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LSDLT-5: El grano de mostaza

Palabras de Benedicto XVI, de la audiencia de ayer sobre San Buenaventura:

San Buenaventura rechaza la idea del ritmo trinitario de la historia. Dios es uno para toda la historia y no se divide en tres divinidades. En consecuencia, la historia es una, aunque es un camino y – según san Buenaventura – un camino de progreso.

Jesucristo es la última palabra de Dios – en él Dios lo ha dicho todo, donándose a sí mismo. Más que si mismo, Dios no puede decir, ni dar. El Espíritu Santo es Espíritu del Padre y del Hijo. Cristo mismo dice del Espíritu Santo: «…os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26), «tomará de lo mío y os lo comunicará» (Jn 16, 15). Por tanto no hay otro Evangelio más alto, no hay otra Iglesia que esperar. Por eso también la Orden de san Francisco debe insertarse en esta Iglesia, en su fe, en su ordenamiento jerárquico.

Esto no significa que la Iglesia está inmóvil, fija en el pasado y no pueda haber novedades en ella. Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt: las obras de Cristo no van atrás, no disminuyen, sino que progresan, dice el Santo en la carta De tribus quaestionibus. Así san Buenaventura formula explícitamente la idea del progreso, y esta es una novedad respecto a los Padres de la Iglesia y a gran parte de sus contemporáneos. Para san Buenaventura Cristo ya no es, como lo era para los Padres de la Iglesia, el final, sino el centro de la historia; con Cristo la historia no termina, sino que comienza un nuevo periodo. Otra consecuencia es la siguiente: hasta aquel momento dominaba la idea de que los Padres de la Iglesia eran el culmen absoluto de la teología, todas las generaciones siguientes podían solo ser sus discípulas. También san Buenaventura reconoce a los Padres como maestros para siempre, pero el fenómeno de san Francisco le da la certeza de que la riqueza de la palabra de Dios es inagotable y que también en las nuevas generaciones pueden aparecer nuevas luces. La unicidad de Cristo garantiza también novedad y renovación en todos los periodos de la historia.


En este punto, quizás sea útil decir que también hoy existen visiones según las cuales toda la historia de la Iglesia en el segundo milenio habría sido un ocaso permanente; algunos ven el ocaso inmediatamente después del Nuevo Testamento. En realidad, Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, las obras de Cristo no van hacia atrás, sino que progresan. ¿Qué sería la Iglesia sin la nueva espiritualidad de los cistercienses, de los franciscanos y dominicos, de la espiritualidad de santa Teresa de Ávila y de san Juan de la Cruz, etc.? También hoy vale esta afirmación: Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, van adelante. San Buenaventura nos enseña el conjunto del necesario discernimiento, también severo, del realismo sobrio y de la apertura a los nuevos carismas dados por Cristo, en el Espíritu Santo, a su Iglesia. Y mientras se repite esta esta idea del ocaso, hay también otra idea, este «utopismo espiritualista», que se repite. Sabemos de hecho que tras el Concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo fuese nuevo, que hubiese otra Iglesia, que la Iglesia preconciliar hubiese acabado y que tendríamos otra, totalmente «otra». ¡Un utopismo anárquico! Y gracias a Dios los sabios timoneles de la barca de Pedro, el papa Pablo VI y el papa Juan Pablo II, por una parte defendieron la novedad del Concilio y por la otra, al mismo tiempo, defendieron la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que es siempre Iglesia de pecadores y siempre lugar de Gracia.

Del mismo -entonces no Benedicto XVI sino Ratzinger-, en el muy jugoso reportaje «La sal de la tierra» (1996).

¿Puede concebirse que después de una pérdida cuantitativa de creyentes, que ya no sienten interés por el cristianismo, pueda haber una cristiandad cualitativa que conserve y concentre el contenido de la fe? El Cardenal Lustiger dice que la cultura contemporánea no será el final de la religión ni, por tanto, del cristianismo. Sugiere otros planes y proyectos que llevan a pensar en nuevos comienzos. «La humanidad vivirá sólo si quiere» -según Lustiger- «pues se halla en todo momento ante el tribunal de los más jóvenes. Pero, la misma libertad que se tiene ahora y que permite incluso destruir el propio planeta, se tiene también para ser cristiano, si se quiere. Ahora, —dice el Cardenal— nos encontramos ante los comienzos de la era de los cristianos».¿Comparte esta opinión?

