Tiro piedras

Sí, para seguir ganando amigos. Puse el link a aquel blog de InfoCatólica porque… pues porque se lo ha ganado, joder. No es que me haya inspirado aquel tema del «pero» (ya lo había escrito cuando busqué ejemplos en internet; y más: recién al redactar este, advierto que no es un blog más de InfoCatólica, sino del mismísimo director ; mamita querida…) es que me pareció un buen ejemplo; no solo el post, también los comentarios; no solo del «pero», sino de todo el combo que suele acompañarlo.

Un muestrario, casi como una caricatura, de los rasgos típicos. Lo de siempre. La agresividad y la obnubilación del que se siente amenazado. La ironía, tan feroz como insolvente, contra todo presunto enemigo; el desdén hacia todo esfuerzo ecuménico (en todo sentido), el afán de ver herejes en todos los rincones. La falta de lucidez para reconocer las propias limitaciones y debilidades – individuales y de partido. La vieja prepotencia del laicado grosero y con ínfulas papales: «Si al arzobispo le cuesta mucho aceptar eso, mejor que deje de ser arzobispo. Y con él, el resto de pastores que anden pensando en que de los adúlteros es el Reino de los cielos.» [sic]. La exasperada impaciencia ante los presuntos desórdenes y cizañas, el eterno reclamo de mano dura («es necesario un golpe de autoridad encima de la mesa»; «acá hacen faltan virtudes masculinas», aporta un comentarista argentino: «cauterizar aunque duela») y el rigor exclusivista («Y el que no lo entienda así, lo siento mucho, pero sobra en la Iglesia»). El convencimiento implícito de que ya hemos entendido lo que dice cada versículo del evangelio y de que no hay por qué darle más vueltas. La creencia de que la Iglesia sabe, cree y enseña un montón de cosas – fórmulas hechas de conceptos unívocos y transparentes, como un manual de ciencias naturales, cuyos términos y contextos no hace falta dilucidar y actualizar (a menos que uno tenga «dudosa ortodoxia»), basta con repetirlos, como consignas de partido. La tendencia a no ver en los evangelios (y, en general, en la Biblia) sino una colección fáctica (hechos y dichos), una fuente de datos religiosos en bruto, que la Iglesia procesa (peor: que ya ha procesado) para elaborar con ellos sentencias (legales, dogmáticas, morales) para el consumo de los fieles; una lectura positivista, a kilómetros de toda mística:

…las palabras de Cristo en los evangelios no las podemos cambiar. Y fue Cristo, no un Papa, quien dijo que aquellos que se divorcian y se vuelven a casar son adúlteros. Así, sin más.

Ya es notable que este bastión de la apologética católica en la web hispana afirme que Cristo dijo tal cosa en los evangelios (para cerrar con esa evidencia toda discusión). Cuando, a la letra, («así, sin más») no lo dijo. Eso ya sería bastante gordo. Pero juntar a semejante premisa otra de parecido valor, para producir uno de esos grotescos silogismos de polemista… «Cristo dijo que los divorciados son adúlteros. La Iglesia enseña que el adulterio es pecado mortal. Ergo, los divorciados vueltos a casar están en pecado mortal»… es para vomitar.

No cuesta nada armar otros silogismos de parecida sutileza y poder concluyente. Por ejemplo. La Iglesia enseña que el que muere en pecado mortal va al infierno; los divorciados-vueltos-a-casar están en pecado mortal; ergo, los que mueren divorciados-vueltos-a-casar… van al infierno.

O también: Cristo dijo que si un hombre tuviera la fe de un grano de mostaza podría mover montañas; el director de InfoCatólica no parece que pueda mover montañas; ergo…

Pero queda claro, espero, que a mí estos silogismos no me parecen muy sutiles ni muy concluyentes. No estoy, pues, diciendo nada sobre la fe del director de InfoCatólica. Sí acaso de su eficacia como apologista católico. Y, por extensión y sobre todo, de esa apologética, de ese laicado tan comprometido con la causa católica.

