El hombre moderno – 1

¿El hombre moderno? Ay, el hombre moderno… no es lo que era. ¿Qué, quiere ud. saber cuál es el problema con el hombre moderno? ¿Quiere un diagnóstico? Aaaahh, de eso sí que sabemos los católicos dendeveras; es nuestra especialidad. Somos poquitos, pero, en proporción, tenemos tantos analistas, polemistas y conferencistas, tantos eruditos comentadores de blogs, hay tanto sermón, ensayo y libro dedicado a eso… casi no hacemos otra cosa, vea. Atienda bien lo que le digo: el problema fundamental del hombre moderno es… uf, mire, no sé por dónde empezar… la esencia, la raíz del mal, si uno sabe mirar, está en… bueno… digamos… el … el subjetivismo antropocéntrico… o sea, el idealismo de cuño cartesiano, que comporta un olvido del ser y de nuestra condición creatural, lo cual está estrechamente ligado al pesimismo protestante, el capitalismo y el comunismo, o sea, la Revolución contra la Tradición, la infiltración judeo-masónica, la conquista cultural al estilo gramsciano, y el non serviam luciferino que tan bien supo ver Dostoyevsky. Todo lo cual, bien mirado, hunde sus raíces en el nominalismo ockhamista, junto a la decadencia de la escolástica, y, a remolque, la Reforma y también la Contrarreforma, el anticlericalismo tanto como el clericalismo; sin olvidar el voluntarismo suareciano, el Barroco, el Iluminismo, y de postre el actual secularismo desacralizador; o sea: Lutero, Descartes, Rousseau, Kant, Marx, Freud, Maritain (el segundo), Rahner, y siguen las firmas. Que viene a ser como decir: pelagianismo. O sea: racionalismo. O también: irracionalismo —la otra cara de la misma moneda. Que es decir también: nihilismo; y ateísmo, y agnosticismo, gnosticismo, panteísmo, deísmo, paganismo post-cristiano, positivismo cientificista, naturalismo materialista, inmanentismo, historicismo, laicismo, liberalismo, igualitarismo, criticismo, relativismo, modernismo, neomodernismo, postmodernismo e via dicendismo. De aquí proviene este hombre light que conocemos, hedonista, progresista, optimista en la superficie y desesperado en el fondo, sin tradición ni pietas, refractario a la verdadera jerarquía pero dócil al adoctrinamiento mediático —un boludo, para decirlo en argentino. Todo lo cual enlaza i-ne-vi-ta-ble-men-te con el mundo feliz de Huxley, la manipulación pedagógica, el marketing y la psicología de masas, la trivialización del sexo, el Estado contra la familia, el nuevo orden mundial y el endiosamiento del hombre, meta indisimulable de este proyecto demiúrgico-fáustico-prometeico que …

Eh, espere, no se vaya. Lo admito, quizás abundé demasiado en las causas profundas, ¿no? claro, usted seguramente quería algo más digerible, simplemente descriptivo: el hombre moderno es así y asá. Y, aparte, por ahí ud no confía mucho en mí, y quiere palabras de más autoridad, en letra de molde. Bueno, venga, acá le conseguí algo. Sepa ud., por si no lo sabía, que el hombre moderno es…

…un hombre sin sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito, al gozo ilimitado y sin restricciones…

… lo primero que advertimos en el hombre de nuestro tiempo es su escasa interioridad, una insuficiencia de vida interior que, paradójicamente, puede ir unida con un marcado subjetivismo…

…ha perdido la capacidad de recogimiento y de concentración…

…. Impulsado por su tendencia demiúrgica, está siempre abocado a hacer, fabricar, crear…

…una desmesurada actividad exterior, una lamentable pérdida de energía interior, una incapacidad de vivir en sí mismo, de habitarse, de ahondar en la propia interioridad, abocándose con la totalidad de su ser a las sucesivas y numerosas actividades por las que entra en comunicación con el mundo exterior

… el culto de la cantidad, de la extensión, la avidez de noticias, de novedades

…el hombre de hoy es un hombre que ha perdido sus arraigos

…el hombre quedó cada vez más solo e inerme ante un Estado cada vez más omnipotente, sin raíces en las familias, en las asociaciones intermedias, en la patria, en Dios.

… el hombre demiurgo se siente dueño absoluto de la naturaleza, desvinculado de ella, y así no vacilará en violentarla para llevar a cabo sus proyectos urbanos y edilicios.

