Archivo por meses: mayo 2009

De buen perdedor, buenas palabras

Releo el Quijote, y vuelve a conmoverme la última derrota:

…volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus caballos; y, como era más ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la levantó, al parecer, de propósito), que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída. Fue luego sobre él, y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:

—Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.

Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:

—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.

Cap 64 – Segunda Parte

Y recuerdo ahora que, si la memoria no me engaña, conocí el episodio en una «Anteojito» —extraño que una revista infantil publicara el Quijote; supongo que era una versión condensada en entregas—… Creo que me impresionó la ilustración, en blanco y negro (me gustaría reencontrarla, pero lo veo difícil), don Quijote en el suelo y el caballero de la Blanca Luna —bastante siniestro para mis ojos infantiles— blandiendo la lanza, con la visera echada; así al menos creo recordarla. No veía yo el lado cómico, supongo; no sabía que era el bachiler Sansón Carrasco disfrazado, quizás ni siquiera conocía la historia, y la locura del protagonista. Pero mi ignorancia tenía la ventaja, pienso ahora, de ver la situación por su lado trágico: con los mismos ojos de don Quijote. El cual se me aparecía como un viejo demacrado, lamentable y vencido (lo habían dibujado a cara descubierta, estoy casi seguro, en contradicción con el texto).

Eso es saber perder, caramba.

Y nos anda haciendo falta, parecería, eso de saber perder. Hidalguía, al fin de cuentas.

Con buenas palabras, en lo posible. O al menos, sin malas palabras.

En otra nebulosa memoria infantil, me veo fugando a las figuritas con un amigo. Él, que iba ganado, anunció que debía irse, pero yo no podía aceptar que las cosas pudieran quedar así, que él tuviera el derecho de llevarse mis figuritas perdidas (quiero suponer que era una de mis primeros juegos…). Creo que tuvieron que intervenir mis padres, para convencerme de que yo no tenía razón.

Hoy, por ejemplo, veo (bueno, cada vez menos) a los deportistas, en particular a los futbolistas argentinos… qué poca hidalguía a la hora de perder… Y qué triste, que esos berrinches de niño malcriado incapaz de tolerar el hecho de haber perdido (como si se fuera una injusticia para hacer temblar los cimientos del cosmos) pretendan vestirse de virtud, con palabras como «pasión», «sentimiento», «corazón». Incluso dejando de lado obvios cinismos, aun suponiendo puro «amor a la camiseta», yo no veo mucha virtud en esas lágrimas; más bien al contrario.

Y, por cierto, todo esto no me movería un pelo, si se trata sólo de nuestros futbolistas.

Perder es morir un poco. Y dicen que la verdadera filosofía se reduce a saber morir.

Saber digerir la derrota; no sólo la personal sino la colectiva; no sólo la propia sino la del prójimo -la que nos duele; y que por dolernos también es en parte nuestra.

Y en relación con esto, y volviendo al texto, volvía yo a preguntarme por la relación de Cervantes con don Quijote. Porque en muchas páginas pareciera que Cervantes no se toma muy serio a su criatura, a veces nos resulta insoportablemente cruel y burlón, ajeno a la compasión,* como si se negara a ver su lado grande y trágico (Unamuno se apoya en este hecho, para reprocharle -un poco literariamente, también- su incomprensión, como si fuera un cronista frívolo, superficial, casi infiel)… Pero en otras páginas, como esta y como la de la muerte, Cervantes es delicado y respetuoso al máximo. Yo tengo para mí que el novelista (sub-creador, al fin) debe amar a sus personajes. Ahora bien, en el caso de Cervantes y don Quijote esta tesis o analogía parecería sólo aplicable en parte: en esas partes. Pero quizás, profundizando un poco, aquella mirada humorística-burlona sea el complemento adecuado para la otra, la que sabe padecer o compadecerse, seriamente. Todos somos un poco dignos de burla, un poco cómicos, en tanto limitados. No perder de vista esa faz humorística de las criaturas, sin soltar el otro extremo —el del amor; que es cosa seria— acaso sea la manera de conservar el equilibrio, para mirar con la mirada justa la derrota (individual o colectiva; propia o próxima). Para que el dolor sea ordenado. Para que la derrota nos sea de provecho.
 

* Y no debe hacer falta decir, pero lo decimos, que podría intentarse otra analogía entre el reproche (injusto, probablemente) que se suele dirigir a Cervantes con respecto a su criatura, y el reproche (injusto, seguramente) que algunos le dirigen a Dios, por análogos motivos.

