Contrapunteando

Sí, -me dice un amigo- sí, muy lindo ese texto de von Balthasar. Hermosas palabras, sí; pero… palabras.

¿Así que la Iglesia no se preocupa por «conservar e imponer su forma», sino por la salvación del mundo? Excelente. Ahora, cuando uno mira al catolicismo real, lo que parece primar es otro convencimiento: que la Iglesia debe conservar e imponer su forma para salvar a ese mundo. Y, como el mundo (la historia) parece conspirar para alterarla, pues entonces… que se hunda el mundo, pero que se salve la forma. ¿O no?

Que la Iglesia sea el «el organismo de la salvación escatológica que se ha manifestado en Cristo»… suena estupendo. Pero los católicos que yo conozco (sigue diciendo mi amigo) ni parecen creer demasiado en que esa salvación se haya realmente manifestado en Cristo en esa clave escatológica — y, por lo mismo, parece concebir a la iglesia como un instrumento (más que organismo) de salvación, y en esto en el sentido más craso. Hablando en plata: en el fondo no pueden concebir que la iglesia pueda tener eficacia para la salvación del mundo en su conjunto si, a los ojos de ese mundo, no tiene prestigio, si su autoridad (dogma y moral) no es reconocida, si la mayoría de los hombres no son nominalmente católicos. Eso, para empezar.

El «encogimiento de hombros» del mundo ante la Iglesia… podrá no desposeerla de su legimitidad — ¿tampoco de su eficacia? no sé. Lo que sé es que, a los católicos que yo conozco, ese desprecio es lo que más les duele, por lejos. Una amargura exasperada, mucho más visible que la alegría de la buena noticia. Da la impresión de que darían cualquier cosa por ese prestigio, por recuperar aquella cristiandad, más o menos imaginaria. A veces me pregunto si el anticristo no los comprará con eso…

En cuanto a la solidaridad con «los pobres y los oprimidos»… vamos, no me hagas reír que tengo el labio partido. Te puedo conceder que exista cierta caridad, a nivel individual; que sea algo específicamente cristiano, y esto a nivel planetario… yo no lo veo por ningún lado. Y de «la conciencia católica de la unidad de la humanidad en Cristo»… qué puedo decirte, no tengo muchas noticias. Lo que sí he leído son montones de denuncias y panfletos cristianos contra el antropologismo moderno (y otros ismos), lo que sí me consta es una actitud belicosa y desconfiada hacia todo lo que huela a humanismo —  por no hablar de «derechos humanos» y otras conquistas de la modernidad. En el discurso y en el sentir católico, la palabra «humanidad» (humanidad contemporánea, se entiende) viene en tonos negativos, casi siempre. Un pathos que no propicia  tareas planetarias y conciencias de unidad; más bien diría que propicia la deserción y hasta el sabotaje.

¿Así que «sólo los cristianos pueden tener motivo y ánimos suficientes para seguir recorriendo el camino de la historia»? Encantado de saberlo. Pero resulta que, si me atengo a la realidad, los cristianos (los católicos, al menos, que son los que tengo a mano) no los veo muy cerca de este ideal. Más bien me da la impresión contraria, de que ellos son los que menos entusiasmo tienen por recorrer ese camino, y menos interés en dar ánimos al prójimo viador —  y darse ánimos a sí mismos. Presagiadores de desastres, (y no sin jactancia1) al parecer sólo encuentran motivos para esperar que ese camino termine de una vez (escatología invertida)2. Viajan a desgano, porque no tienen más remedio, porque están en el mismo barco; pero resentidos y renuentes, porque una vez tuvieron (o creyeron tener) el timón en las manos, y ahora se les quitado (o eso creen), y no están nada de acuerdo con el rumbo presente, y no quieren remar y se sientan a un lado, enfurruñados. Lo único que les inspira alguna satisfacción, fúnebre, son las tormentas, las dificultades y las catástrofes (¿las cosas van mal? ¿vieron? nosotros teníamos razón).

¿Vislumbrar un «naufragio de la Iglesia» y un «naufragio del mundo»… como un destino en cierto modo común, solidario… y esperanzador? ¡Vamos! No es la visión del catolicismo que yo conozco. A este no se la pasa por la imaginación un «plan salvífico divino» que sea «coextensivo» al camino de la historia. Paparruchas de teólogos modernistas-historicistas, te dirían: a ver si nos enteramos: Dios no quiere el naufragio de la Iglesia y, por eso mismo, sí quiere el naufragio de este mundo; es decir, que Dios está de nuestro lado; habráse visto… ¿este von Balthasar… es alemán? bueno, suizo, para el caso es lo mismo —  quieren venir a «enseñarnos religión con sus almas brumosas y exóticas, cuando deberían escuelarse de nosotros [latinos] que tenemos claro el pesquis»3

Hasta aquí mi amigo. Que, ya habrán adivinado, no es más que un amigo imaginario. Como lo es el catolicismo que imagina conocer. O eso creo – o eso espero.

1. Poco o nada les dicen los dichos de Juan XXIII (el de la «sonrisa blanda» [sic]) contra los «profetas de calamidades» que no quieren aprender «de la historia, que sigue siendo maestra de la vida«. Ma’que historia, ¡maestro es Cristo, y la iglesia, y punto!. Y presagiar desastres es el signo distintivo del profeta: «cualquiera que conozca mínimamente las Escrituras sabe que todos los profetas, absolutamente todos [sic] son tipos difíciles, que vaticinan cosas que nadie quiere oír, que padecen persecuciones y toda clase de tribulaciones por decirlas a los cuatro vientos» [*]. O sea, son de los nuestros.

2. Mejor que todo termine, a que siga así. Castellani, Juan XXIII(XXIV)

3. Castellani, contando su propia reacción al leer por primera vez a Kierkegaard; especie de mea culpa, pero que deja sin desarrollar.

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