Deshinchar a Castellani (4)

Abel comenta que mi juicio no es muy fundamentado que digamos (por supuesto, era la idea) y acota entre otras cosas esto, que me parece central:

pienso que un aspecto central es su desprecio por el debate exegético de su época: él despacha con la categoría de “hereje” todo lo que podría modificar su aproximación (completamente fundamentalista) al texto bíblico.

Es así, justo. También coincidimos en otro punto básico y que los castellanistas  parece que no pudieran siquiera concebir: «El Apokalypsis de San Juan» está lejos de ser uno de sus mejores libros, como tantos suponen (yo también llegué a creerlo);  al contrario, si no es uno de sus peores libros, es uno de los que mejor muestra  sus carencias más serias. Volveremos sobre ello – no sé si para fundamentar, pero al menos para desarrollar.

Va una pequeña introducción  e intento de puesta en perspectiva para los lectores de afuera (geográficamente hablando o no). Porque, aunque esto no vaya dedicado a ellos especialmente, alguno tal vez lo leerá; y ya uno acaba de decirme que no tiene idea de quién es este Castellani, y con lo que vengo diciendo no le dan ganas de leerlo.

Leonardo Castellani («el padre Castellani», o «el cura») fue un sacerdote jesuita argentino (1899-1981), escritor de talento y personaje de cierta notabilidad. Pueden encontrar varias biografías por Internet (incluida esta que escribí hace unos 15 años – y que hoy naturalmente escribiría distinto); cualquiera sirve (salvo  esta, que es un delirio). Escribió unos 50 libros (los tengo casi todos, y muy leídos), religión, ensayo, periodismo, ficción, poesía. Su prosa es , creo, inconfundible; para tener una idea puede servir cualquiera de los textos que andan por ahí, incluidos los de mi página (omitan las poesías, para empezar); con sólo leer dos o tres párrafos cualesquiera basta, me parece, para captar por dónde pasa su talento y su seducción – y basta también para decir si uno puede disfrutar o no de su prosa (no hablo por ahora de las ideas). Tanto por las formas como por el fondo, Castellani no es para cualquiera. Hay escritores que uno puede recomendar en general (Chesterton), hay otros que no, porque dependiendo de inclinaciones, gustos, historia del lector pueden gustar mucho o disgustar mucho (Bloy)  (nótese que esto es independiente de la calidad «objetiva» del escritor y del lector – y de sus ideas). Castellani es de los segundos. Si ud. es un buen lector y me dice que Castellani le gusta mucho, no me extraña; si no le gusta nada, tampoco me extraña. Creo sí que, dentro del panorama de la cultura argentina del siglo XX, es, por sus escritos y por su historia, una figura notable, que vale la pena conocer -aunque fuera para denostar – y si nos restringimos a la cultura católica argentina… ni hablar.

Es relativamente conocido aquí, no mucho – y recién ahora está teniendo una tímida difusión en España (una compilación Juan Manuel de Prada cuyo título… te da una idea del mísero uso que quieren darle al pobre cura). Bueno, ya hablaremos de eso. Pero ¿por qué no es tan conocido aquí? La respuesta fácil sería: porque es «católico de derecha». Pero esto es insuficiente y hasta falso en varios sentidos. Claro que para aclarar estos sentidos me tengo que meter en aguas pantanosas (política). Y no soy la persona más adecuada. Pero bueno, ahí vamos.