Retórica pastoral

…un espacio particular de oración y de sensibilización vocacional. Bajo el lema «Con vos vale la pena arriesgarse», deseamos motivar y rezar junto a nuestros jóvenes, para que puedan descubrir que el Señor los llama a entregarse cada día más a trabajar por su Reino…
Con estos no vale la pena calentarse, dirán. Pero, a veces —cuando estoy con las defensas bajas— llega a agobiarme este lenguaje, tan pomposo y hueco a mis oídos, y tan difundido en el discurso católico de aquí y ahora: obispos, curas y funcionarios de la pastoral

Se me ocurre esta exageración —espero que lo sea: Hace cosa de un siglo, teníamos el arte sulpiciano. Hoy, tenemos esta retórica.

No hay mal que dure cien años, dicen. Esperemos que este tampoco. Y que haga menos daño que el otro.

PS: Hoy recibo el anuncio de las celebraciones de Corpus Christi.
Dice textualmente:

— «Jesús Pan de Vida, bendecí todos los rincones de nuestra Ciudad» —
«En Corpus Christi, Jesús se escapa del templo y sale a nuestras calles para bendecir simbólicamente a la ciudad y a todos los que viven o pasan por ella, que ese gesto del Señor sea el impulso para sacarlo todos los días por el amor de cada uno de nosotros

Librescas

… miró su reloj detenidamente, con el gesto atento del hombre que hace una cosa mientras piensa en otra. Aún era joven, pero en su semblante podía observase es algo marchito y amargo que se nota en aquellos cuyas preocupaciones han consumido los primeros años de la vida. Su rostro era lleno, descolorido, con la blandura de carnes que predice para más adelante el hundimiento de las mejillas, y esas arrugas profundas que dibujan una especie de silenciosa sonrisa cuando se llega a los cuarenta años. Sus ojos, de un gris claro, se fijaban intensamente en lo que miraban. Su ancha y carnosa nariz y sus gruesos labios evidenciaban un hombre débil de voluntad, pero satisfecho de su bienestar y de sus costumbres, capaz de alguna firmeza cuando se tratara de defenderlos. […] Se irguió finalmente, golpeó el petril con el puño, con el gesto de quien pugna por sustraerse a sus propias meditaciones […] Frotábase las manos con un gesto maquinal, y marchaba con el paso preciso y rápido que traduce, a veces, el curso de un pensamiento absorbente, como si alguna de las preocupaciones del alma trascendiera al cuerpo y le comunicara su ritmo…
…y dos arrugas marcáronse en mi frente, y mis pupilas emitieron ese casi imperceptible destello gris violáceo tan característico que traduce en ocasiones la impaciencia del lector cuando el novelista hace gala de demasiadas dotes fisonómicas y perspicacia mundana.

No sé, la verdad, qué pensar. No sé si en la vida real estos tipos saben reconocer en las narices y labios la fuerza de voluntad de la gente, y leer las marcas que han dejado las precupaciones en los rostros de los hombres. Lo que sé, es que yo no; ni de cerca. No cuenten, pues, con mi complicidad, señores novelistas. Cuenten, sí, con mi fastidio. Y podrían contar con mi envidia, también, si llegaran a convencerme de que no se están mandando la parte.

El texto, para peor, proviene de las primeras páginas de la novela en cuestión (Leviathan, de Julien Green). Perseveré, de todas maneras. No sólo porque había ya leído una novela no mala de ese autor, sino porque el libro era materialmente amable: una de esas encuadernaciones antiguas, pequeña, con tapas acolchadas e índice de tela, muy cómodo para leer en una mano, como un misal de los de antes. En realidad, lo compré en buena medida por eso.
La novela remontó vuelo. Pero al final me quedé con la intriga, por un error de imprenta falta todo el cuadernillo del último capítulo (maldición!). No todo tiempo pasado fue mejor, ni toda encuadernación.
Y sí, aunque no soy ningún bibliófilo, los libros de antes, esos con las tapas duras, lomos con nervaduras y papel guarda en el interior, me llaman. Por eso, también, compré hace poco una edición vieja de Manon Lescaut.

No está mal la novela, tampoco. Y me ayuda a comprender mejor algunos tangos, cómo no.

Una libresca más: un sitio dedicado a cosas encontradas en libros.
Linda idea, aunque la página tiene algunos problemitas técnicos. Yo aporté un billete de lotería de 1928 que encontré hace poco.

Cine y religión

Paso lista a varias películas de temática religiosa, que vi estos días. La mayoría son difíciles de encontrar fuera de Internet…

Ostrov (La isla), rusa (2006). Especie de hagiografía de ficción, una suerte de «loco de Dios» al modo ortodoxo ruso; convincente y convencida, en lo religioso y en lo cinematográfico. Película muy estimada por los católicos tradicionalistas de por acá; lo cual, confieso, me la hizo ver con ojos más críticos de lo que probablemente merezca. Sin llenarme, creo que vale la pena. (Sigo creyendo que hay algo de falso —alienante— y nocivo en ese gusto de los tradicionalistas de acá hacia ese tipo de religiosidad; pero este es otro tema).