—Yo no me atrevería a decir que nos encontramos ante la era de los cristianos. Porque, ¿qué es, exactamente, la era de los cristianos? En lo que sí puedo estar conforme es en que el cristianismo siempre tiene la posibilidad de recomenzar. En alguna ocasión he escrito que el cristianismo es al mismo tiempo, como un grano de mostaza y árbol, es Viernes Santo y Domingo de Pascua al mismo tiempo. Nosotros nunca consideramos el Viernes Santo en pasado, porque lo tenemos siempre presente, y la Iglesia tampoco llega a ser un árbol completo, terminado, porque de ser así, en algún momento se secaría y habría que talarlo; pero no es así, siempre está en la situación del grano de mostaza. En ese sentido, estoy de acuerdo con él; siempre nos hallamos ante un nuevo comienzo, y eso mismo conlleva las esperanzas de todo comienzo. El cometido de creer desde y en la libertad y como manifestación de libertad, frente a un mundo deteriorado, también comporta una esperanza, la esperanza de poder seguir proclamando una expresión cristiana. Efectivamente, una era de cristianismo cuantitativamente reducido puede aportar mucha vitalidad a ese cristianismo más consciente. En ese sentido, podríamos estar ante una especie de era cristiana. Pero yo no me atrevería a hacer pronósticos sobre el tiempo que pueda tardar en llegar, ni si será un proceso lento o rápido. En cualquier caso, lo que sí quisiera destacar de todo esto es que: «en el cristianismo siempre hay un nuevo comienzo». Ahora, en nuestro tiempo, ya se están dando y los seguirá habiendo siempre. Y, además, generarán nuevas y sólidas estructuras para el cristianismo.

… Sería, sin duda alguna, crear falsas expectativas pensar que se va a dar un nuevo cambio en la historia y que la fe va a volver a ser un gran fenómeno de masas, un fenómeno que domine en la historia

Pero yo creo sinceramente que se están produciendo resurgimientos silenciosos de los paganos que convergen, hacia una —digamos— nueva Iglesia, y aquella experiencia que tuvo el Señor con sus discípulos vuelve a repetirse. Cuando les dijo «Nunca he visto fe como ésta en Israel», el Señor confiaba, por así decir, en la fe que brotaba de un mundo totalmente paganizado. También puede suceder esto con los cristianos de nuestros días que con frecuencia se cansan de su fe, y la ven como un pesado fardo que han de arrastrar y que no llevan con alegría.

… el cristianismo es siempre como el grano de mostaza, y, precisamente por eso, vuelve siempre a rejuvenecer. Aunque no podemos vaticinar que la fe vuelva a tener en la historia una estructura semejante a la de la Edad Media, cuando todo estaba marcado por el signo de la cruz. Pero estoy totalmente convencido de que la fe seguirá estando presente en la historia. Estará de algún modo rejuvenecida, con una energía nueva y sobreviviendo a la humanidad; estoy seguro de ello.

De todas formas, esa experiencia negativa que ahora tenemos, el saber que cuando no hay fe todo se viene abajo y acaba en inmenso vacío, eso, no nos devuelve la fe. Eso acaba simplemente en una resignación fatal, o en el escepticismo, o en puro cinismo, o, peor aún, conduce al hombre a su propia destrucción.

usted siempre confía en que Dios conducirá a la Iglesia por sendas misteriosas. Pero que el debate gire siempre alrededor de lo mismo y que el nivel de la polémica haya descendido tanto, ¿no resulta algo deprimente? Y, por otra parte, el contenido de la fe resulta cada vez más oscuro y la indiferencia ante estas cuestiones cada vez mayor

Yo nunca me he imaginado dando un golpe de timón a la historia. Los caminos de Dios nunca conducen a resultados rápidamente mensurables, y eso puede comprobarse viendo cómo Jesucristo acabó en la Cruz. Esto, a mi me parece muy importante, porque hasta sus discípulos le hacían preguntas parecidas «¿qué pasa?», «¿por qué no nos siguen?», y entonces el Señor les respondía con las parábolas del grano de mostaza o de la levadura, para que comprendieran que la medida que utiliza Dios no es la de las estadísticas precisas. Sin embargo, lo que aconteció con el grano de mostaza y un poco de levadura fue algo enormemente importante y decisivo, aunque ellos entonces no lo podían ver.

