Los otros… son lo mismo

Si la dimensión «x» te es ocasión de tropiezo, proyéctala sobre el eje «y» y deshácete de ella. Pues preferible es militar en un universo de una dimensión, a vivir desmovilizado en una realidad de cien dimensiones.

(Del evangelio según San Militis)
Tiene algo de enternecedor (o de siniestro, según se mire) la ingenuidad, la acriticidad con la que tantos intelectuales, a la hora de analizar a sus distintos enemigos se afanan en reducirlos a las características que los asemejan entre sí y los distinguen de … nosotros.
Y es claro que a cualquier secta —y quién no pertenece a alguna que otra secta— le representa una incomodidad, una amenaza a su propia supervivencia, admitir lo que tantas veces es evidente: que «nuestros enemigos» son múltiples y muy alejados entre sí. O peor: que los protagonistas de la batalla son otros, y que nosotros parecemos quedar olvidados en un oscuro lugar intermedio o lateral. No sólo queremos distinguirnos, tampoco queremos quedarnos en el medio. La secta se alimenta de la pasión por el blanco o el negro; nunca los grises.
Y entonces, la secta segrega al intelectual —idiota útil, si los hay—, el maestro de la secta, que nos muestra convincentemente que nuestros enemigos «en realidad son lo mismo«. Y los discípulos se irán pasando la buena noticia.

De la religión y la política, para abajo.
La izquierda que mete en la bolsa de «la derecha» a liberales y nazis -y pinta bigotes cortitos sobre la cara de Bush o de Macri. Liberales capitalistas que juzgan parecidos a Mussolini y Fidel Castro (ambos totalitarios, enemigos de la libertad). Fascistas de distintas tonalidades (católicos nacionalistas, entre otros) que encuentran consolador enterarse de que comunistas y liberales son en esencia lo mismo (ambos «modernos»; uno hijo rebelde del otro; meras peleas de familia -judías, encima- que se dejan de lado frente al verdadero enemigo -segunda guerra mundial…).
Sólo algunos ejemplos, apresurados y algo toscos, con tres caracterizadas sectas del siglo XX (y, de paso, es de creer que la respectiva popularidad de estas clasificaciones dice algo de las sectas dominantes hoy); podrían darse más ejemplos, políticos, religiosos[*], y otros más pedestres.

El mecanismo es fácil de entender. En, en esencia, una aplicación de lo que en estadística se conoce como Análisis por discriminantes lineales de Fisher. (¿Qué?). Suena complicado, pero la idea es muy simple.
Se trata de encontrar, en un espacio multidimensional, la dirección sobre la cual proyectar los datos de manera de que la separación entre grupos resulte máxima; en este caso, los dos grupos son: «nosotros» y «los otros». (¿Qué??) Vamos a un ejemplo.

Tenemos tres tribus: A, B y C.
A y B viven al oeste, cerca del mar. B y C viven al sur. En dirección noreste la tierra es fértil y boscosa, al suroeste es árida.
Acá hay dos dimensiones (los casos reales tienen muchas más), las «naturales» son las dos direcciones: norte-sur, este-oeste, pero uno puede tomar otras. Veamos qué nos resulta más conveniente.
Si somos de la tribu C, entonces diremos que nosotros somos la gente del Este (o «el pueblo mediterráneo»). Es decir, proyectamos sobre la dimensión este-oeste; con lo cual los otros pueblos resultan lo mismo (diagrama rosa); no diremos «A y B», diremos simplemente «los costeros».
Si en cambio somos de la tribu A, también la tenemos fácil: nosotros somos los norteños. Y, ya se sabe, por más que se peleen B y C… en el fondo los sureños son lo mismo. Y tendremos columnistas pagados por Página 12 que describirán en lúgubres tonos los complejos de resentimiento que anidan en los sureños por figurar abajo en los mapas…
¿Y si somos de la tribu B? No nos sirven aquellas coordenadas, que no nos diferencian de los otros. No importa; rotamos los ejes, vemos que la dirección SO-NE es la óptima, y que esa dirección corresponde a la «boscosidad». Proyectaremos pues sobre esa dirección, y juntaremos a las tribus A y C bajo el rótulo de «los boscosos»… que, por otro lado, son los ricos; y en seguida demostraremos científicamente que la historia se mueve por el conflicto entre esas dos clases: los boscosos – ricos – malos contra los desérticos – pobres – buenos. Y así…
(Obsérvese, de paso, que también la dirección SE-NO separaría a la clase B, pero la pondría en el medio de las otras; y eso no es lo deseado. Lo que queremos es distinguirnos de los otros, considerando a los otros como un sólo grupo.)

Hecho lo cual (y, eso sí, con la dicha esmerada ingenuidad: ignorando cuidadosamente que uno proyectó un espacio multidimensional sobre una sola dimensión, ignorando cómo lo hizo y por qué lo hizo) uno puede sentirse consolado, puede imaginarse que ha regado cumplidamente el árbol de la propia militancia, y sentirse con fuerzas para pelear el buen combate, ahuyentar el desaliento y despreciar a los críticos desmovilizadores.


[* Por poner otro ejemplo, más de entre-casa: recuerdo que el católico Belloc explicaba (y Castellani aplaudía) que el protestantismo yanqui y el islamismo, en el fondo, eran lo mismo.]

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