Tener fe, infantilmente hablando

Cuando yo era chico (abramos paréntesis, para variar; el caso es que a veces parezco dar a entender -quizás prefiero creerlo- que antes de mi «conversión» -24 años- era ateo y antes de eso -digamos, 15 años para atrás- de católico sólo tenía un pátina vagamente cultural sin mayor consistencia, un cimiento de arena que tuve que dejar de lado para, más tarde, edificar sobre terreno completamente nuevo; la verdad es menos esquemática y más compleja; si hago memoria puedo recordar algunos pequeños rasgos religiosones preadolescentes; me recuerdo un día, camino al colegio, lamentándome interiormente de no poder pensar más seguido en Dios, de tenerlo muy poco presente en mis pensamientos habituales; lo que sigue podría contarse como otro ejemplo; cerremos paréntesis), cuando yo era chico, digo, o preadolescente, leía esas exhortaciones de Jesús a tener fe, siempre en relación a actos más o menos milagrosos (no siempre es el caso, ya sé; pero yo me fijaba en esos casos) : aquello de decirle a la montaña -y al sicomoro– que se eche al mar, la felicitación a la hemorroísa que le toca el manto, el padre del niño poseído, la caminata sobre las aguas, la curación de los ciegos, y del otro ciego
Y la idea -informe- que me quedaba era que lo Jesús me pedía era una especie de esfuerzo mental, un ejercicio de autoconvencimiento. Si uno pudiera mirar una piedra y decirle : «movete para allá», si uno pudiera hacerlo absolutamente convencido de que se va a mover, si uno pudiera exterminar completamente la duda, esa duda razonable que paraliza y enturbia… si uno pudiera, tendría el dominio (telekinético, para empezar) sobre las cosas, movería las montañas… y tendría fe.

Hoy sé que esa manera de ver las cosas es una puerilidad. Aunque no sé mucho más. No sé muy bien por qué; no sé muy bien por qué Jesús parece dar pie para ese equívoco, no sé cuántos cristianos -en diversas medidas y con diversas sofisticaciones- en el fondo no creen algo por el estilo, no sé si yo mismo lo creo; y tampoco sé muy bien qué es, al fin y al cabo, eso de tener fe. Y en todos estos años, les garanto, no he movido ninguna montaña.

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