Archivo por meses: marzo 2008

L’uomo è mobile

El pasado Viernes Santo participé del Via Crucis, y el párroco usó unos textos de Ratzinger (entonces cardenal). Me quedó rondando una observación sobre la escena del Ecce Homo (la primera estación) cuando la multitud pide su muerte y Pilato accede:
…los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros […], lo matasteis en una cruz…» (Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre…
No parece nada especialmente original, y seguramente no lo es, pero la verdad es que yo nunca lo había oído ni pensado.

En mi experiencia, es mucho más frecuente usar este episodio para cargar las tintas sobre la volubilidad humana en sentido inverso. «Fíjense uds. lo que son los hombres… el domingo pasado lo habían recibido en Jerusalén con honores, cantos y palmas… y hoy piden su crucifixión». Es casi un tópico. Que rechazan algunos (Castellani), aduciendo que no hay por qué suponer que los unos y los otros, los que lo aplaudieron el domingo y los que lo condenaron el viernes, fueran los mismos.

Claro que lo mismo puede objetarse a lo de Ratzinger. No veo por qué haya necesidad de suponer que, de los que pidieron la muerte de Jesús, algunos (y menos aun «muchos») formarían parte del auditorio conmovido por el discurso de Pedro en Pentecostés. (Creo que la frase —«este Jesús a quien vosotros habéis crucificado»— bien podría tomarse como una imputación colectiva: vosotros, los judíos, los habitantes de Jerusalén). Pero tampoco veo que pueda negarse la posibilidad.
Y, sobre todo, me parece especialmente útil, me parece que da algunas luces nuevas y alentadoras (para mí al menos), pensarlo así; y tenerlo siempre presente, al asistir a un Ecce Homo; en un Via Crucis, por ejemplo.

Sueltos

  • A juicio de Tom de Disputations, la novela-trilogía de Anne Rice sobre la vida de Jesús no viene nada mal; al menos el segundo volumen, que fue lo que él leyó. Para tener en cuenta.

  • Una película japonesa que vi hace poco: «La balada de Nyazakama» (1958). No me da para crítico de cine, pero la menciono porque es poco conocida y creo que vale la pena. (Ojo, hablo de la vieja; hay otra versión más nueva (1983) y más famosa, con el mismo título). Fragmento inicialimágenes.

  • Sí, yo soy de esos: un nerd.

  • Dos cortos de Ryan Larkin, dibujante-animador canadiense. Si les gusta, les convendrá buscarse una versión de mejor calidad por p2p.

  • Para que nos envidien los demás; o para que se consuelen. Google nos lista las ocurrencias del vocablo «cualitativo» en labios de nuestra presidenta. Hay que ser hegeliana…
    Y si con esto no tienen bastante, pueden seguir por el verbo «articular«.
    O saborear el primer párrafo de esta reflexión sobre el conocimiento, el poder, la riqueza y la nanotecnología.

  • Y un toque setentista —de onda—: Jeremías, pies de plomo , Vox Dei en vivo (1973).
  • Vida interior

    Gustave Thibon, interrogado en 1981 sobre qué le diría a un joven universitario que desea formarse como un auténtico cristiano:
    … Le diría, sobre todo, que cultive su vida interior, todo lo que hay de más noble en él; su alegría interior, el gusto que siente por las cosas, que no es otra cosa que el amor, en un cierto sentido, lo que nos hace vivir fuera de nosotros mismos…. Es importante no pensar en sí mismo; es el medio principal para encontrarse.