Para conocer los resultados en estas cuestiones, yo creo que hay que olvidarse totalmente de proporciones cuantitativas. No somos un negocio que se contabilice haciendo cálculos del tipo «estamos vendiendo mucho», «tenemos una buena política de ventas». Nosotros prestamos un servicio que después ponemos en manos del Señor. Y eso no quiere decir que lo que hagamos sea inútil. Actualmente, por ejemplo, la fe está resurgiendo con mucha fuerza entre los jóvenes de todos los continentes.

Quizá haya llegado el momento de despedirnos de una Iglesia clerical. Posiblemente estemos ante una nueva época de la historia de la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una cristiandad semejante a aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños, aparentemente poco significativos, pero que gastan su vida en luchar intensamente contra el Mal, y en tratar de devolver el Bien al mundo; están dando entrada a Dios en el mundo. He comprobado que, en Alemania también existen nuevos movimientos religiosos de este género, pero no quisiera citar nombres concretos. Probablemente no habrá conversiones en masa al cristianismo, no se darán cambios que pudieran ser considerados ejemplares para la historia, pero existe una presencia nueva y muy fuerte de la fe, que da aliento a los hombres. Ahora hay más dinamismo, más alegría. Hay una presencia nueva de la fe llena de significado para el mundo.

Y de la segunda parte del reportaje, ya citado:

La Iglesia mayoritaria puede ser algo muy hermoso; pero no es necesario. La Iglesia de los tres primeros siglos era una comunidad pequeña, pero no sectaria. Al contrario, no estaba aislada, sino que se sentía responsable de los pobres, de los enfermos, de todos. En ella encontraron acomodo todos los que buscaban la fe en un Dios, todos los que buscaban una promesa. La sinagoga, el judaísmo en el Imperio romano, había formado ese entorno de devotos que la frecuentaban, propiciando una tremenda apertura. El catecumenado de la Iglesia antigua era algo muy similar. Las personas que no se sentían capaces de una identificación total podían sumarse a la Iglesia para comprobar si lograrían dar el paso de entrar en ella. Esta conciencia de no ser un club cerrado, sino mantenerse siempre abierta al conjunto, es un componente inseparable de la Iglesia. Y precisamente con la reducción que vivimos de las comunidades cristianas, tendremos que buscar esas formas de coordinar, de sumar, de ser accesibles.

Por eso en absoluto estoy en contra de que personas que no van a la iglesia durante todo el año, acudan a ella al menos en nochebuena, o en nochevieja, o en ocasiones especiales, porque ésta es todavía una forma de sumarse, en cierto modo, a la bendición del Santísimo, a la luz. Por tanto, ha de haber distintos tipos de adhesión y participación, tiene que existir una apertura interna de la Iglesia.

LSDLT-4: Mera exégesis

Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? [Lucas 18:8]

Estas palabras de Cristo se pueden leer -de hecho, se leen- de dos maneras:

A: Como un dato -un anuncio- más que una pregunta.

B: Como una pregunta real – una interpelación, si me perdonan la palabra.

No serán lecturas del todo excluyentes, pero de hecho corren por caminos separados, por lo que veo.

Según la lectura A, la pregunta de Cristo es retórica, la respuesta va sobreentendida (y no hay pocas de estas: «Si la sal se desvirtúa ¿con qué se la sazonará?» o «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis?»). Estaría prediciendo (y lamentando) que para los tiempos de su segunda venida habrá poca o ninguna fe en la tierra.

Y así también lo leía yo, sin detenerme mucho en ello. ¿Por qué me detengo ahora? ¿A dónde vamos?

Primero: creo (aunque mi juicio en cuestiones exegéticas tiene bajísima confiabilidad, incluso a mis ojos) que la lectura B es la preferible, o por lo menos la principal. Segundo: creo que ese es, hoy por hoy, también el juicio del magisterio de la Iglesia -dentro de lo que el magisterio puede decir al respecto, que nunca es definitivo ni vinculante. Tercero: creo que la lectura A (en sí no absurda ni herética ni nada) circula demasiado acrítica y exclusivamente dentro de esa «tribu» católica que decíamos; creo que esta lectura funciona, en ese ámbito, como una especie de dogma camouflado (lo que Chesterton llama un prejuicio), uno de los pilares que apuntalan el edificio de la secta. Cuarto: creo que ese pseudo-dogma, con otros, con el gráfico aquel de la fe que va disminuyendo fatalmente con el tiempo (una cristiandad en declive desde el medioevo, fatalmente derrotada por la hostil cultura moderna) forma parte de un pseudo-credo… y hasta un «para-magisterio», prácticamente divorciado del magisterio de la Iglesia.