Y esto es algo más que una cuestión intelectual – así como el error de aquellos silogismos es algo más que un pecado contra la lógica. Yo me pregunto: estos apologistas, tan celosos de la integridad de la palabra de Cristo, ¿se habrán planteado la posibilidad de que algún divorciado-vuelto-a-casar caiga a leer sus panfletos y aprenda que para la iglesia católica él «está en pecado mortal»? ¿No podría ocurrir que tal persona desespere y se aleje definitivamente de Cristo? ¿Les parecerá a estos apologistas una posibilidad muy remota, o acaso la posibilidad no les moverá un pelo? ¿Dormirían tranquilos de saber que su celo ha ocasionado esto? ¿Quizás incluso se sentirían satisfechos, por haber arrancado la cizaña del campo católico? El hecho de que los documentos magisteriales que se refieren explícitamente a la cuestión no hablen jamás de «pecado mortal», ¿les parecerá una muestra de omisión involuntaria, de tibieza episcopal, de demasiada delicadeza o qué? Ah, si estos apologistas sin pelos en la lengua agarraran la batuta magisterial, la cosa sería distinta, seguro…

Es sabido que el espectáculo de cierta militancia anticristiana ha acercado a más de un incrédulo al cristianismo (Chesterton). Claro que… la cosa también debe ocurrir en sentido opuesto. Y es que, por supuesto, estúpidos hay en todos lados – y estos suelen ser los más ruidosos. Es cierto, constatar una cierta especie de estupidez (intelectual o moral) en tal o cual campo, no demuestra nada, no dice mucho, en general. Pero a veces sí dice algo. Por ejemplo, cuando llega a tener una representatividad importante, cuando ese ruido marca el tono. Se me dirá que, aún con esto, el efecto producido —lo que que esa constatación nos dice, la pequeña o gran «conversión» que ocasiona en nosotros— no pasa de ser un efecto puramente negativo: podrá ser motivo para alejarse de los unos, pero no para acercarse a los otros. Que ni los enemigos de mis enemigos son mis amigos, ni los adversarios de los estúpidos son inteligentes. Sí. Pero estos asuntos humanos tienen su complejidad y riqueza; y bien puede ocurrir que una tal conversión tenga un lado positivo legítimo (como la tuvo en el mismo Chesterton), de manera que percibir las taras de los unos nos ayude a comprender mejor las virtudes positivas de los otros… y que a la postre lo segundo resulte tener mucha más relevancia que lo primero.

Hablando por mí. Yo, de tanto leer (y en parte escribir; yo también tenía y aun tengo mi lote en este campo), a tantos apologistas de blogs y portales católicos que tan claro tienen lo que la Iglesia católica sabe, y lo que Cristo dijo  (y hasta lo que Dios quiere), estos que tan virilmente denuncian y tan categóricamente enseñan la auténtica y pura doctrina, de tanto contemplar el espectáculo de estos archisupercatólicos… yo he sacado una ganancia positiva: he aprendido a simpatizar más con los otros; con los ateos (los españoles, en especial, pobres…), con los católicos más o menos progres (mientras no sean de la militancia simétrica)… Pero sobre todo con los católicos, a secas; con esos menospreciados «católicos de a pie» que se limitan a tratar de ser buenos cristianos, y no conocen esa ansiedad enfermiza por diagnosticar y purgar los males de la Iglesia, que no tienen la sensibilidad entrenada a base de indignaciones – el escándalo por tal dicho de tal o cual obispo o teólogo o por tal despropósito litúrgico. Y también me ha llevado a apreciar mejor al clero medio, esos clérigos presuntamente mediocres y tibios (curas y obispos que, por ejemplo, se resisten a decirle a un divorciado vuelto a casar que «está en pecado mortal»), que tienen que remar como pueden en un barco bastante agujereado, con pocos y malos remos y remeros, y, para colmo de males, soportando la hiel de los archisupercatólicos…

O sea que, a mí, el espectáculo de la necedad católica… me ha hecho más católico. Y aunque alguno (de uno u otro lado) sospechará que esto es una mera esperanza piadosa mía (wishful thinking), y aunque yo mismo no pueda estar seguro, así sinceramente lo creo – y me alegro de poder creerlo.

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