Digamos, a los españoles sobre todo, que la derecha católica argentina, en el siglo XX tiene su propio tono. Aunque los matices en estas cosas son infinitos y las enemistades entre vecinos son furibundas (el mismo Castellani se burlaba de eso), hay una relación fuerte con lo que aquí se llama (o se llamó) «nacionalismo católico». Corresponde a lo que llamaríamos la «derecha fascista» – por oposición a la derecha «liberal» – de esta última (la, digamos, democrática filo-capitalista) también hay, pero con poco influjo; en esto, creo, nos diferenciamos de España; porque en ésta («emputecida» por el Opus Dei, al decir de Meinvielle *) abunda más el catolicismo liberal («liberal» en el sentido económico-político, no el sentido progre -yanqui- del término; de derecha en el sentido anti-progre y anti-socialismo, pero más cerca de los «neocons» **), mientras que la otra derecha (carlistas y afines) es allí insignificante por esperpéntica.  Bueno, aquí es otra cosa; y este nacionalismo católico argento tuvo su potencia (no numérica pero sí de la otra) en el catolicismo entre -digamos- 1935 y 1965.   Algunas notas características y obsesiones de este catolicismo son: infinito desprecio por todo lo «moderno» (el umbral se sitúa entre los siglos XIII a XVIII según los casos) -un desprecio cultivado como virtud teologal; maniqueísmo Revolución (mala) vs Tradición (buena);  fundamentalismo bíblico; exaltación de la «ciudad medieval», la monarquía católica; discursos hispanófilos, bibliotecas anglófilas; liberalismo-modernismo-comunismo como enemigos ideológicos, judíos y masones como corruptores de la sociedad; lamentos por perder la «guerra cultural» (Gramsci); intolerancia religiosa, anti-ecumenismo; reaccionarismo e hieratismo litúrgico; conservadurismo moral y legalismo; intelectualismo tomista; apelación (verbal) a la autoridad de los padres de la Iglesia como última palabra; gula por las apariciones y profecías apocalípticas; simpatía por lefevbristas; demarcación de territorio, con vociferantes repudios hacia los que se ubican dos centímetros a la derecha (sedevacantistas) o a la izquierda (neocons / opusdeis);

El tema es más complejo de lo que puede parecer desde afuera; el interesado, por ejemplo, puede googlear algo sobre «Tacuara» (movimiento prohijado por Meinvielle y Ezcurra, dos curas representativos y cercanos a Castellani) que también resultó semillero de… Montoneros (guerrilla de izquierda a principios de los 70). Poco queda de todo aquello hoy, sacando una congregación  (hija del mítico «seminario de Paraná«) hoy en desgracia (vista con malos ojos por el papa, por la izquierda y hasta por muchos de los nacionalistas-y-afines actuales; pueden catar el nivel de sus actuales mentores intelectuales aquí o aquí.)

Pero todo aquello recién empezaba -y prometía grandes cosas- alrededor de 1935, cuando Castellani volvía a Argentina. Había pasado cinco años de estudios en Europa (teología, filosofía y psicología), para completar su formación previa -más bien pobre, como es de imaginar- y llenar curriculum. Aunque tuvo algunos maestros valiosos y «abiertos» (Joseph Marechal, Jacques Maritain, Marcel Jousse), sus devociones teológicas tendieron más a la derecha (Louis Billot). Pero fue de Maritain de quien recibió el primer (y último) espaldarazo de la intelectualidad católica europea: una mención elogiosa en un apéndice de «Arte y escolástica». Nevermore.

En el período 1935-1945, se dedicó muy activamente al periodismo religioso-social-político, notoriamente de la revista «Cabildo» y hasta llegó a ser candidato a diputado en 1945. Al mismo tiempo escribió ficción. Y por ambos lados se ganó cierta notoriedad, también fuera del catolicismo.

Entre 1946 y 1949 tuvo el episodio con sus superiores, tras lo cual fue expulsado de la orden y suspendido como sacerdote. Se le vino el mundo encima («Yo creía demasiado en la Iglesia… o en el Vaticano, digamos. Era un niño, en suma. Golpearon a un niño.»)  Un  niño con algo de enfant-terrible, hay que decirlo. Basta leer su obra anterior para ver que el cura venía un poco acelerado y con ciertas ínfulas; es obvio que se creía llamado a ser un guía intelectual y un inspirador, maestro y revulsivo. Nunca se repuso del golpe. Es verdad que el grueso de sus libros los escribió después.  Pero… se me hace que se quedó ahí. Lamiéndose las heridas (escribió muchísimo sobre «su» temita), y, sobre todo, replegándose, incluso intelectualmente. Quizás también por instinto de supervivencia (no sólo material; pero también), como quien quiere conservar su puesto de maestro… Desarrollaremos.

