Heridas de Dios

… La represión del natural deseo de venganza, por razones intelectuales o por amor de Dios, produce en el alma esa «hambre y sed de justicia» a la cual se prometió la bienaventuranza. Ella es la sublimación del rencor y de la natural pasión por la vindicta; pasión por el restablecimiento del equilibrio moral. El odio a la injusticia padecida se convierte en horror de la injusticia sufrida por los otros. Los sentimientos heridos no se cicatrizan (como pasa por el olvido en las heridas pequeñas) sino que comienzan, como si dijéramos a «sangrar hacia arriba». Por eso nuestro Salvador lo comparó a una pasión tan pertinaz y luchadora como el hambre.

«Esto que me ha pasado jamás cicatrizará», se oye decir a veces. «Sí que cicatrizará», es la respuesta vulgar, a veces falsa. Tiene razón el herido muchas veces. La respuesta exacta es: «Conviértete en un herido de Dios, deja atrás a los hombres. Sé místicamente cruel contigo mismo.»

Esa herida siempre abierta nos hace solidarios del dolor del mundo; nos establece en comunidad con todos los que sufren; y hacerse solidario del dolor del mundo fruto de pecado, fue la razón de tomar cuerpo y naturaleza humana el Verbo de Dios…

Es otro texto de «Los papeles de Benjamín Benavides», de Castellani – otro de aquellos que me impresionaron al releerlos hace poco… y que no me habían dicho gran cosa en el primer contacto, años ha (¿qué habrá cambiado de una lectura a otra? ¿experiencias, estados de ánimo, o simples fluctuaciones azarosas de atención o sintonía? vaya a saber…)

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