El caso Taxil – 2

Los lectores que ya conocían el caso Taxil, probablemente también sabían de la foto esa que se proyectó como fondo durante la conferencia. Cuando los diarios católicos reseñaron el acontecimiento, además de cubrir de cubrir de insultos a Taxil, se mostraron (ahora sí) escépticos: «… una fotografía que representaba la aparición de santa Catalina a Juana de Arco en cadenas, habría sido hecha en honor de Diana Vaughan en un convento de carmelitas. ¿Qué convento? La casa de Leo Taxil, probablemente.» (Le Normand, 24 de abril de 1897). Pero en eso el impostor no había mentido; y este periodista —Isidore Guerin, católico militante, monárquico, antisemita y antimasón— debería haberlo sabido, puesto que aquella monja que posaba como Juana de Arco era una completa desconocida para el mundo pero no para él -era su sobrina. Gravemente enferma de tuberculosis en aquel momento, moriría cinco meses después, y al correr de los años vendría a ser la santa más influyente de los tiempos modernos: Santa Teresita (Teresa del Niño Jesús, o Teresa de Lisieux).

¿Cómo fue a parar la foto a esa conferencia? Taxil no había mentido: se la habían enviado desde el convento, dedicada a Diana Vaughan; provenía de una obra de teatro sobre Juana de Arco, compuesta por la misma Teresa y representada un par de años antes1.

De modo que nuestra Santa Teresita, doctora de la Iglesia, figuró entre los engañados; y en un lugar tristemente destacado. Algunos biógrafos ponen esta humillación como un hecho significativo, sobre todo en relación con su noche, el tiempo final de su vida (año y medio) en que perdió el sentimiento de la presencia de Dios y de la vida eterna, cuando los razonamientos de los incrédulos se le tornaron tentadores y verosímiles. Es cierto que Teresa entró en el «túnel» en la pascua de 1896, un año antes de la revelación de Taxil; pero también es verdad que el relato de esta época y estas tentaciones, la última parte de sus manuscritos autobiográficos, es posterior: junio de 1897. Veamos una cronología:

1881: Leo Taxil es expulsado de la masonería (en parte por sus escandalosos panfletos anticlericales pornográficos)
1885: Leo Taxil se «convierte» al catolicismo
1888: Teresa (quince años) ingresa al Carmelo
1889: Primeras noticias sobre Diana Vaughan, «gran sacerdotisa del paladismo» (New York)
1892: Diana Vaughan en Francia; supuestos contactos con Taxil y otros católicos.
1894: Encíclica Humanum Genus de León XIII, condenando la masonería.
1895: (enero) Teresa representa por segunda vez una obra suya sobre Juana de Arco, compuesta el año pasado. Varias fotos.
1895: (mayo) La Croix pide oraciones por la conversión de Diana Vaughan, que ha expresado su admiración por Juana de Arco.
1895: (junio) Se anuncia la conversión de Diana Vaughan y su intención de hacerse religiosa.
1895: (julio) Se anuncia la próxima publicación de las «Memorias de una ex-paladista». (en «La Croix», Isidore Guerin se declara «presa de emoción indecible» tras haber leído el primer volumen)
1895: (agosto) Publicación de la «Novena eucarística reparadora» de Diana Vaugham.
1896: (Pascua) Cae «la prueba de la fe» sobre Teresa. Síntomas de tuberculosis.
1896: (junio) A pedido de la priora, Teresa escribe una obra teatral inspirada en la conversión de Diana Vaugham:  «El triunfo de la humildad».
1896: (julio) Teresa lee la Novena de Diana, y copia varios fragmentos. La priora le pide algunos versos para enviar a la conversa, pero Teresa no logra redactarlos. Envían en su lugar la foto de Juana de Arco y unas líneas. Diana agradece.
1896: (diciembre) Surgen dudas sobre la conversa2.
1897: (enero) Una comisión romana termina una investigación sobre Diana Vaughan; ninguna conclusión.
1897: (marzo) Fuerte agravamiento de la salud de Teresa.
1897: (abril) La conferencia de Taxil.
1897: (junio) Teresa redacta el «manuscrito C», donde relata su oscuridad.
1897: (principios de julio) Teresa no puede escribir más, la bajan a la enfermería con un pulmón inutilizado.
1897: (agosto) Larga agonía, más tentaciones contra le fe.
1897: (30 de septiembre) Muerte.