A lo primero: no me detendré mucho en la exégesis que creo preferible (¡cobarde!). Digamos nomás que la otra, la que supone un dato cuantitativo anunciado, pega menos con los usos de Jesús (que siempre rechaza ese tipo de especulación como impertinente), y, sobre todo, es más difícil de entender como conclusión de la parábola en curso, de la oración insistente, parece un non-sequitur (de hecho, el versículo prácticamente nunca es traída en su contexto). Dicho lo cual, me remito a los comentarios de Abel de ETF, que por ahí creo que va la cosa.

A lo segundo… no sé si puedo citar al cardenal Martini (¡ups, perdón!)… saltemos pues a Ratzinger:

¿Cuál es el futuro del cristianismo?

—¿Quién puede osar responder a esto? El Señor nos asegura que la Iglesia estará siempre viva hasta el fin del mundo, aunque con gran sufrimiento, y quizá muy reducida. El Evangelio se pregunta: «Cuando Cristo vuelva, ¿encontrará todavía fe sobre la Tierra?». Habrá muchas crisis: por otra parte sabemos que el hombre está siempre abierto a Dios y que Dios se hace presente. La Iglesia, como en el pasado, deberá sufrir muchas tentaciones, sufrimientos y persecuciones. Quedará sin embargo una fuente de vida, de alegría, una razón de esperanza.

Cuando Cristo llegue, ¿encontrará todavía fe sobre la tierra?

—Aquí el Señor habla de forma interrogativa; otros textos de la Escritura, en cambio, nos dicen que Cristo encontrará la fe y encontrará a su Iglesia. La redimirá y redimirá al mundo.

Es cierto que esto es una fuente no del todo confiable (entrevista?). Pero hay otras referencias del mismo, ya como papa, sobre este pasaje; y, aunque no tan tajante, siempre leyendo en clave interrogativa, nunca como dato:

La oración es la que mantiene encendida la llama de la fe. Como hemos escuchado, al final del evangelio, Jesús pregunta: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Es una pregunta que nos hace pensar. ¿Cuál será nuestra respuesta a este inquietante interrogante? Hoy queremos repetir juntos con humilde valentía: Señor, tu venida a nosotros en esta celebración dominical nos encuentra reunidos con la lámpara de la fe encendida. Creemos y confiamos en ti. Aumenta nuestra fe.

Benedicto XVI – Homilía en Nápoles, 2007

Y también Juan Pablo II es bastante terminante:

«Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18, 8).»
La pregunta, con la que Jesús concluye la parábola sobre la necesidad de orar «siempre sin desanimarse» (Lc 18, 1), sacude nuestra alma. Es una pregunta a la que no sigue una respuesta; en efecto, quiere interpelar a cada persona, a cada comunidad eclesial y a cada generación humana. La respuesta debe darla cada uno de nosotros. Cristo quiere recordarnos que la existencia del hombre está orientada al encuentro con Dios; pero, precisamente desde esta perspectiva, se pregunta si a su vuelta encontrará almas dispuestas a esperarlo, para entrar con él en la casa del Padre. Por eso dice a todos: «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25, 13).

En realidad, en el sitio del Vaticano no encontré casi nada en la clave de lectura A. Lo cual no querrá decir mucho (búsqueda sumaria la mía, en un sitio que está lejos de ser una enciclopedia del magisterio; y además se da el caso curioso de que el «casi» viene dado por una referencia -lateral, eso sí- en un documento importante: el catecismo: «Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12).» [675])

A lo tercero: que hay una alta correlación entre la lectura A -exclusiva- y la tendencia tradicionalista (o como quieran llamarla), no debería hacer falta relevarlo. Vaya una búsqueda rápida en un puñado de sitios del palo.

Topamos acá de vuelta con nuestro amigo Williamson, que dice que tenemos certeza -nada menos:

…cuando Nuestro Señor pregunta si encontrará Fe cuando vuelva a la tierra (San Lucas, XVIII, 8), sabemos con certeza que por culpa de los hombres (no sólo de los eclesiásticos), la Iglesia Católica será muy pequeña en Su Segunda Venida.