… desarraigo de todo lo que es orgánico: familia, patria, profesión, Iglesia, que el hombre de nuestro tiempo considera no como un seno sino como una tumba para su búsqueda de plenitud humana, hace que viva habitualmente en lo abstracto, en un estado de volatilización, que ya es ahora su habitat natural…

…la impotencia en que se encuentra el hombre moderno de encarnar en su vida propia un ideal personal…

De un libro del padre A. Sáenz (argentino, del palo*) llamado justamente «El hombre moderno«, 218 páginas, editorial Gladius (idem). Hay mucho más, y todo en el mismo registro, creo que esta breve selección azarosa es representativa. No sólo del libro, no sólo del autor, no sólo de la editorial, no sólo del lector.

El libro lleva como subtítulo: «Descripción fenomenológica». Yo no estoy seguro de entender el adjetivo, y tampoco estoy seguro de que el autor lo entienda. Pero suena grosso, no me diga que no.

Verdad es que, a golpe de vista, la tal descripción fenomenológica parece seguir una receta bastante simple:
Sujeto = «el hombre moderno»
Predicado = «es un tarado»
Repítase esta oración unas mil veces (a un promedio aproximado de cinco por página), variando el contenido material del predicado pero manteniendo constante la valoración —es decir: siempre denigrando; agréguense ornamentos sintácticos y lugares comunes retóricos tribales, a modo de excipiente. Y ya está.

Receta simple, pero eficaz —considerando que esta miseria, esta cucaracha llamada «hombre moderno», nos es ajena: no está con nosotros, sino con los otros. Es alentador.

Y, si se fija bien, está en línea con lo que traté de explicarle al principio.

Hace poco, a cuento del mal reaccionario, traje el reproche de Chesterton contra el pesimista: no ama lo que fustiga. Bueno… vuelvo a traerlo ahora.

Y, pensando en estos diagnósticos sobre «el hombre moderno», recordé algo más de Chesterton … aunque me costó bastante (mi memoria no es lo que era) encontrar la fuente: aquella señora Buttons como piedra de toque de las generalizaciones…

Es un lugar común —y no deja por eso de ser verdad— que necesitamos tener un ideal en nuestra mente para contrastar nuestras realidades. Pero es igualmente verdad, aunque menos evidente, que necesitamos una realidad para constrastar nuestros ideales. Así, yo he adoptado a la señora Buttons, de Battersea, empleada doméstica, como piedra de toque de todas las teorías modernas sobre la mujer actual. Su verdadero nombre no es Buttons; de ninguna manera es una mujer despreciable, y tampoco es una figura enteramente cómica. Tiene una postura encorvada y poderosa, y una cara fea y a la vez atrayente; un poco como Huxley -sin las patillas, eso sí. El coraje con que soporta los infortunios más brutales tiene algo de estremecedor. Su ironía es incesante y de gran inventiva; su caridad práctica es enorme; y no sospecha en absoluto el uso filosófico que yo le estoy dando.

El caso es que cuando escucho la generalización moderna sobre su sexo, de cualquier lado, simplemente sustituyo su nombre y observo cómo suena. Cuando de un lado el sentimental dice «Dejemos a la mujer contentarse con su tarea de ser delicada y exquisita, una cuidada obra de arte social y ornato doméstico», entonces yo repito lo mismo en la otra versión: «Dejemos a la señora Buttons contentarse con su tarea de ser delicada y exquisita, una cuidada obra de arte social y ornato doméstico». Es extraordinario cómo cambia todo con esa sola sustitución. Cuando del otro lado los panfletos sufragistas dicen: «La mujer, llamada a la vida por las proclamas de Ibsen y Shaw, abandona ya su fastuosa vistosidad y exige tomar las riendas del imperio y la antorcha del pensamiento especulativo»… para tratar de entender semejante frase, hago el reemplazo y repito: «La señora Buttons, llamada a la vida por las proclamas de Ibsen y Shaw, abandona ya su fastuosa vistosidad y exige tomar las riendas del imperio y la antorcha del pensamiento especulativo»… Por algún motivo, suena muy diferente…

Hay algo más aquí (y el resto del ensayo tiene valor propio), que el mero efecto cómico de inadecuación, casi inevitable cuando se pasa de la generalidad al individuo. Pretender que eso automáticamente invalida la generalización, sería un sofisma. Pero si no la invalida, al menos la cuestiona. Eso, para empezar.

Y me temo que esto, aunque sea continuación, recién empieza.


* «Cuando era apenas poco más que un adolescente comencé a colocar en las hornacinas de mis devociones a los ídolos que, en aquella época, poseíamos todos los chicos del palo: el padre Sáenz y el padre Ezcurra, ambos en el mítico seminario de Paraná» – comentario de uno de estos, en uno de esos blogs.

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