Deshinchar a Castellani (13)

… yo no soy semita ni antisemita, antes bien estoy en contra de los semitas y en contra de los antisemitas; o por mejor decir, ellos están en contra mía. Eso no quita que yo vea con toda claridad que esta pregunta práctica: “¿Está bien que un judío enseñe a los argentinos Etica, Metafísica o Historia?”, tiene una respuesta si la Argentina es una nación católica, y otra respuesta si la Argentina ha dejado de serlo…

Castellani – Decíamos ayer – mayo 1945

Por si hiciera falta decirlo: yo sí creo que el antisemitismo de Castellani es culpable, es uno de sus lunares. No de los que más me importan, pero tampoco mera manía aislada. Para situar el presunto pecado, acaso para disculparlo, y para mostrar por qué este lunar ilustra problemas más grandes, conviene mirar su entorno, hacia atrás y hacia adelante; sus maestros y sus discípulos. De quiénes le tocó (¿o eligió?) aprender, y a quiénes le tocó (¿o eligió?) enseñar.

Un poco a esto venían esas referencias pasadas a la prensa católica de fines del siglo XIX. No es que aquel tono -y en particular, aquel antisemitismo- fuera universal en el catolicismo de entonces; pero sí característico de una buena parte (la parte conservadora, digamos), y sobre todo en España. Tampoco se trata de hacer trampas con anacronismos:  claro está que hablar contra «los judíos» en 1870 no es lo mismo que hacerlo en 1970. Notemos por lo pronto el hecho:  había bastante literatura antisemita entonces, cristiana o no. Específicamente, denostar a los judíos junto a los masones y los liberales, era un ingrediente habitual de la literatura católica integrista, nada marginal entonces. Y en particular, los jesuitas españoles estaban casi exclusivamente de ese lado (casi no había jesuitas liberales en España, si no me equivoco).

Si imaginamos que la formación de Castellani (remontando hasta el adolescente libresco y retraído que se sintió llamado a «hacerse jesuita») está marcada por esta literatura… uno puede entenderlo y en parte disculparlo; especialmente considerando que, en comparación, sus palos contra judíos y masones son más bien pocos y moderados. ( «No es mi pesadilla», podría haber dicho, igual que lo dijo de la masonería y el comunismo – nada comparable con un Meinvielle, pongamos – sí, es cierto; pero… sus palos contra los judíos están, y sus palos contra aquel antisemitismo no están).

Ahora bien, esta relativa disculpa también tiene otra cara, que es medio una culpa. Pongamos que sus antisemitismos no son muy suyos, que son mero eco de toda aquella apologética de la que debió alimentarse. ¿No dice esto algo sobre su formación? Y el hecho de que, ya formado, de vuelta de Europa, siguiera apegado (sin pasión pero también sin crítica) a esos tics apologéticos de dudosa lucidez ¿no apunta a un defecto suyo más importante que el antisemitismo en sí? Una mirada crítica sobre todos aquellos argumentos y aquel talante del que tuvo que mamar… ¿es demasiado pedir a un intelectual católico en 1930?

Pienso en la Francia católica de 1900 (con aquella prensa reaccionaria hija de Veuillot, la misma que había propiciado y caído en la farsa Taxil), que pasó por el penoso caso Dreyfus, sin mucha gloria pero con alguna lección… Yo dudo que hiciera falta ver el diario del lunes, no creo que se precisara mucha inteligencia para ver la inconsistencia y las bajas motivaciones de aquel antisemitismo; no creo tampoco que para eso hiciera falta ser liberal, ni moderado -ni tibio. Si a eso vamos: Léon Bloy no era ninguna de estas cosas (acaso ni siquiera muy inteligente), pero él lo vio; y si en su primer novela fulminó a los judíos con insultos, y si «La salvación de los judíos» parece atacar tanto a los antisemitas como a los judíos, siempre se negó a ponerse del lado de los «antideyfrusistas» (como la gran mayoría de los católicos «practicantes» franceses, clero incluido) y muchas veces denunció -y concretamente como pecado del catolicismo de su tiempo- «…el antisemitismo, cosa enteramente moderna… la bofetada más horrorosa que Nuestro Señor ha recibido en su Pasión, que es perpetua, es la más sangrienta y la más imperdonable, porque Él la recibe en el Rostro de su Madre, y por mano de los cristianos.» (Diario – enero 1910)

Castellani se muestra extrañamente obtuso aquí, cuando señala lo «natural» del antisemitismo, y pretende saltar al plano teológico para «solucionarlo», apelando a lo sobrenatural: «En el hombre caído todo lo natural que no se vuelve sobrenatural es abominable, por lo menos en el plano teológico, sobre todo cuando está más cerca del polo animal que del polo racional» (el «por lo menos» seguido del «sobre todo» es síntoma casi seguro de… gansada). Parece que ni se le ocurre examinar cuánto de «natural» (en dicho sentido) tienen sus propios sentimientos y argumentos antisemitas, ni examinar el parentesco de aquel sentimiento «natural» con otras paranoias y fobias (sin ir más lejos, algunas anticatólicas), ni el peligro de pretender depurar y apuntalar estos sentimientos demasiado humanos apelando a la religión, ni la culpa adicional que contrae el cristiano al recaer en el antiguo -y para nosotros rigurosamente abolido- recurso del chivo expiatorio

Así pues, que Castellani haya heredado de sus maestros motivos y argumentos de calidad dudosa y con fecha de vencimiento, es entendible y disculpable. Más problemático es su apego a ese arsenal, como si el riesgo de tener que deshacerse de todo aquello (o buena parte) le hiciera temblar el piso, como si sin esa armadura se sintiera desnudo. Y en este cuadro, una vez más, el antisemitismo es sólo un elemento.

