La ira de los buenos (3)

Por enésima vez un lector se muestra perplejo ante mis prevenciones anti-anti-abortistas, entre otras, y me pregunta si acaso estoy diciendo que los católicos no deben meterse a pelear por temas que hacen a la vida social, como si la Iglesia no debiera inmiscuirse en asuntos temporales.
Y no, no estoy diciendo eso.
¿Acaso -me dicen también- estás diciendo que hay que distinguir el bien que uno (católico, pongamos) sale a defender, y el modo en que lo defiende ? Eso es obvio, uno puede defender más o menos mal algo que está bien; pero eso no quiere decir que lo que defienden esté mal … ¿no?
Más o menos.

Volvemos a lo de los fines y los medios. Y no es muy distinto a lo del tono y el contenido; la forma y el fondo.
No creo que las cosas puedan separarse tanto.
Más: creo que hacemos mal en separarlas así.
Así, ¿cómo?

Para no repetir -al menos no completamente- lo dicho, quedémonos en este plano, de los medios y los fines.

Hace poco recibí -el mismo día- dos mails con frases en cierta medida simétricas. La primera, uno que (en referencia a mi repudio a los carteles antiabortistas) me decía que «no hay que cejar en la lucha por salvar vidas inocentes». Otro, de un ateo que (en referencia a mi alusión al obelisco forrado) me decía que » toda iniciativa se queda corta para recordar lo importante que es usar (el preservativo, para evitar el sida)».
El fin no justifica los medios, le recordé al segundo (el primero fue anónimo) y él (que ignoraba que los católicos tenemos al uso del preservativo por pecaminoso, pero que sabe razonar) lo aceptó; no aceptó la conclusión, claro, por no aceptar la premisa menor, pero aceptó la mayor y el razonamiento.

El fin no justifica los medios.
Bien. ¿Y entonces? ¿Tenemos claro lo que significa eso? ¿Lo aceptamos? No estoy seguro.

En primer lugar, eso significa que uno no puede hacer el mal para obtener el bien [*]. Lo cual nos suena muy razonable. Bien. Pero a la hora de la verdad, en la hora de la tentación, tendemos a olvidarlo… creo. Más: tendemos a ignorar que existen tentaciones por ese lado. Y tendemos a separar demasiado los medios de los fines, a disculpar o minimizar el mal que hacemos en nuestra militancia, un mal que pesa poco y nada -en nuestra alma- frente al bien al cual tendemos. Un pecado ocasional -un error táctico, un tropiezo- que apenas se ve, sobre el fondo de virtud; esto, el bien, es lo esencial, y esto no se ve manchado -al menos no fatalmente-, por más culpables que sean los medios.

Hay mucha tela para cortar acá.
Empiezo con este corolario tentativo y probablemente arbitrario: demos vuelta el axioma, y digamos que el hecho de que usemos (o nos sintamos tentados a usar) medios malos, es indicio de que en realidad no estamos tendiendo al bien que creemos tender.

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