• Mucho más y mejor me impresionó Ordet (La palabra), de Carl Dreyer (Dinamarca, 1955). De culto, en blanco y negro. Un pueblito protestante, de hace un siglo, dos líderes religiosos rivales, un estudiante de teología que (tras leer a Kiekegaard) ha enloquecido y se cree Cristo… un clima muy potente y un final inquietante (lo más elemental es a veces lo más chocante y audaz). Dos buenas conexiones: el director es el de «La pasión de Juana de Arco«, y la protagonista actúa también en «La fiesta de Babette«.

El Señor de los Milagros (también traducida como El hombre que hacía milagros; original: The miracle maker), es una vida de Cristo animada, en ‘stop-motion’ la mayor parte. Medio relatada desde el punto de vista de Tamar, la niña resucitada por Jesús. Nada que me atraiga especialmente, pero de buen gusto; no está mal.

• Otra vida de Jesús, con más interés arqueológico (cinematográficamente hablando) que otra cosa, es la Vida y pasión de Jesucristo de Zecca (1903). De la prehistoria del cine, muda y teatral, casi sin planos; y con algunos fotogramas coloreados a mano. Traté pero no llegué a compartir la mirada apreciativa de Greydanus (aunque no deja de ser interesante lo que dice sobre ver películas mudas con niños). La estética y gestualidad de estampitas siglo XIX la hacen demasiado ridícula a mis ojos -y esto podría abrir una reflexión sobre estética y religión, pero ahora no. También intenté ver «La historia más grande jamás contada«, pero enseguida perdí la paciencia.

• Tres plenamente hagiográficas. Primero, La vida del Padre Pío, (2000) largometraje en dos partes para la TV italiana. Poco conocida, la vi en doblaje español, con pocas expectativas. Pero, dentro de su modestia y en su género, me gustó más de lo esperado.

Faustina (Polonia, 1994), 75 minutos sobre Santa Faustina Kowalska. También sin grandes pretensiones, pero tampoco está nada mal.

Monsieur Vincent (Francia, 1947), sobre la vida de San Vicente de Paul, es otra cosa. También hagiográfica, pero más profesional y reconocida; aunque también un poco más convencional para mi gusto (esa música de entonces, esa leve falsa pompa de escenas como la de las galeras…) Pero con todo, es agradable. Y, al igual que las otras dos, está la seducción -y el provecho- de la figura del santo. (Y además, en mi caso, se trata de santos que conocía poco o nada).

• Para cerrar la lista, otra de santos pero ya no hagiográfica: volví a ver la ambigua y fascinante Thérèse (Cavalier, 1986). Y (confío un poco más en mis juicios tras una o dos relecturas) vuelvo a recomendarla.

El primero de todos

— Es como estar enamorada… Te sientes feliz de sólo pensar en él, y de saber que él está pensando en ti…

De Milyang (o Miryang , o «Secret Sunshine«), una película coreana. Por su mitad, la protagonista tiene una conversión fulminante al cristianismo, tras haber perdido a su hijo en un secuestro seguido de asesinato. Con aquella frase intenta explicar a las amigar sus nuevos sentimientos, en el cenit del fervor religioso; un fervor que tensará hasta la ruptura, después, en un experimento fallido y devastador… Lo que sigue, su ‘des-conversión’, el enamoramiento que se troca en rencor, quedó menos logrado, a mi ver… y contrariamente a lo que yo habría esperado.
No estoy seguro de que sea buena película, pero me dan curiosidad las historias de conversiones, incluso —quizás especialmente— si la devoción viene en un registro (evangélico-carismático) tan ajeno a mi sensibilidad y mi experiencia. Y la actriz impresiona.

Pero ahora no se trata de cine.

Se trata del primer mandamiento, nomás.

Mandato que, es de creer, vendría a responder —parcialmente, si quieren— una de esas preguntas últimas : «¿qué tengo que hacer?» (casi igual a «¿qué quiere Dios de mí?» y no lejos de la otra: «¿para qué vivo?»).
¿O no o es así?