    No place like home

    He recibido alguna que otra leve crítica del lado católico por ser demasiado crítico con los católicos, y la Iglesia en general. Y -sin ironía- puedo encontrar la crítica digna de consideración, por lo menos.
    Por un lado, por la propia salud: la propia tendencia a llevar la contra, a hacer de abogado del diablo, puede llevar para el lado de los tomates; y si está bien resistir a los sectarismos (católicos incluidos), tampoco es cuestión de hacer de eso una militancia jactanciosa. Está claro, al menos en teoría.
    Por otro lado, está la relación con el objeto, en este caso la Iglesia. El lector de afuera, antes que sentirse edificado por la (pretendida) honestidad autocrítica puede ver en esa actitud un signo de falta de amor, de entusiamo y de confianza; y eso no es dar testimonio de fe, es más bien escandalizar que evangelizar.
    Y aun olvidándonos del efecto producido en el prójimo (de adentro y de afuera) podemos preguntarnos si ese signo no tiene algo de verdad. Y esto es lo más preocupante, a mi ver. Es decir: uno critica y critica, y se dice que eso no significa mengua en la fe y en el amor; pero ¿podemos estar seguros? ¿Acaso todo apóstata no empezó así? ¿No será que íntimamente estamos dejando de creer y de amar, que en el fondo hemos renegado? ¿Podemos ver claro en nosotros mismos, para discernir si esa voz crítica no expresa un núcleo de creencia -o des-creencia- más auténtico que la otra voz, la de las creencias insinceras y resecas, destinadas a morir? Con demasiada grandilocuencia lo digo; no es que la pregunte se me plantee con colores así de fuertes. Pero un lugarcito debe asignársele a la cuestión, y a la inquietud consiguiente.

    Hablando por mí (como siempre), diría que una de las respuestas más patentes a la cuestión es el sentimiento experimentado al tener noticia de una conversión (o regreso o como quiera llamárselo) a la Iglesia de un prójimo. Me digo que no podría sentir una alegría así de intensa, pura y simple al saber que alguien vuelve a casa, si no creyera íntimamente que es una dicha habitar esa casa.
    Y por lo mismo, me alegro de alegrarme.
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    Vigilias

    Amy Welborn comenta -y linkea- algo sobre la celebración de la Vigilia Pascual por allá; en particular, sobre el largo, que algunos encuentran excesivo. Claro que eso varía entre lugares -y entre parroquias. Yo, que descubrí la belleza de esa liturgia después de mi conversión, he tenido (al parecer) bastante suerte: siempre me han tocado celebraciones bien hechas, y con lo que parece una longitud razonable… unas dos horas, creo; con todas las lecturas bíblicas, por suerte. Siempre me encantó eso de arrancar -después del pregón pascual- con el Génesis, recorriendo toda la historia del asunto; y la letanía de los santos, que me emociona especialmente (hay unos cuantos amigos personales ahí); y por supuesto, el efecto de la iglesia a oscuras que se va iluminando… Una maravilla, y casi un milagro que algo semejante esté vivo en estos tiempos. (Lo cual se extiende a todos los oficios de la semana santa… El viernes santo, con las oraciones más fuertes del año, también es asombroso).
    En cuanto al sermón de la Vigilia que me tocó esta vez… bueno, no diremos que fue muy largo (el defecto más corriente, según coincide la mayoría) pero… no sé si será que yo fui esperando encontrar el párroco de otras veces (parece que lo rajaron; ya se sabe que el juicio de los obispos argentinos sobre lo que es un buen cura no suele coincidir con el mío)… la cuestión es que, si no llegó a arruinarme la vigilia, sí pareció esforzarse bastante. ¿Exagero? Bueno, traten uds. de explicar cómo puede un párroco decir un sermón de Vigilia Pascual que no se refiere ni tangencialmente a la celebración, cómo puede ignorar todas las lecturas bíblicas (siete, nada menos) para traer a colación en cambio el episodio de la mujer que, de entre la multitud, logró tocar el manto de Jesús (a propósito de que en la iglesia éramos una «multitud»; concepto que contrapuso al de «comunidad»; y bla bla bla) y ni una palabra de la Pascua y la Resurreción (¿me habré quedado dormido y me perdí algo?). Incomprensible.

    Para sacar regustitos amargos por el estilo, acá va la homilía del Papa

    Del tiempo y los tiempos

    No recuerdo dónde leí, hace mucho, que cuando uno se hace grande las horas se tornan más largas y los años más cortos.
    Una paradoja algo fraudulenta —como lo es la mayoría— pero que tiene su miga —como unas cuantas la tienen.
    Y pasados los cuarenta, uno podría agregar (pero no debe ser sólo la edad, tal vez también la ciudad o el trabajo… o Internet) el encogimiento del tiempo es notable en escalas mucho menores que el año. La semana, en particular.

