Dánoslo hoy – pero en la boca

Entre las medidas que se tomaron por la gripe nueva, aquí en Buenos Aires (no sé si en resto del país también) la Iglesia dispuso la suspensión temporal de la comunión en la boca en las misas, permitiendo sólo la recepción a la moderna, en la mano. Como cualquiera imagina, esto molestó a más de un tradicionalista… Y aunque en alguna medida puedo sintonizar con los remisos a comulgar en la mano que tuvieron que sufrir cierta incomodidad -y acaso un problemita de conciencia- en estas misas, y aunque no simpatizo demasiado con la movida moderna (todavía me dura la indignación de escuchar, en una misa dominical, a un monseñor bastante renombrado explicando a la feligresía la introducción de la nueva modalidad aduciendo que, el hecho de conservar la opción de comulgar en la boca era una concesión de Roma hacia aquellos católicos que permanecen aferrados a los usos antiguos…) , con todo, las reacciones de muchos de estos remisos me resultan levemente escandalizadoras. En casi todo el espectro derechoso, desde los esperpentos de Radio Cristiandad (hostias ovaladas incluidas) hasta las voces que intentan ser equilibradas, pasando por fotos con guantes negros y partículas enormes, citas dudosas de la madre Teresa, preferencias presuntas de papas pasados, y toda la maloliente artillería habitual…

Supongamos que la disposición particular haya sido abusiva, supongamos que en general la comunión en la mano sea menos reverente o más sujeta a abusos o profanaciones (a mí ninguno de estos puntos me parece cierto), aun suponiendo eso… si admitimos que un católico debe obediencia a la jerarquía en estas cuestiones (no ciega, pero obediencia al fin) lo más que te admito es que insultes un poco a los obispos, en voz no muy alta; y basta. Ellos tendrán que dar cuenta de sus deberes, yo tendré que dar cuenta de los míos. Está la comunión de por medio, nada justifica el taparla con banderas tribales.

Y no me hablen de celo; celosos y fervientes eran también, seguro, aquellos disputadores y autores de disensión contra los que solía prevenir san Pablo.

Puedo entender, repito, a los que se sienten incómodos recibiendo la hostia en la mano, no desprecio eso; entiendo (algo menos) que ante esto un católico pueda sentirse obligado a renunciar teporalmente a recibir la comunión. Que uno anuncie esa decisión en un blog… lo entiendo menos. Ahora, pretender hacer de esta renuncia una especie de acto virtuoso, como una suerte de ayuno… bueno, eso ya me sobrepasa.

Y recordé algo de Léon Bloy :

El jansenismo nunca muere. Infinito es el número de los presuntos católicos que ignoran que la comunión diaria es una consecuencia rigurosa de la Oración dominical: Panem quotidianum. Los curiosos cristianos que de esto no quieren saber nada, son forzados a recomenzar, sin advertirlo, la espantosa Mezquindad de Belén. «Yo era un forastero,» les dirá el Juez, «y no me dieron hospitalidad.»
Es una de sus ideas fijas, reaparece siempre en su diario: que la comunión cotidiana es, para el cristiano que la tiene a su alcance, una obligación. Consecuencia estricta de la petición del Padre Nuestro: «danos hoy nuestro pan de cada día». Naturalmente, todos tenemos esto por una extravagancia (¡este Bloy dice cada cosa! ¡si le vamos a hacer caso…!), la Iglesia jamás ha dictaminado semejante obligación. De acuerdo. Me gusta, sin embargo, recordarlo. Y recordar que esto lo escribía en Francia (cuna del jansenismo) en 1902, tres años antes del decreto de Pío X que autorizó y alentó a la comunión frecuente para todos los fieles. Dice allí el papa:
… los Santos Padres de la Iglesia enseñan casi unánimemente que «el pan nuestro de cada día» que se nos manda pedir en el Padrenuestro, más que al pan material, se refiere al pan eucarístico que se ha de tomar diariamente.
Y cita varios autores, entre ellos este. No se habla de obligación, por supuesto. Pero, es curioso, me parece que este papa, icono de los tradicionalistas, no fue muy seguido por estos en este decreto… revolucionario. Ellos prefieren dedicarsse a lamentar que «falta fe en la real presencia» y que «la gente comulga demasiado», que «antes no era así», etc. Y por lo que a ellos mismos respecta… no sé, yo no conozco mucho el ambiente, pero el lector que conozca mejor podría tirarme su estimación de la correlación entre ese tradicionalismo (renuente a la comunión en la boca, y muy celoso de la devoción al Santísimo, siempre disconforme por la ubicación del sagrario y la sobreabundancia de ministros extraordinarios…) y el hábito la comunión frecuente. Yo tengo la impresión de que la comunión frecuente (no digamos diaria, digamos más de una vez por semana regularmente) es tan rara en estos ámbitos como en otros. Quizás me equivoco. Y si no, tal vez convendría repasar qué papel jugaron en la iglesia aquellos mentados jansenistas.

