Dualismos y monismos modernos

Un artículo (de «First Things» ; en inglés) del cardenal Schönborn, sobre la evolución y el «diseño inteligente»; y de yapa, las relaciones de la teologìa, la filosofìa y la ciencia.
No es uno de mis temas más frecuentados, en mi cabeza y en el blog. No tengo, por lo tanto, muchas opiniones formadas. Y la mayoría de las cosas que leo al respecto (de cualquier lado de la discusión) no me llena, por lo general.
De lo que dice el cardenal, sin embargo (y haciendo constar que no llego a estar de acuerdo ni en desacuerdo con varias de sus afirmaciones), hay unas cuantas cosas que me caen bien. Sobre todo, porque las críticas -los llamados de atención, si quieren- van dirigidas no solo a los escépticos sino también -acaso sobre todo- a los cristianos. Esto, en especial:
En la actualidad el dualismo espíritu-materia domina el pensamiento cristiano sobre lo real. Por «dualismo espíritu-materia» entiendo el hábito de pensamiento que hace concebir a la realidad física bajo las categorías reduccionistas de la ciencia moderna (es decir: positivismo), combinado de alguna misteriosa manera con la creencia en las realidades inmateriales del espíritu humano y divino, las cuales son conocidas solamente por la fe (es decir: fideísmo)
Me suena certero. Ese dualismo es letal; y, si por oponerse a él tantos escépticos caen en un monismo racionalista (en el mejor de los casos), del otro lado los cristianos con tendencias fideístas terminan cayendo en alguna forma de irracionalismo. Si algo tienen que criticar los cristianos a los «evolucionistas», debe ser por el lado de la razón, no por el lado de la fe. Claro que para eso hace falta tener el concepto adecuado de lo que es la «razón»; y en estos tiempos, a cristianos y escépticos eso se les hace cuesta arriba. Por eso, tal vez, gran parte de las discusiones evolucionistas anti-evolucionistas a veces me suenan a pelea equivocada, a errores en el mismo plano.
…La razón humana es mucho más que el conocimiento «científico» positivista. En verdad, la ciencia sería imposible si primeramente no pudiéramos captar la realidad de las naturalezas y las esencias, los principios inteligibles del mundo. Podemos, sí, estudiar la naturaleza con las herramientas y las técnicas de la ciencia moderna, y hacerlo con provecho. Pero no olvidemos jamás -como lo han olvidado algunos científicos modernos- que si nuestro estudio de la realidad se apoya en métodos reduccionistas, sólo arribaremos a un conocimiento incompleto. Para captar la realidad tal como es, debemos volver a nuestro conocimiento precientífico y postcientífico, ese conocimiento tácito que atraviesa la ciencia, ese conocimiento que, críticamente examinado y refinado, llamamos filosofía.
Volvamos al nudo del problema: el positivismo.
La ciencia moderna arranca excluyendo de su campo las causas finales y formales, y entonces se aboca a investigar la naturaleza al modo reduccionista del mecanicismo: causas eficientes y materiales; y al final nos informa que las causas finales y formales son —obviamente— irreales, y que su propio modo de conocer el mundo corpóreo es el fundamental, y que tiene prioridad sobre toda otra forma de conocimiento humano. Y al ser mecanicista, es también historicista: cree que una descripción completa de la historia de las causas materiales y formales de un ente constituye una explicación completa del ente; en otras palabras: entender cómo algo llegó a ser es lo mismo que entender qué es.
Pero el pensamiento católico rechaza esta falacia genética en su aplicación al mundo, manteniendo en cambio un comprensión holística de la realidad apoyada en todas las facultades de la razón y todas las causas que se evidencian en la naturaleza -incluyendo la causación «vertical» de la forma y la finalidad.

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