Ni progresista, ni reaccionario, sino todo lo contrario

No por laudatorio y bienvenido el breve juicio de Unamuno sobre Bloy deja de ser discutible. El probablemente hubiera repudiado con energía esas habituales calificaciones : reaccionario, integrista, ultramontano… «ultra derecha» (!), así como repudiaba su mentado parentesco con Louis Veuillot (periodista ruidoso, algo mayor que Bloy, del que conozco poco pero que imagino más afín a ciertos compatriotas nacionalistas; más merecedor de esos calificativos, sospecho).

No digo esto (¿se imaginan, no?) para intentar disculparlo, o hacerlo algo más presentable a los ojos del respetable público progresista y religiosamente democrático. Ni me interesan esos maquillajes, ni Bloy se prestaría a eso.

Y por otro lado, es verdad que, además de ser un notorio y elocuente despreciador de la modernidad (la de un siglo atrás, claro; de la de ahora, no le digo nada), ostentaba una admiración algo demasiado acrítica y romántica hacia la Edad Media, y se jactaba de ser el último creyente en la bula Unam sanctam (Papa Bonifacio VIII, año 1302) que -a su ver- proclamaba la potestad espiritual y también temporal de la Iglesia («las dos espadas»).
Con esto -y es sólo un ejemplo- basta para que muchos le cuelguen aquellos calificativos… sea con rechazo o con simpatía.
Si yo tuviera que elegir, me contaría entre los simpatizantes, claro está. Pero no tengo por qué elegir.
Y es justamente para los simpatizantes, sobre todo, que va este reparo. Porque abominar de los males modernos, estará bien; que eso te lleve a cerrar los ojos a los males pasados, no debe estar tan bien; pero que tus afanes reaccionarios y tradicionalistas te impidan ver el dedo de Dios en la historia… que te resientas contra la voluntad de Dios con la excusa de un amor al pasado (que al fin y al cabo termina siendo poco más que amor propio), un poco como los elfos de Tolkien… eso ya es peligroso. Y es un peligro contra el que, personalmente, me importa cuidarme y cuidar.

Pueden decirse muchas cosas contra Bloy, pero no que fuera uno de esos. El era demasiado «desesperado» (el título de una novela suya) para pertenecer a un partido (aun en el sentido más amplio de la palabra) [*] o por decirlo de otra manera, su «optimismo» vivía en otro plano.
Así, se impacientaba enormemente al oír esos llamados a «restaurar» esas cosas que los reaccionarios o tradicionalistas suelen ansiar restaurar. Respecto de la órdenes religiosas, por ejemplo, decía que «están degradadas irremediablemente, casi extinguidas. Pertenecen a un pasado del que nada quiere Dios» (y citaba en apoyo a Luis María Grignon de Monfort!). Y a propósito de José de Maistre (representante egregio del tradicionalismo católico del siglo XIX), comentaba en su Diario, el 20/11/1901:
Lectura sumamente prolongada de «El Papa», de José de Maistre. El autor me apasionó cuando yo era una adolescente. Hoy puedo apreciarlo mejor, circunscribiéndolo.
Genio indiscutible, pero limitado; genio exclusivamente tradicional. Creeríase que su «providencia» es una especie de mecanismo. El no comprendió que en 1789 Dios había cambiado la faz del mundo.
No sé cuán clara la tenía Bloy… aunque puedo confesar que, aun reconociendo sus enormes limitaciones, ignorancias y arbitrariedades, me simpatiza esta manera de plantarse ante el mundo y la historia. Y al menos puede servir para ilustrar cuán lejos estaba él de los unos y de los otros: de los que -por atenerse al ejemplo- amaban la Revolución y de los que la combatían.

[* Pienso que, con las salvedades del caso, podría trazarse en esto algún paralelo con Castellani … y tal vez con el mismo Unamuno]
Me pone usted en un aprieto al decirme que necesita una respuesta antes de mañana por la mañana. Su carta sólo me llegó ayer, muy tarde, pero aunque dispusiera de más tiempo me sería dificilísimo darle un consejo. ¿Cómo podría yo saber lo que ocurre en su alma, lo que Dios quiere de usted?
Lo que me escribe no me da la certeza de que está llamado a la vida religiosa.

Yo no asumiré la responsabilidad de impulsarlo hacia un convento, sea cual fuere. Estoy completamente convencido de que todas las órdenes religiosas, pertenecientes al pasado, o inspiradas en el pasado, han muerto o agonizan. Con la excepción, quizás, de la Gran Cartuja o de la Trapa, en todas partes hallará el espíritu, mundano que quiere evitar. Las Ordenes religiosas de hoy buscan la riqueza, el poder. La Santa Virgen se expresa al respecto de la manera más formal y terrible. Relea usted el Secreto de Melania.
Entre la gente rica y bien pensada, en sus salones, entre las señoras descotadas y los señores de frac, lo más frecuente es hallar benedictinos, capuchinos, jesuitas y, sobre todo, hermanos predicantes. Estos últimos, corrompidos por Lacordaire v Didón. son abominables.

No niego que pueda encontrarse buenos religiosos. Algunos he conocido hace veinte o treinta años. Pero las Ordenes están degradadas irremediablemente, casi extinguidas. Pertenecen a un pasado del que nada quiere Dios. La Regla de los Apóstoles de los Ultimos Tiempos dada por María, y que los Papas no han querido o no han sabido aplicar, es un deleatur formal para todo lo demás.

(Carta, 27/12/1908)
Me complace saber que usted no me confunde con Louis Veuillot […] Veuillot jamás fué un caballero. Tenía un alma baja y se puede decir que fué, en este sentido, el precursor de los indignos periodistas de La Croix, que han envilecido tanto el pensamiento cristiano.[…] En cuanto a mí, ignoro si se me puede clasificar entre los caballeros, mas sé que siempre he querido combatir con nobleza, lo que por cierto no hacía Louis Veuillot.
… Leyendo algunas de sus páginas, podría tomársele fácilmente por reaccionario y suponer que no veía mal el retorno a la monarquía, al menos a una monarquía cristiana y a ese deseo de orden nacional que algunos han proclamado con bastante insistencia… Desengañémonos; no había que solicitar de él ningún apoyo en ese sentido. Su punto de vista era éste:
    «¿Cómo podría yo soportar el contacto con los mismos católicos, con los católicos modernos que creen posible juntar el cadáver del pasado con la carroña del presente y que sueñan en no sé qué restauración del viejo edificio real en el que se ofrecería una cucha de perro de presa a Nuestro Señor Jesucristo?…»
(La misión de Leon Bloy – Stanislas Fumet)

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