Podemos acumular citas, pero para no aburrir, agarro a un comentarista cualquiera de un blog, pueden tomarlo como caricatura:

El Padre Béramo dice lo que algunos pocos sacerdotes y laicos decimos y pensamos, mientras otros pocos siguen concurriendo a los templos, pero sin formación Cristiana, por puro fetichismo o costumbre o porque son modernistas confesos, liberales de siempre, amigos de los Lugo o los Martini.
El 1er y 4to anónimos, deben ser judíos, por la falta de formación Cristiana que muestran y un orgullo satánico que destila sus escritos.
«Cuando venga Cristo creereis que encontrará Fe sobre la tierra?»
Son momentos terribles, hasta la Parusía debemos vivir,enseñar religión, confesarnos, morir y salvar nuestras almas y todas las que podamos.
La Virgen María nos proteja en sus brazos,como hijos fieles y aflijidos.

No me digan que no es típico.

Un poco más atrás (¿de aquellos polvos estos lodos?) el cardenal Pie, en el lenguaje «católico oficial» del siglo XIX (que algunos añoran) también lo da por sobreentendido – y también vincula esa cuantificación de la fe al «ámbito público»

No se encontrará casi ya la fe sobre la tierra (San Lucas, XVIII, 8), es decir, casi habrá desaparecido completamente de todas las instituciones terrestres.

Incluso el bueno de Mons. Straubinger, en su versión de la Biblia, lee y enseña:

«Obliga a una detenida meditación este impresionante anuncio que hace Cristo, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación del siglo.»

Mons. J. Straubinger – nota a Lc 18:8
(Ya saltará alguno: «¿Ah, para vos Straubinger es ‘tradicionalista’?» bueno…)

Y debe haber mucho más. Naturalmente, también en el cristianismo protestante se dan estas lecturas. Acá están las traducciones en inglés – parece que Wesley, el fundador del metodismo, también tiraba por la lectura A. Circula incluso una traducción que fuerza -algo brutalmente- esa lectura: «Will he find any faith left on earth?» – previsiblemente, en alta correlación con la mirada apocalíptica.

Y basta con esto —y sobra. Lo cuarto, quedará para la próxima.

LSDLT-3: Intermezzo literario

Más allá del «Fin de Arda» el pensamiento de los Elfos no podía penetrar, y no habían recibido ninguna instrucción específica. Les parecía evidente que sus hröar* debían de acabar entonces, y que por tanto cualquier tipo de reencarnación sería imposible. Así pues, todos los Elfos «morirían» con el Fin de Arda. El sentido de esto lo ignoraban. Por esto decían que, si los Hombres tenían una sombra detrás, los Elfos la tenían delante.

Su dilema era el siguiente: la idea de existir sólo como fëar* les resultaba repulsiva, y les era difícil creer que fuera natural y se incluyera en los designios originales para ellos, puesto que eran esencialmente «moradores» de Arda y por naturaleza la amaban plenamente. La alternativa, que sus fëar también dejaran de existir en el Fin, les parecía aún más intolerable. Tanto la aniquilación absoluta como el cese de la identidad consciente repugnaban a su pensamiento y deseo.

Algunos argüían que, aunque íntegro y único (como Eru, de quien provenía directamente), todo fëar, por ser creado, era finito y por lo tanto podía tener duración finita. No podía ser destruido dentro de su tiempo asignado, pero después dejaba de existir, o de adquirir experiencia, y «moraba sólo en el Pasado.»

Pero nada de esto les bastaba. Porque, aunque un fëa, élfico pudiera vivir «conscientemente» o contemplar el Pasado, esta sería una condición completamente insatisfactoria para su deseo. Los Elfos tenían (según sus propias palabras) un «gran talento para la memoria», pero esta tendía más a la tristeza que a la alegría. Y además, por larga que fuera de la Historia de los Elfos antes del final, siempre sería demasiado poco. Estar perpetuamente «prisioneros en una historia» (como ellos decían), aunque fuera una gran historia de final victorioso, acabaría por convertirse en un tormento. Porque mayor que su talento de la memoria era su talento para crear y descubrir. Y el fëa élfico estaba diseñado especialmente para hacer cosas en colaboración con el hröa.

