Biblias y trincheras – 2

En aquellos comentarios, el inquisidor anónimo hacía notar que las metodologías, teorías y conclusiones de los estudios bíblicos modernos varían mucho (y muy rápido) al correr del tiempo: hoy dicen una cosa, mañana otra. Compárense, decía a modo de ejemplo (y es buen ejemplo), las anotaciones críticas de las diferentes ediciones de la Biblia de Jerusalén.

Demos por sentado ese hecho, precisiones aparte. Ahora bien, tenemos un hecho, ¿qué haremos con él? Si observamos que en una disciplina intelectual-científica los especialistas varían sus afirmaciones muy frecuentemente, podemos pensar varias cosas:

1) Tanta variación es signo de desorientación o volubilidad; falta de consistencia, probablemente charlatanismo. La tal ciencia no merece siquiera ese nombre.

2) Idem, pero solo para las corrientes contemporáneas. Antes era otra cosa; ahora ha perdido respetabilidad, pero no esa ciencia en sí sino esos científicos, que agarraron por caminos errados. Habrá que esperar a que alguien retome la cosa al modo antiguo.

3) Habría que ver si esos cambios tienen un desarrollo orgánico. Sería malo que fueran una sucesión de modas, teorías que van surgiendo y que luego se van descartando por otra sin aportar nada – o si el movimiento fuera una especie de cuesta abajo, cada vez más rápido y tambaleantes hacia un precipicio. Pero si cada teoría es una contribución positiva, si aporta algo al desarrollo, entonces no es mal signo.

4) Habría que discenir si la mutabilidad es signo de inmadurez, o de transición, o de vitalidad, o de senilidad. Y cómo se ubica esta característica dentro de la historia de las ciencias vecinas, de la ciencia en general y de la cultura en general.

5) Habría que preguntar a los mismos estudiosos cómo ven ellos esa misma cuestión.

6) Podríamos limitarnos a deducir que las conclusiones son, en esa ciencia y en este contexto, siempre provisionales. Y rechazar a los que (estudiosos o no) nos las pretenden vender como definitivas.

Estas y más cuestiones podemos ponderar. Pero el que está atacando no tiene tiempo ni ganas: los hechos hay que usarlos para atacar. Puesto que la opción 1 hay que dejársela a los escépticos, hay que rumbear por la 2 o la 6. Y siempre (más heat que light) con mala conciencia, siempre, porque sabe que muchos de sus ataques son inconsistentes y podrían ser usados en su contra (en compensación, él también gustará ese placer belicoso de usar las armas del adversario: como reprochar con soberana suficiencia a los «modernos» el «estar atrasados»)

Pero antes de atacar, convendría aclararnos a nosotros mismos cuáles son nuestras respuestas a estas cuestiones (y recordar: «no sé» es una respuesta válida). Yendo al caso: Que la crítica bíblica cambie tan seguido de conclusiones ¿menoscaba sus conclusiones y su valor como ciencia o no? ¿Hay un progreso real o no? ¿Qué opina al respecto el magisterio de la Iglesia – o el juicio personal de los últimos papas? ¿Las «conclusiones» de la biblia de Straubinger, por ejemplo1, son científicamente más confiables que las de la última Biblia de Jerusalén o no? ¿Un cristiano culto que quiere leer cristianamente la Biblia (es decir: tratar de escuchar la palabra de Dios) hará bien o mal en leer esas notas? ¿Los estudiosos bíblicos -Abel en particular- cometen habitualmente el error de dar por definitivas su conclusiones, que siempre son provisorias, o no?

Con respecto a esta última pregunta, (cuya respuesta el inquisidor, al modo sofista, da por respondida sin responderla) yo contestaría un no con reservas; no conozco mucho a los estudiosos bíblicos. Y, miren uds., si revuelvo mi memoria para buscar un ejemplo de ese pecado… recuerdo al padre Castellani, explicando a su adicto público argentino la solución definitiva al problema sinóptico (casi veinte siglos de disputas, y el problema lo viene a resolver -un tajo al nudo gordiano- el padre Jousse, con una teoría al gusto de la sensibilidad tradicionalista… justito para cuando el cura argentino cae a Europa a tomar clases de teología bíblica con él como profesor). Naturalmente, los mismos que sienten el impulso de tirar estos palos a Abel no se les ocurrirá imputar este pecado a Castellani. Cosas de partido.

