Derroteros católicos – 1

Otra derrota más, dicen. Estamos en el horno, dicen. El resto fiel, nosotros, somos poquitos, somos insignificantes, y del otro lado… ah, del otro lado… traigan las tintas más negras que tengan, y sigamos dibujando los planos de la batalla, la batalla que sólo vemos los que sabemos de qué va la cosa: la cristiandad aplastada por un mundo cada vez más agresivo e insolente; y exhibamos en nuestros blogs nuestras perspicacias y enumeremos las miserias de nuestros obispos y de los católicos tibios o progres o infieles o todo junto… Ay, cómo sufrimos, los católicos dendeveras, cómo sufrimos…

Bueno…

Por mi parte, si me preguntan… (no, no me preguntan, pero para algo tengo un blog… ) diría que, sí, me parece lamentable que se haya legalizado el matrimonio homosexual en Argentina. Me dio tristeza, sí. Me pareció lamentable todo lo que lo rodeó en los días cercanos (sin hablar de cosas menos cercanas en el tiempo y el espacio, también lamentables y que también colaboraron). Me pareció lamentable, sí, la prédica progresista, esa mezcla repulsiva de slogans imbéciles para la tropa y de arrogancia de intelectuales desarraigados, y me apenó ver a amigos inteligentes y de buena voluntad subidos a ese tren. Me pareció lamentable también, cómo no, el desempeño del otro lado, aun visto en términos militantes: la apropiación de slogans no menos imbéciles, la falta de inteligencia y aun de caridad, el merchandisingtribal, el ardor mal sublimado y la mala conciencia a la hora de exponer (incluso de puertas adentro) nuestras razones. Las dos militancias (y no me excluyo) me han parecido lamentables.

Pero, qué quieren que les diga: más lamentable que todo eso, y menos perdonable, me ha parecido el lamento católico.

El martes de la semana pasada, en una librería de Congreso, de paso hacia a la marcha, compré “Las pequeñas virtudes”, librito de ensayos de Natalia Ginzburg; lo leí el día siguiente, tomando examen y mientras el senado debatía… Tenía buenas recomendaciones, del libro y de la autora. Y, en verdad, está muy bien.

Uno de los relatos recorre las etapas de la vida, en presente y primer persona del plural; sobre la adolescencia:

… Ahora todo lo que nos importa no sucede entre las paredes de nuestra casa, sino fuera, en la calle y en la escuela: sentimos que no podemos ser felices si los chicos nos han despreciado un poco. Haríamos cualquier cosa con tal de salvarnos de ese desprecio; hacemos cualquier cosa […] Nos parece que nuestra timidez es el mayor obstáculo para conseguir la simpatía y la aprobación general. Y tenemos hambre y sed de esa simpatía. […] Y también nos resentimos con los adultos de nuestra casa a causa del desprecio de nuestros compañeros. Nos parece que ese desprecio se dirige no sólo a nuestra persona sino a toda nuestra familia, a nuestra condición social, a los muebles y a los adornos de nuestra casa, a las maneras y las costumbres de nuestros padres.

Y algunos años más tarde…

…somos verdaderamente adultos, pensamos; y nos asombramos de que ser adulto sea esto y no todo lo que habíamos creído de niños, la seguridad en sí mismo y una serena posesión sobre las cosas de la tierra. Somos adultos porque tenemos a nuestras espaldas la muda presencia de las personas muertas, a las que pedimos su juicio sobre nuestro comportamiento actual, a las que pedimos perdón por las ofensas pasadas. Querríamos arrancar de nuestro pasado tantas palabras crueles que hemos dicho, tantos gestos crueles que hemos hecho cuando temíamos la muerte pero no sabíamos que era irreparable. Somos adultos por todas las respuestas mudas, por todo el mudo perdón de los muertos que llevamos dentro de nosotros.

Somos adultos por aquel breve momento que un día nos tocó vivir, cuando miramos como por última vez todas las cosas de la tierra y renunciamos a poseerlas, las restituimos a la voluntad de Dios. Y de pronto las cosas se nos han aparecido en su justo lugar bajo el cielo, y también los seres humanos, y nosotros mismos, en suspenso, mirando desde el único lugar justo que nos es dado. Seres humanos, cosas memorias, todo se nos ha aparecido en su justo lugar bajo el cielo. En ese breve momento hemos encontrado un equilibrio en nuestra vida oscilante; y nos parece que podremos encontrar siempre ese momento secreto, buscar en él las palabras para el propio oficio, nuestras palabras para el prójimo. Mirar al prójimo con una mirada siempre adecuada y libre, no con la mirada temerosa o despreciativa del que, en presencia de su prójimo, siempre está preguntándose si será su amo o su siervo.[…]

Con asombro descubrimos que, ya adultos, no hemos perdido nuestra antigua timidez frente al prójimo…. Pero no nos importa; nos parece que hemos conquistado el derecho a ser tímidos. Somos tímidos sin timidez, audazmente tímidos. Tímidamente buscamos en nosotros las palabras adecuadas […] Pero no es cierto que podamos volver siempre a ese momento secreto, muchas veces los nuestros son falsos retornos: encendemos con una luz falsa nuestros ojos, simulamos diligencia y calidez ante el prójimo, y en realidad estamos de nuevo contraídos, encogidos y helados en la oscuridad de nuestro corazón. Las relaciones humanas deben descubrirse y reinventarse todos los días. Debemos recordar siempre que toda clase de encuentro con el prójimo es una acción humana y, por lo tanto, es siempre mal o bien, verdad o mentira, caridad o pecado.

Y ahora somos tan adultos que nuestros hijos adolescentes empiezan a mirarnos con ojos de piedra. Sufrimos por ello; aunque sabemos bien qué es esa mirada, aunque recordamos bien que tuvimos una mirada idéntica. Sufrimos por ello, y nos lamentamos, susurramos preguntas recelosas, aunque sepamos demasiado bien cómo se desarrolla la larga cadena de las relaciones humanas, todo el largo camino que nos toca recorrer para llegar a tener un poco de misericordia.

¿Y esto que tiene que ver? No mucho, quizás algo. Si es así, quizás lo veamos otro día. Y si no, no importa.

[El título viene de aquello que citamos de Randle en la biografía de Castellani, sobre los «peritos en derrotas». El modesto juego de la palabras (suyo) tiene una base etimológica, la pueden leer acá.]

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