Pero -cuestión particular aparte- una vez más, me asombra la importancia que dan a estos asuntos. La enorme energía afectiva (y a su remolque, intelectual; para autojustificarse) puesta en cuestiones litúrgicas… como si la virtud de la religión (en sentido estricto); y específicamente en relación al ritual público) fuera la cúspide de la vida espiritual; pero esto ya queda dicho.

Y una vez más, me extraña esa necesidad de tomarse tan en serio, esa aparente incapacidad para relativizarse, de verse como una tribu, como una subcultura dentro del catolicismo. Decían en lo blogs que el tema ha provocado un «importante desbarajuste». ¿Ah, sí? Mire usted, yo apostaba que la gran mayoría los católicos de mi parroquia ni se han enterado de tal desbarajuste. Ah, pero claro, estábamos hablando de los católicos como uno, los católicos de verdad: la sal de la Iglesia, vamos.

Es otra marca de la tribu: el desdén con que miran a los «católicos mistongos», la mayoría de los que simplemente se dicen católicos, que como mucho van a misa los domingos -tal vez a Luján- que por ahí se saltean algún punto del catecismo (moral sexual, sobre todo), que no les da frío ni calor la música así o asá, o que el cura sea de liturgia estricta o libre, y que no tienen mucha idea de quiénes son Garrigou-Lagrange, Kung, Ottaviani, Boff, Castrillón Hoyos, Kasper -y menos saben separara entre estos los buenos de los malos. A estos católicos, aquellos los miran un poco como miraban los judíos de Judea a los galileos, en tiempos de Jesús… Confesaba uno, también en los blogs (tengo que leer menos blogs, sí; pero en eso estoy) que en verdad le costaba ver como correligionarios a esos feligreses de las misas parroquiales. Bueno.. a mí me parece que ahí tenemos todo un temita para trabajar -¿no?- bastante más importante que aquellas rabietas litúrgicas. Pero está visto que no vemos igual.

Lo raro, para mí, es que tipos relativamente cultos parezcan tan reacios a verse a sí mismos con la distancia que da la perspectiva histórica (por no hablar de la supra-histórica, que también debería quedarles a mano). Tal vez se me escapa algo. Pero… A ver. En el siglo IV, leemos, San Jerónimo revisó (a medias retocó y a medias rehizo) la traducción al latín de la Biblia, lo que después sería la Vulgata; y le llovieron palos de todos los católicos, de todos los costados; en particular (lo recuerda Castellani) montones de quejas amargas de los conservadores de su tiempo, apegados a las traducciones antiguas; seguramente no les faltaban argumentos (buenos o malos) para pensar que la nueva traducción era perjudicial para la religión. Cuando, en el siglo XIII, pintó el aristotelismo, de nuevo: palos para los renovadores (liderados por Santo Tomás), qué se vienen con esas modas griegas traídas por musulmanes y judíos, nuestros abuelos no necesitaron a Aristóteles para ser santos, y esas sabidurías mundanas van a ser la ruina del cristianismo, etc etc. Antes, en el siglo III, la expansión del cristianismo desolaba a los más romanos patriotas: esto está minando los fundamentos del imperio, Roma nació pagana y morirá pagana, dirían los conservas ceñudos. Hoy, decile a un ruso ortodoxo devoto que se dejen de embromar y acepten de una vez el calendario gregoriano… y le da un ataque:

Que nadie se equivoque: esa línea de razonamiento que propugna la adopción de la reforma gregoriana abrirá las compuertas a otras innovaciones, aún más serias. La reina de las festividades, la Pascua, ya está bajo ataque. Ya hay algunas jerarquías ortodoxas que sugieren que en realidad no tenemos nada que objetar a tener un día fijo para la Pascua, y que podríamos coincidir con las sugerencias del Papa y del Concilio Mundial de las Iglesias en este tema. Lo triste es que algunas almas simples serán llevadas a creer que esto es así, cuando la verdad es que semejante propuesta está condenada de plano por numerosos cánones. [*]
No me pondré a buscar en Internet polémicas sobre ritual hindú, budista, musulmán o judío. Es fácil imaginar que un cambio en el largo de un vestido, un gesto ceremonial o la interpretación de un texto sagrado puede parecer cuestión de vida o muerte para los creyentes. Y también es fácil imaginar que muchas veces los bandos (no sólo en religión, sino en todo lo que toca la vida social) se pueden caracterizar, grosso modo, en los términos «conservadores vs. reformistas»; y que, en la mayoría de los casos, las razones de fondo de ambos son básicamente las mismas -y básicamente atendibles. Y que en general es bueno que existan, en el mismo sentido en el que, en un juicio, es conveniente que haya abogados que se dediquen expresamente a defender cada lado -y hasta ahí, nomás.

Parece que cuesta aceptar esta visión de las cosas, cuando se trata de uno; y no entiendo muy bien por qué. ¿Es que uno se ve menoscabado en sus luchas, si se reconoce en ese papel -dictado en gran medida por sus propias circunstancias históricas, su temperamento, sus gustos y probablemente sus limitaciones? ¿Por qué no decirse sencillamente, «Sí, yo soy de derechas» (o tradicionalista, conservador, … o viceversa), asumiendo, con humildad y con humor, lo que viene con el lote, reconociendo su obvio parentesco con los romanos y ortodoxos arriba mencionados, y reconociendo que, por lo mismo, esa pertenencia tiene un valor muy relativo… sobre todo cuando están en juego cuestiones más altas? Poner que, así como un cuerpo tiene varios miembros, también es natural que tenga su lado izquierdo y su lado derecho… bueno, seguramente sea un abuso de imagen; y acaso un exceso de indulgencia o relativismo. Pero si tengo que elegir entre este abuso y el de creer que el eje de la lucha del cristiano hoy viene dado por esa dirección, que la derecha es el lado bueno y la izquierda el malo (o viceversa), no tengo dudas con cuál quedarme.

¿Te irrita la creatividad litúrgica de tu párroco, o que el «Cordero de Dios» suene como un jingle de Pepsi? Perfecto, te acompaño en el sentimiento; decime dónde tengo que firmar. Ahora bien, a mí igualmente me irritan el poster y el trailer que Disney hizo para Ponyo -una imbecilidad estética y un pecado contra Ghibli. Detesto que pasen a Jorge Falcón cantando «El amor desolado» por FM tango. Y me indigna que Microsoft siga -por default– ocultando las extensiones de archivos en Windows. Y estoy convencido de que tengo razón en indignarme, y estoy dispuesto a defender esas razones y a empujar para ese lado. Ahora… cuando a la tarde me juzguen, cuando pesen mi vida, no espero que todas esas indignaciones pesen mucho; y si pesan algo, ni siquiera estoy seguro si será en el platillo correcto.

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