Por lo tanto, a los Elfos sólo les quedaba como último recurso apoyarse en lo que ellos llamaban la «estel desnuda»: la confianza en Eru, de que su propósito para más allá del Fin sería (como mínimo) plenamente satisfactorio para todo fëa, y probablemente contendría un gozo impredecible. Pero ellos seguían creyendo que aquel propósito estaría en relación inteligible con su naturaleza y deseos presentes, que procedería de ellos y los incluiría.

J. R. R. Tolkien – Notas a la Athrabeth (en El anillo de Morgoth)

* hröar=cuerpos, fëar=espíritus, Eru=Dios, Arda=mundo, o Sistema Solar (todo aproximado)

Incierto es, en verdad, lo porvenir ¿Quién sabe lo que va a pasar? Pero incierto es también lo pretérito, ¿quién sabe lo que ha pasado? No dudo que haya en nuestra conciencia una pretensión a fijar el pasado, como si las cosas pudieran hacerse inmutables al pasar de nuestra percepción a nuestro recuerdo. Pero si lo miramos más de cerca, veremos que el devenir es uno, y que es su totalidad (porvenir-presente-pasado) lo sometido a constante cambio. También es cierto que, como el punto de mira y los puntos de referencia varían de continuo —cuantitativa y cualitativamente— ningún acontecimiento de nuestro pasado ha de aparecernos dos veces como exactamente el mismo. De suerte que ni el porvenir está escrito en ninguna parte, ni el pasado tampoco. Y no digo esto para que os burléis de los historiadores, que siempre merecerán nuestro respeto, sino para que seáis más indulgentes con sus errores

Tampoco habéis de pitorrearos de los profetas; porque la pretensión de ver lo futuro no es mucho más usuraria que la jactancia de conocer lo pasado, en la cual todos hemos alguna vez incurrido.

Me diréis que, de lo pasado, siempre podremos afirmar algo con relativa seguridad, y que el hecho de que Bruto matase a César parece cosa bastante más firme y averiguada que lo que sería el hecho contrario, a saber: que César hubiera podido matar a Bruto. En eso tenéis razón. Pero ¡qué poca cosa es saber que Bruto mató a César! Porque cuándo, cómo —exactamente— y aun las circunstancias más nimias que concurrieron en aquel magnicidio, son cosas que estaremos averiguando hasta la consumación de los siglos…

Antonio Machado – Juan de Mairena

Jesús enseñó hasta la tarde. Habló de las misericordias de Dios para con su pueblo, de la ingratitud y pecados del pueblo, de los castigos sobre Jerusalén, de la destrucción del templo y de la última hora de la gracia que no querían recibir, que después de esta gracia despreciada no tendrían ya otra, como pueblo, hasta los postreros días, y que sobre Jerusalén vendría una destrucción más grande que las anteriores. Era una enseñananza de tono temible y aterradora. Todos escuchaban silenciosos y espantados, pues Jesús dijo bastante claro que era Él quien traía la salud, porque explicó las profecías, aplicándolas a este tiempo y a su Persona.

Los fariseos de aquí, que no valían gran cosa, y que como los de Akrabis le habían recibido cortésmente sólo en lo exterior, estaban callados y admirados, pero irritados en su interior, mientras el pueblo estaba conmovido, y alababa a Jesús. Habló también de los escribas que desvirtuaban las Escrituras con sus interpretaciones falsas y sus añadiduras.

Por la tarde hubo una comida en las chozas de arriba, pero Jesús bajó a las del pueblo, en la llanura, y allí consoló y exhortó. En este lugar, como los fariseos no estaban presentes para espiar, vinieron muchas gentes a Jesús, se echaron a sus pies, le honraban, exponían sus necesidades y confesaban sus culpas y pecados. Jesús consolaba a todos y daba consejos. Era un cuadro conmovedor ver todo esto, entre las lámparas que brillaban en la noche. Estas lámparas estaban cubiertas contra el viento, pero el resplandor amarillo de las luces se reflejaba tenuamente dentro y fuera de las chozas y sobre el verdor del suelo, los frutos y las personas. Era un espectáculo sumamente bello. Desde las alturas de Silo se podían ver los alrededores iluminados por las luces de las fiestas y se oían los cantos de las chozas más cercanas y de las más alejadas.