Otro hecho, no menos evidente que los vaivenes de la teología bíblica, es que el catolicismo más conservador (incluso en los mejores sentidos de la palabra) ha mirado a esa teología moderna con desconfianza y hostilidad: casi toda exégesis o crítica que divergiera de las creencias de los Padres, casi toda teología nueva y viva les suena a un sabotaje de la Ilustración contra el cristianismo, sea deliberado o no. Pareciera que para algunos fuera motivo de orgullo el atraso de España en este aspecto (en relación a Europa, digo; de nosotros ni hablemos), casi como si fuera sello de calidad católica… ¿Habrá que decir, parafraseando a Unamuno, «¡Que hagan teología ellos!»? Pero ¿puede bastarnos con eso? Es otra cuestión que tampoco veo planteada, así desnuda.

Verdad es que se trata de algo más complicado que el de una ciencia cualquiera, hay una cuestión religiosa en el medio. Y para los cátolicos, hay dos aspectos importantes, a mi ver:

Primero: en la economía de la ciencia teológica los actores son tres: los teólogos, el pueblo y el magisterio. Dibújese el triángulo con las interacciones (todos con todos), las tensiones y la complejidad del asunto. Me gusta esa complejidad, de hecho. (De paso, me parece que estos inquisidores conservas se posicionan aquí no tanto como pueblo que reclama a los teólogos, sino más bien como un para-magisterio que pretende defender al pueblo ingenuo contra la mala influencia de los teólogos). Habría mucho que decir, pero baste con esto: en el catolicismo ningún actor desconoce a los otros, ni olvida ninguna de las relaciones – en principio, claro está; pero no en teoría.

Segundo: el catolicismo rechaza el fideísmo. Y especialmente entre los conservadores, tiene mucho prestigio Santo Tomás… y sus rentas (escolástica y neoescolástica) – más tendencia hay a caerse del otro lado del caballo (racionalismo). Esto crea un afortunado contrapeso contra la tentación de mandar toda la ciencia y toda la inteligencia al diablo (quédense con todo eso, la sabiduría del mundo es necedad para los cristianos, nos vamos a las catacumbas) y provoca una tensión algo incómoda pero probablemente saludable – a pesar de todos los complejos de inferioridad intelectual y todos los lamentables maquillajes (para el espejo, sobre todo) de erudición y suficiencia.

Con esto, y con todo, sigue siendo cierto que estos brotes de hostilidad contra la inteligencia so pretexto de celo religioso, estos miedos tan vecinos a los del avaro, son feos signos. Y, me temo, muy representativos del catolicismo hispano2.

 

Los católicos modernos odian el arte con un odio salvaje, atroz, les asusta la Belleza como una tentación de pecado, como el Pecado mismo, y la audacia del genio les horroriza como una mueca de Lucifer.

… decía Leon Bloy, en su estilo. No hay más que trasponer la hipérbole, con la Inteligencia en lugar de la Belleza, y el genio teológico en lugar del artístico…

El mismo Castellani lamentaba la poca preocupación de los católicos (clero y laicos) por estos temas, y la escasa lectura y meditación de la Biblia (comentaba, no recuerdo donde, que si uno iba a consultar a un cura cualquiera por episodio de Jonás y la ballena, por considerarlo increíble y absurdo, el tal cura no sabría dar una buena respuesta). Pero hoy, como ayer, el catolicismo de trinchera está demasiado ocupada con la propaganda y la denuncia y los anticonceptivos y los gays y el obispo tal y la monja cual y los abusos litúrgicos y los medios y los gobiernos… ¡Ah, si todos fueran católicos, pero católicos en serio, como nosotros… otro gallo nos cantaría!

Yo sigo esperando que otro gallo nos cante.


1. La Biblia de Straubinger (~ 1948) goza de buena consideración entre los católicos tradicionalistas de por acá, quizás sea hoy (2009) la preferida. Y por sus notas, sobre todo. Afirma, por ejemplo, que Moisés escribió el Pentateuco; que no hay dudas de la identidad del autor del cuarto evangelista con el discípulo amado y el apocaleta; y ni de la autoría de las cartas paulinas – ni siquiera Hebreos.

2. Por ejemplo. «… vienen siendo algunos portales católicos de la web quienes más vigor apologético están mostrando en el ámbito de la Iglesia Católica. Aquí tienen ustedes, sin ir más lejos, InfoCatólica.com…» Sin ir más lejos, efectivamente. En el texto (un ejemplo entre mil) queda muy clara la jerarquía (infierno, purgatorio y paraíso) de los teólogos católicos; que vienen a ser, en esta mirada, soldados de la apologética. Y nótese cuánto pesan en esta mirada detalles como la inteligencia —por no hablar de la alegría creadora.

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