En cuanto al otro lado de la cuestión: sea por la fuerza de las circunstancias o por su elección (todo un tema…), Castellani se dedicó, sobre todo en su madurez (tras la expulsión de la Compañía) a formar y escribir para un determinado público: católicos argentinos de derecha, tradicionalistas, mayormente nacionalistas (en el sentido argentino de la palabra). Ahora bien: si el motivo antisemita fue desapareciendo del catolicismo mayoritario (en todo nivel) durante el siglo XX, sobrevivió en algunos reductos. Precisamente entre aquellos que leían -y bancaban– a Castellani; y, hoy, sus hijos y nietos*.

Con esto a la vista, y considerando -como hemos visto- los rasgos antisemitas de la producción del cura de este tiempo (sobre todo como director de la revista Jauja), hay un par de cosas por decir – algo que puede atenuar la culpa, y algo que puede agravarla.

Digamos primero que… Castellani tenía que comer. Lo que su pluma producía dependía en parte de lo que su público pedía. Instinto (si no táctica) de supervivencia -no sólo material, sino intelectual-afectiva;  necesidad de refugio y contención, de armarse un espacio donde vivir. Esto sonará a pésima disculpa, quizás a insulto. Intentaré mostrar que no es mi intención… otro día – y previsiblemente sin éxito.

Otra disculpa, también problemática: su círculo ideológico no era sólo de alumnos a quienes formar, también era el ambiente que respiraba, de donde recibía información, referencias de libros, aprobaciones y rechazos. Eso filtraba qué leía y cómo lo leía; en cierta manera  lo aislaba y lo mantenía atado a su formación del siglo anterior. Si es cierto que sus preocupaciones y sus visiones no coincidían con las de un Meinvielle, también es cierto que no se sentía incómodo en esa compañía, no sentía la necesidad de criticar los vicios y atrofias de esa ideología, ni parecía sospechar que -intelectualmente y religiosamente- se estaba perdiendo algo importante. La verdadera vida del catolicismo de entonces, le pasó a un costado. (Una vez más, estas afirmaciones -que requieren y acaso tendrán desarrollo y matizaciones- sonarán intolerables a los castellanistas, en general).

Pero estas consideraciones de su entorno y su público, si en parte lo disculpan, en parte lo culpan: porque si eso era lo que su tribu quería escuchar, entonces Castellani en su rol de maestro tenía el deber de enseñarles otras cosas, menos agradables de oír.

¿Una foto cualquiera de la tribu? Míreme ud. a los militantes que en 1973 incendiaron el teatro donde se iba a representar «Jesucristo Superstar«, trasmitiéndose el dato de que el dueño del teatro era judío, para así atizar su católica indignación… y cuénteme ud., entre esos militantes, el porcentaje de simpatizantes del cura. O, una vez más, googlee «Castellani judíos«. O lea esta anécdota del homenaje póstumo («Celebración«) que le hicieron los suyos en 1993:

… No recuerdo el año, pero le dimos una comida en el Restaurant Retiro, había mucha gente. Todos los oradores hablaban de la Sinarquía, de los judíos… todo. Cuando le tocó el turno al Padre para hablar, se levantó y dijo:
-Se ha hablado mucho de los judíos aquí: ¡Qué judío ni qué judío!. Los únicos jodíos somos nosotros. (Risas)

Una nimiedad, sí, pero la escena -además de graciosa- es muy simbólica. El todo, incluidas las entrelíneas de todo el homenaje (allí estuve), incluido el prologuista que escupe desdeñoso sobre «la estulticia de los que quieren negar el rol deicida de los judíos»… pinta la aldea.

El maestro que hace falta, en tales ambientes, debe ser en primer lugar una especie de médico, se me ocurre – o una especie de Sócrates… o por lo menos, de Bloy. Y bien, Castellani… de esto, casi nada. Lo más que le podemos pedir, parece, es que airee un poco el ambiente con un chiste – un juego de palabras. Es algo, sí. No es mucho.

peanuts

* Ya que últimamente Castellani se está exportando a España, hay que notar que allí la situación es distinta; en particular, el catolicismo de derecha (que es también el target de este Castellani-for-export) es mayoritario, pero tira más al lado liberal-capitalista, creyentes en la concepción inmaculada del estado de Israel, etc. Para este público, el antisemitismo de Castellani es más bien algo a ocultar bajo la alfombra.

Un comentario sobre “Deshinchar a Castellani (13)

  1. abeldellacosta

    ¿Qué decirte? tantos post en serie (y sus «spin-off» y «precuelas»), y sigues mostrando un nivelazo en el tratamiento y en la finura del razonamiento…
    Supongo que te lo habrás leído, y no una sola vez, pero por si -en un improbable- no, te comento que tu exploración en los antecedentes del antisemitismo me hizo acordar a la primera parte de «Los orígenes del totalitarismo» de Hannah Arendt.
    Felicitaciones.

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