Jesús no sanó aquí a los enfermos, porque los fariseos los alejaban, y el pueblo temía a los fariseos. Tanto en Akrabis como en Silola consigna de los fariseos era: «¿Qué quiere de nuevo este hombre aquí? ¿Qué novedad nos trae ahora? ¿Qué piensa hacer aquí?…»

Ana Catalina Emmerick – Visiones (III, p. 30)

LSDLT-2: Las derrotas de los buenos

Cuenta Castellani en Los papeles de Benjamín Benavides una anécdota, pequeña pero significativa, y seguramente biográfica. Era él un joven maestro de Historia —alumnado católico, es de suponer— y estaba enseñando la lucha de La Vendée contra los revolucionarios franceses…

Me exaltaba y hacía elocuencia con la sublimidad de esa revuelta de honrados campesinos que defendían su hogar, su fe y su rey, con la imagen del Corazón de Cristo sobre el pecho y en sus banderas….
Fue una guera católica más pura que las Cruzadas, más necesaria que la empresa de Simón de Montfort, contra la sedición regicida y atea. Y fueron derrotados y aplastados como chinches por el genio militar de un teniente de artillería inmensamente ambicioso, un corso petizo y regordete llamado Buonaparte; el cual les aplicó tranquilamente la guerra de exterminioy los engañó como a chicos con un tratado maquiavélico…

En la clase reinaba un silencio profundo, el corazón de los jóvenes sangraba, yo me sentía elocuente… por primera vez en la vida.

De repente un cadete levantó la mano… y preguntó con esa terrible y directa ingenuidad de los niños: «¿Por qué fueron tan desdichados, si defendían la causa de Dios?»

 

Yo balbuceé que Dios no ha prometido a los suyos el triunfo en esta vida; que recordasen la Armada Invencible. Pero el muchacho respondió con ira: «Tampoco les ha prometido la derrota. Y actualmente la causa católica es siemprederrotada…»

Negué resueltamente ese adverbio siempre; pero salí preocupado y meditabundo…

Y poco más adelante describe…

… una idea insistente y amarga que surgía en mí de la consideración de la historia moderna; a saber, que si la Iglesia Católica era verdadera, el mundo moderno andaba muy mal. Me desazonaba en particular el ver que la Antiglesia organizada triunfaba aparentemente en la vida política universal, como si ya fuese el tiempo en que le será dado poder para hacer guerra a los santos y vencerlos. (Ap 13.7) Triunfo militar de la Revolución francesa, aplastamiento de la Vendeé y del carlismo, la brecha de Porta Pía, la «paz» masónica de Versalles, el triunfo de la Revolución Rusa, el predominio de las naciones protestantes y avance del socialismo y la apostasía en las naciones católicas…

En la (media) biografía de Castellani, su autor, tras citar estos textos, acota que se «puede agregarle leña al fuego»… y lo hace de muy buena gana. Como en gran parte del libro (voluminoso y -para mí- apasionante) el hombre no puede evitar mentar a cada paso a multitud de personajes públicos y escritores de su biblioteca, cada uno con su respectiva aprobación o condena «de cajón», y espetarnos sus juicios sobre cada cuestión debatible que se cruza en el camino -o que no se cruza. Una incontinencia que puede resultar tan entretenida como fastidiosa. En cualquier caso, aunque esas divagaciones a veces dicen poco del biografiado, dicen bastante del biógrafo y, lo que es más valioso, de la tribu. Como que quiso pintar el mundo, pero pintó su aldea.

… Pero siempre se puede agregarle leña al fuego. Pensemos que dentro de dos años sucedería el desgraciado episodio de la condena de la «Acción Francesa«1. Por no hablar de lo ocurrido en los últimos ciencuenta años dentro de la Iglesia Católica: la restauración de los estudios tomistas aplastada por la maraña de ideas evolucionistas, hegelianas, telardiana o lo que fuere; la profundización de los estudios litúrgicos y el cuidadoso empeño que se puso en mejorar el culto, aplanado luego por la marea posconciliar con su horripilante estética desacralizadora. Y luego, lo ocurrido con el Concilio Vaticano II: más allá de la letra de sus documentos, no fue más que un enorme triunfo de la estupidez, la ramplonería, y la modernidad, ahora sí, instalada donde no debe estar. Y la derrota consiguiente de los estudios serios, el culto en espíritu y verdad (sobre todo esto último que no se ve ni por las tapas. Ni se veía antes del todo tampoco, digamos la verdad).