Porque… está bien: fuera catarismos; no despreciaremos ningún intento de ser buen cristiano, por imperfecto o impuro que parezca. Adelante. Hagamos, si quieren, otro nuevo blog católico; pongamos muchos links a páginas edificantes y ortodoxas; citemos textos de los padres de la iglesia; colguemos estampas devotas; vayamos a esa manifestación contra el aborto; escribamos una carta al diario para quejarnos (ay, cómo sufrimos los católicos!); indignémonos y denunciemos la mala liturgia; metámonos en foros para llevar luz a los ignorantes, refutemos, ataquemos y defendamos, discutamos y sopesemos pros y contras del Concilio y el Novus Ordo y el latín y las guitarras y el ecumenismo y el tradicionalismo y la modernidad y los medios y este papa y aquel papa y esos obispos y el FSSPX y el Opus y la TL y los progres y los teólogos heréticos y los católicos mistongos que como mucho van a misa pero no escuchan las enseñanzas del magisterio y se saltean tal y cual mandamiento y …

Momento. Todo esto no estará mal, pero ¿es eso lo que tenemos que hacer? Si tanto celo ponemos en señalar el ser cristiano, y ya que de cumplir mandamientos hablamos, ¿no convendría, cada tanto, ver cómo cumplimos el primero?

«… amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» Qué quieren que les diga… no parece que lo cumplamos mucho… ni siquiera que invirtamos mucha fuerza en ese sentido, ni que nos preocupe mucho no cumplirlo. Tal vez es que soy miope, y que el amor a Dios no es muy visible en el prójimo, porque interviene un pudor que lo esconde a ojos de terceros. Tal vez. Pero —aparte de otras objeciones— cuando no se trata del prójimo, cuando se trata de uno mismo, ahí la presunción de inocencia es ya mucho más difícil de sostener. No imposible, no imposible (el abogado defensor que llevamos dentro puede hacer maravillas) pero difícil.

Me propuse, entonces, ponele que como propósito de año nuevo (los años empiezan en Pascua para mí)… trabajar eso, perdón … ponerme las pilas, perdón, perdón, cómo lo digo… ehm… me propuse ver si puedo entender mejor esto del primer mandamiento, y —sobre todo— cumplirlo un poco mejor. A poner un poco más la mente y las fuerzas en ello.

La frase de la película la traje, entonces, como pie para el tema de este post; y algún otro que seguirá. Porque toca un aspecto del asunto. Amar no es lo mismo que enamorarse, de acuerdo; y ya tratamos y trataremos de los peligros del sentimentalismo y de confundir el amor con un estado emocional. Pero, siquiera como momento del amor, el estar enamorado es un momento privilegiado y muy significativo. Cualquiera, creo, puede entender lo que dice la convertida, y empatizar con ella. Cualquier persona sabe o presiente con bastante claridad la plenitud de ese momento, y la embriaguez de tener todos los pensamientos (corazón, mente, alma y fuerzas) en el amado. Cualquier cristiano, creo, debe sentir una punzada de envidia al imaginarlo.

El vino de Caná

… Empezaron a reñir otra vez. Jasón hizo gestos vehementes para reclamar silencio.
—Yeshua, te pido que digas a estos bobos crédulos que tú no has convertido el agua en vino.
Mi tío Cleofás empezó a reír. Como siempre, su risa empezaba en un tono bajo, como un susurro que después iba ganando en intensidad; seguía siendo una risa sorda, pero más oscura y plena.
—Dilo —me pidió Santiago—. Nuestro primo se está cubriendo de ridículo con esta historia, y va a conseguir además que todos se rían de ti. Diles que no ha ocurrido.
—Ha ocurrido, y todos lo hemos visto —dijo Pedro.
Andrés y Santiago hijo de Zebedeo lo apoyaron con vehemencia. Entonces mi hermano Santiago se agarró la cabeza.
—Creo que expulsaste el diablo de esa mujer —dijo Jasón—. Creo que puedes rezar para que deje de llover, y la lluvia para. Esas cosas sí, creo en esas cosas. Pero esto no, no lo acepto.

El Mesías: Camino a Caná (Christ the Lord: The Road to Cana)Anne Rice

Sí… no me había detenido a pensarlo: la señal primera, de Jesús, para que «crean sus discípulos», es, no sólo un milagro relativamente… ornamental, sino también uno de los más difíciles de tragar [*].

El texto es del segundo volumen de la trilogía de Anne Rice (el tercero no fue publicado). No están nada mal. Aunque literariamente quizás no sean gran cosa (tal vez es la traducción la que no ayuda) yo los he leído con interés y gusto. Y aun, creo, provecho.

* Actualizado: ni soy conceptista ni lo quiero ser. Aclaro, pues, que no pretendí jugar con las palabras (tragar=beber el vino ; ni lo había advertido, hasta que me lo hicieron notar). Pensaba simplemente en sintonía (supongo) con el tal Jasón: que los otros milagros (enfermedades, exorcismos, cambios de clima) son más fáciles de creer, menos incómodos, por ser más conciliables (no digo ‘reducibles’; pero…) con explicaciones naturales. Y lo de ‘ornamental’ se refiere a que, al lado de los milagros más frecuentes de Jesús -las curaciones- eso de convertir agua en vino para ahorrar un papelón a los organizadores de una fiesta, me parece menos urgente, necesario… y simbólico; casi frívolo, digamos.