    Pero quizás lo más melancólico de todo sea la fugacidad de las estaciones.
    Speak to me of summer,
    long winters, longer
    than time can remember,
    setting up of other roads,
    travelling on in old accustomed ways.
    I still remember
    the talks by the water,
    the proud sons and daughters
    that, in the knowledge of the land,
    spoke to me in sweet accustomed ways…

    YesStarship Trooper

    De cara al pasado

    Vi ayer «Duck Soup» (mi primer contacto con los renombrados hermanos Marx; no demasiado feliz; no es humor para mí, por lo que parece)… y entre la catarata de gags, topé con este:
    «-I danced before Napoleon. No, Napoleon danced before me – in fact, he danced two hundred years before me.».
    Un juego de palabras, basado en los distintos sentidos de la palabra «before«. Y como tantos juegos de la palabras, intraducible… uno diría (por suerte lo miré con subtítulos originales). Un capricho del idioma inglés, uno diría… eso de que la misma palabra se use para denotar lo que está ubicado ante el que habla y lo que está antes en el tiempo… ¡epa, un momento!… ¡en español -casi- también! «ante» («delante») y «antes«… ¡Qué casualidad!

    Por supuesto, no puede ser casualidad. Debe ser la misma palabra.
    Pero ¿por qué se les ocurriría a los antiguos identificar lo que está «adelante», al frente, con lo que está en el pasado? En todo caso, debería ser al revés… parece. Lo que tenemos «ante nosotros» es lo que «será después», no lo que «fue antes»… nos parece. Puestos a imaginarnos parados en la línea del tiempo, todos nos imaginamos mirando hacia el futuro, con el pasado atrás… ¿no?

    Bueno, pues no.

    En otros tiempos -al menos cuando se forjaron los idiomas romances- la gente prefería imaginarse de cara al pasado.

    Diferentes cosmovisiones, tal vez. Y tal vez, puesto que solo se trata de imágenes en cierta manera metafóricas, que solo figuran un aspecto de lo figurado, no del todo contradictorias (recuerdo lo que notaba Borges, en alguno de sus ensayos menos memorables, que el transcurrir de tiempo puede imaginarse como un río que fluye hacia el futuro, pero también al revés).
    Y tampoco faltarán los aficionados a juzgar los tiempos: tradicionalistas que culparán a la modernidad de apartar la vista de los ancestros, tradiciones vendidas por espejitos de colores (el futuro, precisamente); progresistas que acusarán a los antiguos de darse opio con edades de oro inexistentes y de desconocer la actitud audaz y renovadora (incluso en clave cristiana) que crea el progreso. Yo no soy muy aficionado a esos juicios, y desconfío de esquemas a esa escala. Aunque, puestos a elegir, me quedaría con los primeros; no sin preguntarme -una vez más- sobre su solidaridad con esa modernidad criticada: suponiendo que ubicar el pasado a nuestras espaldas sea un síntoma de la apostasía moderna (o como quieran llamarla) ¿comparten de hecho estos tradicionalistas esa mirada, o ven las cosas -naturalmente- como las veían los antiguos? Curiosidad, nomás.

    Pero no es necesario hacer de esto una cuestión de partido. A mí, al menos, lo que más me interesa es tratar de tener un atisbo de esa cosmovisión; asumiendo que en alguna medida es complementaria, no poder concebirla parece una especie de pobreza. Conviene entonces intentar ver con esos ojos. ¿Cómo puede uno, moderno y cartesiano, imaginar el pasado adelante? ¿Cómo podían los antiguos?
    El enlace que puse apunta una posibilidad: uno puede ver lo que tiene frente a sí, no lo que tiene a sus espaldas; y es claro que podemos ver el pasado, no el futuro. Así, yo puedo verme a mí mismo hace pocos años, ahí nomás, cerquita; y al niño que fui también puedo verlo… más lejos… más adelante. Y así.

    Pensaba hoy otra imagen, que acaso pueda ayudar: los hombres, como actores que van saliendo a escena, y luego se retiran; la humanidad, haciendo cola para ocupar su lugar, en el escenario de la vida, o también para ocupar su lugar allá arriba… En ese arroyo humano, Napoleón (que vino antes que yo) está delante de mí; y San Juan Bautista va delante del Mesías.