Es largo el inventario de «derrotas»: el racionalismo bíblico prácticamente canonizado en las facultades e institutos dedicados a estos trascendentales estudios; la desacralización sistemática que abarca la arquitectura, el arte, el culto, la homilética, la espiritualidad y todo lo que rodea a la Santa Misa; la canonización del «dernier cri» en materia moral (ayer Kuhn2, hoy Häring), en materia dogmática (Congar o Rahner, es igual) y la definitiva sepultura de la patrística, de Santo Tomás y San Agustín (de Aristóteles ni hablar, por supuesto) bajo infinidad de volúmenes, teorías y doctrinas heréticas, ramplonas o sencillamente imbéciles.

¿Derrotas? En el plano político, o morales, o religiosas, o bélicas, culturales, artísticas. Y se podría seguir con sus consecuencias en las costumbres, la masificación del pueblo, el olvido de las tradiciones locales, la tecnología estupidizante, la propaganda, el ruido, el tremendo ruido que todo lo invade, que nada respeta, que arrasa con toda reflexión, contemplación, poesía u oración…

Sí, cualquier cristiano del s. XX —si lo es dendeveras3— no puede ser sino un perito, un especialista, un maestro en derrotas. Ese es su sino fatal, su cruz, su derrotero: incluso las poquísimas victorias de la Cristiandad terminan en este siglo con un gusto amargo, amarguísimo, como es el caso de la Guerra Civil Española, la revolución cristera en México, el gobierno de Salazar en Portugal o la intentona de García Moreno en Ecuador.

¿Siempre serán vencidos los cristianos?

Este raro mundo progresivamente descristianizado por el que pasa el cristiano de nuestro tiempo, este soportar como puede los fracasos y frustraciones de cuanta aventura intenta, de toda empresa más o menos bien inspirada, termina por metérsele en el alma, en el corazón, en el centro de sus devociones…

Sebastián Randle – Castellani – p. 190

Resisto el impulso (más pereza que templanza) de acribillar el texto con notitas al pie (bueno, algunas se me escaparon), «sics» y «fisqueos» ( también lo del cura, no crean). Pero ahora no. Sí alguna salvedad. Lo traigo acá porque creo que expresa bien, en complemento a lo de Castellani, esa visión de la historia que decíamos, muy característica de la tribu. ¿Y a qué llamo la tribu? Bueno, digamos, los que comparten esa visión, a bulto… (cada vez que estampo la palabra «tradicionalista» o similar los lectores protestan – las etiquetas son para los enemigos, caramba). Es claro que cada cual tendrá sus peros, y que la tribu puede tomarse con diversos grados de amplitud, y esta caracterización no pega tanto con algunas variedades, sobre todo europeas. No importa. En este momento me importa menos la tribu que este rasgo suyo.

(Y otra salvedad: el biógrafo, y este texto en particular, no es muy típico de la tribu en varios aspectos (y de Castellani ni hablar): prosa viva y no solemne, trabajo intelectual serio, y voluntad de ser «ortodoxo» sólo en el mejor sentido de la palabra (aunque en este tema particular se me antoja ortodoxo en todos los sentidos de la palabra). No se trata, pues, del columnista de Panorama Católico o Radio Cristiandad, ni del católico que pretende militar llenando un blog con estampitas sulpicianas y copy-pastes de encíclicas y noticias de Aciprensa. Si, como algunos parecen suponer, mi intención fuera pegarles a los tradicionalistas (¡pobrecitos, ellos sufren tanto, nadie los quiere, es como pegarle a un niño!) habría traído otro material más esperpéntico… algún rotundo lefevbrista de tomo y lomo, por ejemplo… a ver, acá está el famoso monseñor Williamson. Ups, se me escapó el link. Bueno, pueden leerlo, si tienen estómago robusto; yo acabo de hacerlo, pega bastante bien con el gráfico de la entrada anterior, y como caricatura no está mal – borren mentalmente los rasgos más gruesos y tendrán algo no muy distinto. Pero no es para nada necesario.)

Continuará.


1. Lo de Castellani sería de 1924. Y, de paso, ya se sabe: cuando el Vaticano tira un palo a la derecha es un «episodio desgraciado», una confusión dolorosa causada por malentendidos o informantes malintencionados, pero hay que saber que en realidad blablablablabla. Ahora, cuando el palo va a la izquierda… Roma locuta, causa finita.

 

2. ¿Errata por Kung?

3. ¡Saltó la liebre!