Parentescos

Ana Catalina Emmerich ve el suceso así:
Eran ya las tres de la tarde y María había preparado, con las santas mujeres y los sobrinos de José, de Dabrath, de Nazareth y del valle de Zabulón, la comida para Jesús y los discípulos en un edificio cerca de la casa. Hacía ya varios días que no habían podido hacer una comida en forma, debido a las continuas ocupaciones. La sala de la comida estaba separada de la sala donde Jesús enseñaba y del patio donde las gentes se amontonaban escuchando la predicación a través de las columnas abiertas del corredor. Como Jesús no terminaba de hablar se acercó María con otras mujeres para pedirle quisiera tomar algún alimento. No pudieron acercarse por la muchedumbre; pero llegó a oído de un hombre este deseo de María. Este hombre era de los malintencionados y espías de los fariseos. Como Jesús varias veces hablase de su Padre celestial, dijo el hombre malicioso: «Mira, tu madre y tus hermanos están aquí afuera y desean hablar contigo.» Jesús lo miró y preguntó: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Juntó a los discípulos a su lado y, señalándolos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra y la siguen; quien hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Que el hablante fuera malintencionado no consta en los evangelios, pero ciertamente armoniza bien con la respuesta de Jesús. En la Catena Aurea sólo encuentro una interpretación parecida de Teofilacto («… le dijeron «Tu Madre y tus hermanos están fuera y te quieren ver» para recordarle la oscuridad de su nacimiento…»). Pero lo de Ana Catalina parece más fuerte, que le estuvieran echando en cara no tanto tener un linaje «oscuro» sino simplemente terreno (como aquellos escépticos de Nazareth), contra sus pretensiones de tener un «Padre celestial». Y, mirándolo así, me parece de notar que Jesús no responde al malintencionado: «mis parentescos de acá abajo no valen nada, mi verdadero Padre está en el cielo, y eso es lo que importa», sino que en cierta manera dobla la apuesta: con filiación divina y todo, es verdad que tiene parientes terrenos cercanos, y más: todo hombre está llamado a serlo. Y en Mateo viene a decir explícitamente: para ser «mi madre y mi hermano» hay que cumplir la voluntad de «mi Padre que está en el cielo». No lo había notado.

Otra de Catalina, ya que estamos:

Llegaron y ser reunieron en torno a Jesús unos treinta discípulos… De Gessur llegaron Santiago el Menor y Tadeo con tres de los filósofos paganos convertidos, jóvenes muy amables y delicados, que habían aceptado la circuncisión. También llegaron Andrés y Simón con más discípulos. El encuentro de todos ellos fue muy conmovedor. Jesús presentó a los nuevos seguidores a su Madre. Esto solía hacerlo siempre. Era este como un acuerdo secreto entre Jesús y María, de modo que ella recibía a estos nuevos discípulos de su Hijo en su corazón maternal y los acogía en su oración, en su solicitud, para ser para ellos madre temporal y espiritual. Todo esto lo hacía llena de tierna diligencia y seria gravedad. Jesús, en estas ocasiones, procedía con cierta solemnidad. Había en esto una santidad y una intimidad de sentimientos que no puedo expresar. María era la vid, la espiga de su carne y de su sangre.

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