Un par de puntos sueltos más:

– El cura era, al parecer, de carácter difícil, más bien introvertido e irritable. Al mismo tiempo tenía cierto instinto seguro sobre el ridículo y, en sus mejores momentos, fuertes dosis de autocrítica («auto» respecto de su persona y de su ambiente).

– Su sentido de pertenencia ideológica es curioso, difícil de precisar: de a ratos, parece haberse tragado el manual del perfecto católico de derecha ( defender a Maurras a pesar de todo, despotricar hasta el hartazgo contra el «modernismo», el liberalismo, el democratismo, alertar sobre «el problema judío», mofarse de la nueva teología, abogar por un oscurantismo bíblico), por otro lado, se muestra curiosamente tibio o indiferente para con otras banderas de la tribu (el anticomunismo  de los ’60, la obsesión litúrgica) y en algunos temas se sale del redil (devoción por Kierkegaard y Simone Weil; lamentar que los laicos no participen en la elección de los obispos; quejas por el sacramentalismo mágico y la falta de comunión ‘horizontal’ entre los fieles). Es escurridizo… por suerte. Por otro lado, él negó alguna vez su pertenencia al colectivo, lo cual molestó no poco a los militantes***.

– Parece que uno no puede escribir una panorámica del cura sin mencionar el almuerzo con Videla, Borges y Sábato. A ver, por ejemplo, un relato, de afuera.

– La vinculación de Castellani con lo que (discutiblemente) llamo «los nacionalistas» continúa hoy por un lado relevante: los derechos de autor. A la muerte del cura, estos pasaron a su heredera (Irene Caminos, la mujer que lo cuidó los últimos 20 años de su vida), la cual no se llevaba muy bien con aquellos (sí, uno se acuerda de Yoko Ono, María Kodama y tantas otras… ) y ella finalmente vendió sus derechos. Se sabe que hay bastante material inédito  (el biógrafo de Castellani tuvo acceso a un Diario; de su publicación no se habla).

Quién me manda a mí…

[*] «el pueblo judío aprendió tan solo una lección: la raza hispánica es imbatible de frente, pero solo de frente. Puede ser traicionada si se acierta en proporcionarle un tratamiento debidamente dosificado de ‘cristianismo y mundo moderno’, con el que, bajo la apariencia de apostolado, se le inoculen los virus de la anti-religión y de la anti-patria. Tal iba a ser la misión en la España franquista del ‘Opus Dei’. La heroica España del 36 ha sido totalmente emputecida y envilecida y, hoy en la década del 70, ha quedado totalmente ganada para el mundo judío.» (Meinvielle)

[**] La palabra «neocon» es, hoy día, una muletilla entre esta derecha fascista. Les encanta usarla, como un escupitajo, para expresar su desprecio y repudio hacia esa otra derecha (mundana, tibia, cobarde, pro-yanqui, etc). Parecen sentirse vagamente heroicos al pronunciarla, al demarcar su territorio. Es como la palabra «social-demócrata» en boca de un maoísta. De hecho, los paralelos con los militantes de izquierda saltan a cada paso.

[***] Pero uno de ellos comentaba que más exacto que decir «Castellani fue nacionalista» sería decir «el nacionalismo fue castellanista».

Un comentario sobre “Deshinchar a Castellani (4)

  1. abeldellacosta

    Muy difícil tu empresa, pero bien, está bastante panorámico, y con profundidad. Una sola cuestión, si quieres que los españoles sepan de qué estás hablando: la palabra «nacionalismo» tiene aquí (en España) un sentido técnico, específico, y distinto (aun opuesto) al que tiene en Argentina. Y en el equivalente español de la derecha argentina (que sería más o menos el carlismo y todo lo conexo, como bien apuntas), «nacionalista» es casi un insulto.
    Aquí «nacionalismo» significa el que exalta el valor nacional de la región propia por oposición a la nación española (el vasco separatista, el catalán separatista, el gallego separatista), así que nada más opuesto al significado de esa palabra en el «nacionalismo» argentino, para el que no hay un término equivalente en el panorama español, pero vendría a ser lo que corresponde a un «patriotismo» (y a menudo patrioterismo) español.

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