Militancia y predestinación

Murió Leszek Kolakowski, hace un mes y medio; un intelectual que conozco poco, y que me gustaría conocer más. Y estos días estoy releyendo «Dios no nos debe nada», uno de sus últimos libros, sobre la historia del jansenismo. Ya comentamos algo, y comentaremos más. (Aquí una reseña mexicana, crítica … dice entre otras cosas que es «un libro escrito por un católico para católicos», lo cual me parece muy extraño, de los dos lados de la afirmación; pero no sé…).

Va un fragmento. Antes, para situarnos: en la visión de Kolakowski (quizás un poco esquemática, y que acá yo seguramente empeoro – para el que no quiera leer la reseña anterior) en las disputas sobre la gracia y la predestinación dentro de la teología cristiana, (en el siglo XVII sobre todo, pero también en la antigüedad ) tendríamos grosso modo dos bandos: de un lado san Agustín, (con calvinistas y jansenistas como sus seguidores) , del otro lado los semi-pelagianos (con los que vendrían a entroncar los jesuitas y -a remolque- la iglesia católica moderna -en la opinión del autor, siempre). Los agustinianos y sus secuaces, de tendencias rigoristas y reaccionarias, acentúan frente a los segundos la absoluta primacía de la gracia divina sobre la libertad del hombre; y, con mayor o menor consecuencia y matizaciones, creen en una «doble predestinación»: es Dios quien, por su libre voluntad, ha predestinado a ciertos hombres a la salvación (se salvarán exclusivamente porque El les da su gracia; y se las da porque El quiere, nunca por sus méritos o acciones; la libertad del hombre acá no juega) y también ha predestinado a otros a la condenación eterna.

El recién llegado a estas doctrinas, católico o no, probablemente las crea bizantinismos -en lo intelectual- o monstruosidades -en lo moral. Yo, aunque soy poco más que recién llegado, las encuentro apasionantes -es teología. Pero no me adentraré en esas aguas -no me da.

Copio nomás el texto siguiente, que en parte responde la objeción trivial («Eh, pero entonces si mi libertad no sirve para nada, para qué voy a preocuparme por mis actos… ») , porque además de ilustrar cómo estas cuestiones aparentemente abstrusas influyen en la historia de los hombres, hace una analogía interesante con el Islam y con el marxismo (especialidad de Kolakowski); y porque la anterior objeción suele esgrimirse en el caso analogado -y otros-, y conviene ver por qué esa objeción es corta de vista: cuando el efecto parece ir en dirección opuesta a la causa, señal de que hay que hurgar más hondo.

… La teoría de la doble predestinación es la expresión teológica de la Iglesia que se siente como la armada invencible de Dios. El mensaje psicológico de esta doctrina no es una permisividad cómoda —«haz lo que quieras, tu conducta es irrelevante para tu salvación»—, por mucho que algunos hayan podido utilizar esta interpretación. Tanto Agustín como Calvino levantaron claras barreras en contra de esta explotación libertina de su teología: desde luego, Dios no nos está pagando por nuestros méritos, todos los supuestos méritos son regalos suyos, entonces, aquellos que disfrutan de una gracia inmerecida demuestran en su vida que realmente son hijos de Dios; su conducta virtuosa no es causa de su salvación, sino más bien su signo.
[…]

La doble predestinación es una espada teológica en manos de una Iglesia militante, cuyos soldados pueden justamente sentir que pertenecen a la asamblea de los elegidos. Desde luego, desde el punto de vista de la teología agustiniana, la Ciudad de Dios no es idéntica a la Iglesia visible, en la que podría haber, en efecto, e inevitablemente los hay, individuos indignos, futuros habitantes del infierno; finalmente sólo Dios separará el trigo de la barcia. Pero para un hombre fiel a la Iglesia el mensaje de la doctrina está claro: Yo me encuentro entre los privilegiados y muestro en esta vida las marcas de mi predestinación hacia la gloria. Lejos de ser una pasividad justificatoria, indiferencia o dejadez moral, la doble predestinación está bien diseñada para favorecer la militancia. Es la ideología de una secta de guerreros.

Era así en los tiempos de Agustín, y lo fue también en los tiempos de los primeros movimientos calvinistas.

La teología fatalista para el primer islam fue una fuente de beligerancia y autoconfianza; el mensaje coránico no era «no hagas nada porque todo lo que se hace está hecho por Dios», sino «tú eres el instrumento en las manos de Dios; sé valiente, no rehuyas la muerte; tú eres el hijo fiel de Dios y acuérdate siempre que todo lo que ocurre es voluntad de Dios finalmente se volverá hacia lo bueno».

Más tarde, el determinismo histórico tuvo una función similar en el movimiento comunista. El argumento de los intelectuales, empleado con frecuencia en las polémicas llevadas a cabo por los antimarxistas, de que «si todo está predeterminado por la necesidad histórica, para qué molestarse, mejor no hacer nada y que la historia se cuide de sí misma», ignoraba la psicología verdadera. Fue la misma creencia en la «victoriosa marcha de la historia», en la que se suponía que tenían que participar, la que proporcionó a los creyentes una energía movilizadora poderosa y una necesaria certeza de estar en el bando correcto. La lógica aparente de la inercia, ignava ratio, es contraria al impacto psicológico actual de las doctrinas fatalistas y deterministas una vez que se convierten en la expresión ideológica de los movimientos populares, y los calvinistas de los siglos XVI y XVII lo demostraron en medida no menor que los bolcheviques de nuestro tiempo…

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