielos (
Ef 3), revelación que tendrá lugar si nuestra conversión está en los cielos- se nos dirá: "Tu eres Pedro, etc.", si confesáremos que Jesucristo es el Hijo de Dios vivo. Porque todo el que imita a Cristo es piedra y aquel, contra el que prevalecieren las puertas del infierno, ni es la piedra sobre que edificó Cristo su Iglesia, ni es la Iglesia, ni es la parte de la Iglesia que el Señor edifica sobre la piedra.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,2
El Señor da otro nuevo honor a Pedro cuando le añade: "Y te daré a ti las llaves del Reino de los Cielos", que vale tanto como decir: Así como el Padre te concedió el que me conocieras, así también te doy yo alguna cosa, esto es, las llaves del Reino de los Cielos.
Rábano
Con razón se dio las llaves del Reino de los Cielos a aquel, que confesó con más devoción que los demás, al Rey de los cielos. De esta manera se hizo saber a todos, que sin esta fe y sin esta confesión, no entraría nadie en el Reino de los Cielos. Se entiende por llaves el poder y el derecho de discernir. El poder para que ate y desate y el derecho de discernir, para que distinga a los dignos de aquellos que no lo son.
Glosa
De donde sigue: "Y cuanto atares, etc.", esto es, todo el que juzgares indigno de perdón mientras vive, indigno será juzgado delante de Dios. Y todo lo que desatares, esto es, a quien juzgares digno de ser perdonado mientras vive, alcanzará consiguientemente de Dios el perdón de sus pecados.
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 16
Ved cuán grande es el poder de esta piedra sobre la cual está edificada la Iglesia. Permanecen inquebrantables sus juicios, como si fuera el mismo Dios el que los diera por ella.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 54,2
Ved también cómo Cristo conduce a Pedro hasta las ideas más elevadas sobre su persona. Porque le promete dar lo que a sólo Dios compete, es decir, el perdonar los pecados y hacer inmutable a la Iglesia en medio de tantas tempestades, de persecuciones y de tentaciones.
Rábano
Aunque parece que sólo a Pedro fue dado este poder de atar y desatar, sin embargo, también es concedido a los demás apóstoles y ahora en los Obispos y en los presbíteros a toda la Iglesia. Y si Pedro recibió con especialidad las llaves del Reino de los Cielos y el principado de la potestad judiciaria, fue para que todos los fieles del mundo comprendan, que todos los que se separan, bajo cualquier concepto, de la unidad de fe o dejan de estar unidos a él, no pueden ser desatados de las cadenas de los pecados, ni entrar por las puertas del Reino de los Cielos.
Glosa
De una manera especial concedió a Pedro el poder para invitarnos a la unidad, y le hizo cabeza de los apóstoles, para que la Iglesia tuviese un solo vicario principal, al que todos los miembros de la Iglesia debían acudir en caso de disidencia. Y si en la Iglesia hubiese muchas cabezas, ya no habría unidad. Añaden algunos que las palabras "sobre la tierra" el Señor las dijo para indicar que el poder de atar y desatar se refería a los vivos y no a los muertos y el que atare o desatare a los muertos, no ejercía ese poder sobre la tierra.
Ex sententiis Constantin. Concilii,
syn. 5
¿Y cómo algunos se atreven a decir que este poder ha sido dado sólo con respecto a los vivos? ¿Por ventura ignoran que el juicio de anatema no es más que una separación? Es preciso separarse de todos aquellos, ya sean vivos o no, que son esclavos de faltas pésimas y alejarse siempre del que es perjudicial. El mismo San Agustín, de piadosa memoria y que tantísimo brilló entre los obispos africanos, ha escrito en diversas cartas, que es útil anatematizar a los herejes aun después de muertos. La misma tradición eclesiástica observaron otros obispos africanos y la Santa Iglesia Romana anatematizó a algunos obispos después de muertos, aun cuando no fueron acusados en vida.
San Jerónimo
Algunos obispos y presbíteros, que no entienden este pasaje, participan en alguna medida del orgullo de los fariseos, llegando al punto de condenar a algunos que son inocentes y de absolver a otros que son culpables, como si el Señor tuviera en cuenta solamente la sentencia de los sacerdotes y no la conducta de los culpables. Leemos en el Levítico (caps. 13 y 14) que a los leprosos estaba mandado presentarse a los sacerdotes para que si efectivamente tenían lepra, los sacerdotes los declararan impuros y esto se mandaba, no porque los sacerdotes causasen la lepra o la inmundicia, sino porque podían distinguir ellos entre el leproso y el que no lo es, entre el que está puro y el que no lo está. Así, pues, como allí el sacerdote declara impuro al leproso, así también aquí en la Iglesia, el Obispo o presbítero ata o desata, no a los que están inocentes o sin culpa, sino a aquellos de quienes por su ministerio ha tenido necesidad de oír variedad de pecados y distinguir cuáles son dignos de ser atados y cuáles de ser desatados.
Orígenes,
homilia 1 in Matthaeum, 16
Sea, pues, irreprensible el que ata o desata a otro, a fin de que sea también digno de atar y desatar en el cielo. Las llaves del Reino de los Cielos sólo se dan como recompensa a aquel que por su virtud puede cerrar las puertas del infierno. Y todo el que comenzare a practicar toda clase de virtudes, se abre a sí mismo la puerta del Reino de los Cielos, esto es, se la abre el Señor con su gracia, de suerte que la misma virtud es a un mismo tiempo puerta y llave de la puerta. Pueda ser que cada virtud sea el Reino de los Cielos.
Notas
1.
La palabra
dioses no significa aquí
divinidades, sino más bien alude a la participación de los hombres en la vida divina.
2.
La palabra
dioses no significa aquí
divinidades, sino más bien alude a la participación de los hombres en la vida divina.