El convento, pues, no estaba aislado del «mundo católico»; conocía las noticias y comulgaba con los sentimientos de ese mundo. Son pruebas del entusiasmo de Teresa aquella obra teatral y varias menciones a Diana Vaugham en sus manuscritos… que eliminará en abril de 1897, al revelarse la impostura. Cuántas oraciones por la conversión de una pecadora inexistente, cuántas acciones de gracias… Podemos imaginar, a bulto, cuánto golpeó esta humillación a las monjas, y a Teresa en particular. A ella, sobre todo; las otras probablemente pudieron asirse al consuelo de la mayoría de los católicos: insultar al impostor, desviar la mirada del hecho «yo me engañé» para fijarla en «él nos engañó», hablar de su bajeza de alma para no tener que hablar de nuestra (¿culpable?) ingenuidad. Pero ella… con el año terrible que venía de pasar… debe haber sido como un latigazo sobre una herida abierta. «… simulando perfectamente -en los escritos que redacta en nombre de Diana Vaughan- experiencias espirituales como si las hubiera vivido realmente, Taxil lo que muestra es que si ha podido engañar a otros, también un alma religiosa puede engañarse a sí misma» (J. Six). Yo no estoy nada seguro de que este sea el nudo de la cuestión, y también es discutible el peso que habrá tenido todo el episodio en su prueba. Como sea, sí creo que interesa saber que todo esto era muy reciente cuando escribía el último manuscrito:

Yo gozaba por entonces de una fe tan viva y tan clara, que el pensamiento del cielo constituía toda mi felicidad. No me cabía en la cabeza que hubiese incrédulos que no tuviesen fe. Me parecía que hablaban por hablar cuando negaban la existencia del cielo, de ese hermoso cielo donde el mismo Dios quería ser su eterna recompensa. Durante los días tan gozosos del tiempo pascual, Jesús me hizo conocer por experiencia que realmente hay almas que no tienen fe, y otras que, por abusar de la gracia, pierden ese precioso tesoro, fuente de las única alegrías puras y verdaderas. Permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas, y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, sólo fuese en adelante motivo de lucha y de tormento… […]
Pero tu hija, Señor, ha comprendido tu divina luz y te pide perdón para sus hermanos. Acepta comer el pan del dolor todo el tiempo que tú quieras, y no quiere levantarse de esta mesa repleta de amargura, donde comen los pobres pecadores, hasta que llegue el día que tú tienes señalado… ¿Y no podrá también decir en nombre de ellos, en nombre de sus hermanos: Ten compasión de nosotros, Señor, porque somos pecadores…? ¡Haz, Señor, que volvamos justificados…! Que todos los que no viven iluminados por la antorcha luminosa de la fe la vean, por fin, brillar… […]
Todo ha desaparecido…! Cuando quiero que mi corazón, cansado por las tinieblas que lo rodean, descanse con el recuerdo del país luminoso por el que suspira, se redoblan mis tormentos. Me parece que las tinieblas, adoptando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: «Sueñas con la luz, con una patria aromada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas esas maravillas; crees que un día saldrás de las nieblas que te rodean. ¡Adelante, adelante! Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada».

A los catorce años, ella había rezado por la conversión del Pranzini, el asesino condenado a muerte; y se había creído escuchada. En los tiempos finales de su vida rezó también por la conversión (y dedicó su última comunión, según parece) del padre Jacinto Loyson3, la oveja negra de la familia carmelita. Hay que suponer que estos cabían dentro de esa mesa de los pecadores en la que ella aceptaba sentarse. Como también, seguramente, le habrá hecho un lugar a Leo Taxil.

 

 

1. No estoy seguro de que esta sea la foto en cuestión —ni sé si se ha conservado— aunque seguramente es de esa sesión; como esta y esta.

2. En los procesos, su hermana Paulina dirá que ya a fines de 1896 Teresa había tomado distancia del caso («Eso no puede venir de Dios»), tras saber de los ataques de Diana a un obispo desconfiado. J.F. Six cree que esto es una pequeña patraña edificante, para dejar mejor parada a Teresa; y a mí me parece lo más probable.

3. Jacinto Loyson era un cura carmelita que dejó la iglesia, se casó e intentó fundar una iglesia galicana. Unamuno le dedica unas cuantas páginas de «La agonía del cristianismo».

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